
Lo contrario de crecer es estar muerto. Envejecer es sinónimo de estar vivo, lo que lleva implícito experimentar en primera persona el paso de los años. Sentirse más joven o más viejo es a veces una sensación subjetiva, dependiendo de cómo nos encontremos de salud, a pesar de la edad que tengamos.
El envejecimiento incluye varias dimensiones: la fisiológica, la psicológica y la social. En el pasado, la jubilación marcaba una línea bastante significativa a la hora de considerar “mayor” a una persona. Así lo remarca la Organización Mundial de la Salud (OMS), para la cual, “generalmente, una persona mayor es una persona de 60 años o más”.
No obstante, según un estudio realizado por la Alta Autoridad de Salud en Francia, el límite son los 75 años, debido a que es la edad a partir de la cual la salud empieza a deteriorarse de forma sostenida.
En este contexto, la percepción de saber si es posible marcar con precisión la vejez no está tan clara. Benoît Schneider, profesor emérito de la Universidad de Lorraine (Francia) y presidente honorífico de la Federación Francesa de Psicólogos y Psicología, ha dicho: “El envejecimiento es un proceso progresivo, un recorrido al final del cual se llega a un estado de vejez”.
En esta línea, “el inicio de la vejez no se refiere a una edad específica, sino un estado de incapacidad funcional experimentado subjetiva u objetivamente según las declaraciones propias de las personas mayores”, indica la Alta Autoridad de Salud.
Por tanto, según Schneider y los expertos de la compañía, el envejecimiento es específico de cada uno. A veces se acelera, ya sea por una enfermedad o un duelo temprano y a veces se retrasa, por los cuidados y preocupación en la vida diaria.
Las etapas de la vida inciden inevitablemente en la transición, pero el envejecimiento se producirá inevitablemente, pero de forma diferente dependiendo de la capacidad de cada persona para afrontar los acontecimientos que experimenta.
Envejecimiento acelerado
Por otro lado, un estudio de la Universidad de Stanford (Estados Unidos) ha descartado los matices subjetivos al descubrir a ciencia cierta cuando comienza a rebajarse los niveles de proteínas en el plasma sanguíneo.
Así, el estudio analizó el plasma de 4.000 personas entre 18 y 95 años, concluyendo que una persona puede considerarse oficialmente vieja, independientemente de su estado de salud, a partir de los 78 años.
A su vez, los expertos diferenciaron tres partes del proceso de envejecimiento. En primer lugar, se encontraba la etapa adulta (34-60 años), donde los cambios biológicos apenas presentaban variaciones.
En segundo lugar, se encontraba la madurez tardía (60-78 años), donde se incrementaban los signos de la edad; y por último, la vejez (78 o más), donde los cambios físicos y psicológicos se volvían más evidentes.
Las proteínas como indicadores de vejez
La disminución de proteínas en el torrente sanguíneo explican en parte por qué los adultos mayores enfrentan una mayor vulnerabilidad a diversas enfermedades.
“Las asociaciones de la brecha de edad de los órganos con la enfermedad y la bioquímica sanguínea demuestran que los modelos de envejecimiento derivados de proteínas plasmáticas específicas de cada órgano capturan la heterogeneidad del envejecimiento relevante para la enfermedad dentro y entre los individuos, que no es capturada por otros relojes de envejecimiento o marcadores clínicos”, señala la investigación.