
El desayuno es una de las comidas más debatidas por la comunidad médica y nutricional. Mientras que muchas campañas de marketing alimentario —especialmente las promovidas por la industria de los cereales— lo han considerado durante décadas como “la comida más importante del día”, lo cierto es que cada vez más expertos coinciden en que su relevancia no radica únicamente en qué se desayuna, sino también en cuándo se hace.
Desayunar tarde, una estrategia con respaldo científico
Varios especialistas en salud y longevidad coinciden en que no es necesario comer nada más levantarse. El médico y divulgador británico Rupy Aujla, autor de libros sobre nutrición y salud intestinal, tal y como recoge la revista GQ británica, recomienda esperar al menos entre una y dos horas tras despertarse antes de ingerir alimentos. “Es preferible comenzar el día rehidratándose con agua”, señala, y añade que incluso él suele añadir una pizca de sal para favorecer la función renal tras el descanso nocturno.
Aujla y otros expertos proponen retrasar el desayuno hasta las 9 o 10 de la mañana. Esta práctica permite prolongar el ayuno nocturno, un enfoque conocido como “alimentación restringida en el tiempo”, que ha sido asociado con beneficios como la quema de grasa, la mejora de la salud metabólica y la pérdida de peso. La clave está en mantener una ventana de al menos 12 horas entre la última comida del día anterior y la primera del día siguiente.
Por qué no tenemos hambre cuando nos despertamos
El profesor Adam Collins, experto en nutrición de la Universidad de Surrey, añade una razón fisiológica a este patrón: muchas personas no tienen hambre cuando se despiertan porque el cuerpo ya ha empezado a liberar glucosa en la sangre como parte del proceso natural de activación matutina. “Ya tienes algo de energía circulando”, explica.
Este fenómeno refuerza la idea de que no es necesario comer inmediatamente al abrir los ojos, y sugiere que posponer el desayuno puede ayudar a mantener los niveles de energía más estables a lo largo del día.
Evitar el pico de glucosa de los desayunos tradicionales
El problema de los desayunos clásicos, como los cereales, la bollería o el pan blanco, es que provocan un rápido aumento de glucosa en sangre seguido de una caída pronunciada. Este vaivén puede generar fatiga, falta de concentración y más hambre a media mañana. Por el contrario, una comida rica en proteínas y fibra contribuye a mantener la saciedad y la energía de forma sostenida.
Desde la perspectiva de la longevidad, Aujla subraya la importancia de las proteínas, un macronutriente que —según él— suele estar infravalorado en las primeras horas del día. Por ello, sus propuestas incluyen combinaciones como avena con semillas (chía, lino, cáñamo), frutas, frutos secos, proteína vegetal en polvo y bebidas vegetales. Otras opciones que defiende son los huevos revueltos, el tofu con pan integral de semillas o incluso las sobras de la cena: salmón con boniato, verduras y algo de ensalada.
Qué pasa si no desayunas
Aunque estudios han observado una asociación entre saltarse el desayuno y el aumento de peso, Collins considera que esto puede deberse a que las personas con obesidad tienden a omitir comidas como estrategia de control calórico. En cualquier caso, insiste en que lo fundamental es que las otras comidas del día sean nutricionalmente equilibradas y no compensar con un exceso de ingestas más tarde.
En este contexto, el brunch puede ser una solución práctica. Al fin y al cabo, no es más que un desayuno tardío y salado, rico en nutrientes y adaptado al ritmo de vida actual.
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