
Dormir lo suficiente o hacer ejercicio: una pregunta que divide opiniones sobre la salud cotidiana. Un nuevo estudio observacional liderado por el equipo de la Universidad Flinders de Adelaida, Australia, aporta datos relevantes a este debate.
La investigación contó con la participación de 72.174 adultos. Para reclutar información precisa, los investigadores utilizaron dos tecnologías: sensores situados debajo del colchón para monitorear tanto la duración como la calidad del sueño, y relojes inteligentes para cuantificar los niveles diarios de actividad física. Los investigadores concluyeron que priorizar un buen descanso es el factor que más contribuye a aumentar los niveles de energía diarios. Pero, ¿por qué?
Solo una minoría cumple ambas metas de salud
Los resultados del estudio, publicados en la revista Communications Medicine, muestran que solo el 12,9 % de los participantes lograba cumplir simultáneamente dos pautas habituales de salud: dormir entre siete y nueve horas por noche y caminar al menos 8.000 pasos al día.
El análisis de los datos permitió identificar patrones de comportamiento y establecer asociaciones entre ambos hábitos.

El estudio detectó que la cantidad y la calidad del sueño tenían un impacto directo en la actividad física al día siguiente. Las personas que dormían entre seis y siete horas tendían a caminar más que quienes dormían menos de seis horas o más de nueve.
Además, quienes gozaban de un sueño más eficiente —esto es, pasaban menos tiempo despiertos durante la noche— presentaban un mayor nivel de movimiento y acumulaban más pasos a lo largo de la jornada posterior. Estos hallazgos sugieren que el descanso nocturno puede influir en la motivación y la energía para realizar actividad física al día siguiente.
Ejercicio y su impacto limitado sobre el sueño
En sentido inverso, la investigación comprobó que la actividad física ejercía un efecto marginal sobre el sueño. Un aumento en el número de pasos diarios correspondió a ligeras variaciones en la calidad y duración del descanso nocturno, pero no generó cambios sustanciales en el patrón de sueño de los participantes.
Aunque la evidencia científica señala que el ejercicio regular favorece distintas áreas de la salud, el estudio destaca que no basta con cumplir metas físicas para asegurar un descanso óptimo cada noche.

A partir de estos datos, los investigadores de la Universidad Flinders sugieren un cambio de enfoque en las recomendaciones de salud. Muchas personas consideran poco realista alcanzar todos los estándares de sueño y actividad física de manera simultánea.
Argumentan que priorizar la calidad y la duración del sueño puede tener un beneficio más directo y notorio en la posibilidad de mantenerse físicamente activo y adoptar rutinas saludables a diario.
La percepción social suele asociar el ejercicio frecuente con la garantía de un sueño reparador. Los resultados del estudio, sin embargo, muestran que las personas activas, incluidas aquellas que alcanzan altos recuentos de pasos diarios, no siempre logran descansar bien. Esto podría explicar por qué individuos atléticos o físicamente activos también reportan episodios de insomnio, somnolencia diurna o despertares frecuentes.
Recomendaciones para mejorar el descanso
Los expertos subrayan la importancia de cuidar el ambiente y los hábitos nocturnos para optimizar el sueño. Mantener la habitación fresca, oscura y silenciosa puede contribuir a un descanso sostenido.

Evitar pantallas luminosas antes de acostarse, limitar el consumo de bebidas estimulantes por la tarde y elegir refrigerios livianos como helado de cereza ácida o infusiones suaves son algunos de los consejos que proponen los especialistas para facilitar la conciliación del sueño.
Integrar rutinas de sueño y ejercicio en un mismo plan de bienestar resulta un reto para muchas personas. El estudio sugiere abandonar el enfoque de metas aisladas y considerar la compleja interacción entre ambas dimensiones, con el objetivo de diseñar hábitos que contemplen la realidad cotidiana.
Los especialistas resaltan la importancia de adaptar las recomendaciones de salud para que sean alcanzables, sostenibles y compatibles con los distintos estilos de vida.
El equipo de la Universidad Flinders considera que estos hallazgos pueden orientar nuevas estrategias de salud pública enfocadas en la integración del sueño y la actividad física. Reconocen, además, la necesidad de seguir investigando las relaciones causales y los mecanismos biológicos que conectan el descanso nocturno con el vigor físico cotidiano. Señalan que los futuros estudios podrían analizar otros factores, como el impacto del estrés, la alimentación y los ritmos circadianos sobre la capacidad de cumplir ambas metas.
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