
Antonio Docampo García, un vecino de Vigo, falleció en enero de 2016 a los 107 años de edad tras haber vivido una existencia marcada por un hábito único: beber exclusivamente vino tinto casero, elaborado por él mismo, sin conservantes ni aditivos químicos. Este hombre gallego, cuyo amor por el vino lo convirtió en una figura singular, dejó un legado que incluso ha generado interés por el posible vínculo entre su longevidad y su dieta basada en esta bebida.
Según su hijo, Manuel Docampo, Antonio no probó agua durante sus últimos años de vida. “Cuando estábamos en casa, entre él y yo podíamos bebernos más de 200 litros al mes. El agua ni probarla”, afirmó en La Voz de Galicia. Además, señaló que su padre era capaz de consumir hasta un litro y medio de vino al día y, aunque no era algo habitual, tampoco rechazaba un chupito de aguardiente con el desayuno.
Toda su vida estuvo marcada por el consumo del vino, pero este no era un vino cualquiera: lo producía personalmente en Ribadavia, natural y sin ningún añadido químico. Sus propiedades efímeras, debido a la falta de conservantes, no impidieron que Antonio gozara de una salud de hierro durante buena parte de su vida. No obstante, cabe recordar que el Ministerio de Sanidad ha insistido en múltiples ocasiones en que “no hay ninguna evidencia” de que el consumo moderado de alcohol tenga “ningún beneficio a la salud”.
Tres neumonías con más de 100 años
Docampo falleció tras no superar la última de las tres neumonías que padeció en los últimos años. Aunque llegó a los 107 años con una vitalidad notable, la tercera neumonía fue definitiva, según explicó su hijo Manuel: “Hasta los 105 años era un fenómeno, pero ahora ya no hubo forma de que saliera adelante porque ya se encontraba muy debilitado”. Durante la primera neumonía, habiendo superado el siglo de vida, le administraron por primera vez en su vida un antibiótico. Sin embargo, siempre mostró resistencia a medicarse. En los años posteriores, continuó siendo poco receptivo a los medicamentos, tanto que su hijo tuvo que triturar las pastillas y mezclarlas con su comida para asegurar que las tomara adecuadamente.
Luchó en la Guerra Civil
A lo largo de su longeva vida, Antonio fue testigo vivo de la historia de España durante el último siglo. Nacido en la despoblada aldea de Eira de Mouros, en la comarca de Ribadavia, comenzó a trabajar desde los nueve años picando piedra para la construcción de carreteras. Durante la Guerra Civil, luchó en el bando franquista y pasó por diversas situaciones de peligro, algunas tan extremas como sobrevivir días sin comida o ser descubierto por su tos al estar enfermo, situaciones que afectaron su salud, pero no pusieron fin a su vida, aunque sí a la de su hermano.
Tras la guerra, Antonio regresó a su vida como hombre de campo, dedicándose al cultivo de uvas y la producción de su propio vino. Según su sobrino Jerónimo Docampo, quien continúa la tradición familiar al frente de las Bodegas Docampo, “era un tractor trabajando”. Producía alrededor de 60.000 litros de vino al año, de los cuales algunos miles eran destinados exclusivamente para su consumo. “Si producía 60.000 litros, 3.000 no le llegaban para él”, explicó su hijo Manuel, ironizando sobre su pasión por el vino. En su día a día, Antonio disfrutaba cada comida con vino, al punto de tomarse “un litro y medio en el almuerzo y otro en la cena”. Además, bromeaba con un peculiar humor sobre su longevidad: “Sírveme otra taza de vino para roncar después de muerto”.
Su vida no solo estuvo marcada por su afición al vino, sino también por ser uno de los últimos testigos vivos de una época de trabajo duro y penurias. A pesar de las adversidades, Antonio siempre mantuvo un carácter jovial y optimista. Fue padre de cuatro hijos —de los cuales sobreviven dos—, abuelo de siete nietos, bisabuelo de diez y, antes de fallecer, tuvo la dicha de conocer a su tataranieto de tres años.