
La manera en que un individuo visualiza lo que vendrá, ya sea que espera lo mejor o anticipa lo peor, no es solo una cuestión de actitud, sino también de cómo funciona su cerebro. Un nuevo estudio sugiere que las personas optimistas no solo comparten una visión más positiva del porvenir, sino que también presentan patrones cerebrales similares al imaginar eventos futuros, mientras que los cerebros de los pesimistas muestran una mayor diversidad en esas representaciones.
La investigación fue realizada por un equipo interdisciplinario de la Universidad de Kobe (Japón) y publicada en la revista Proceedings of the National Academy of Sciences (PNAS). El estudio utilizó técnicas de neuroimagen cerebral en tiempo real para analizar cómo piensan las personas al proyectarse hacia el futuro, y encontró diferencias sistemáticas según el nivel de optimismo.
Qué mostró el estudio sobre el cerebro de los optimistas
El hallazgo principal del estudio fue que los cerebros de las personas optimistas presentan patrones de actividad neural similares cuando imaginan el futuro, especialmente en una región clave llamada corteza prefrontal medial (MPFC, por su sigla en inglés). En cambio, quienes son menos optimistas mostraron patrones cerebrales mucho más diversos al llevar a cabo la misma tarea.
Según se explica en el artículo científico, los investigadores propusieron una hipótesis inspirada en la famosa frase de apertura de Anna Karenina, de León Tolstói: “Las personas optimistas son todas parecidas, pero cada persona menos optimista imagina el futuro a su manera”.

En diálogo con el medio The Guardian, el autor principal del estudio, Kuniaki Yanagisawa, señaló: “Los optimistas parecen utilizar un marco neuronal compartido para organizar sus pensamientos sobre el futuro, lo que probablemente refleja un estilo similar de procesamiento mental, más que ideas idénticas”. Y añadió: “Lo que este estudio muestra es que la base de su éxito social podría ser esta realidad compartida”.
El equipo también observó que los optimistas diferencian con más claridad entre eventos positivos y negativos en su cerebro, lo que sugiere una estructura cognitiva que favorece la resiliencia. Como indicó Yanagisawa en el comunicado de la Universidad de Kobe: “Las personas optimistas procesan típicamente los escenarios negativos de manera más abstracta y distante en términos psicológicos, lo que atenúa el impacto emocional de estos escenarios”.
Además, el estudio propone que esa la similitud en la actividad cerebral entre personas optimistas al imaginar el futuro podría facilitar las relaciones sociales. El experto afirma que “el sentimiento cotidiano de ‘estar en la misma sintonía’ no es solo una metáfora. Los cerebros de los optimistas podrían, en un sentido físico muy literal, compartir un concepto común del futuro”.
El experimento que reveló cómo imaginamos el futuro
Para investigar esta hipótesis, los investigadores realizaron dos estudios utilizando resonancia magnética funcional (fMRI), una técnica que permite observar la actividad cerebral en tiempo real, con un total de 87 personas adultas.

Los participantes, con distintos niveles de optimismo medidos mediante el test Life Orientation Test, un cuestionario psicológico que evalúa la tendencia a esperar resultados positivos o negativos, fueron expuestos a una serie de escenarios hipotéticos futuros (positivos, neutros, negativos y relacionados con la muerte), que debían imaginar de manera vívida durante 10 segundos.
Mientras visualizaban estos eventos, los científicos registraron su actividad cerebral en tiempo real. La información obtenida fue analizada con herramientas estadísticas específicas para medir la similitud de los patrones neurales entre participantes, técnica conocida como Intersubject Representational Similarity Analysis (IS-RSA).
Los resultados mostraron que las personas con altos niveles de optimismo compartían patrones similares de actividad en la MPFC, mientras que aquellas con menor optimismo mostraban mayor variabilidad. En las palabras del propio Yanagisawa: “Lo más impactante de este estudio es que la noción abstracta de ‘pensar igual’ fue literalmente visible en forma de patrones de actividad cerebral”.
Como complemento del análisis principal, los investigadores aplicaron una técnica estadística llamada INDSCAL, que permitió identificar cómo se organizaban las representaciones cerebrales de los eventos imaginados en función de dos dimensiones: el tipo de emoción (positiva o negativa) y a quién estaba dirigido el evento, es decir, si el participante debía imaginar que le ocurría a sí mismo o a otra persona cercana, como su pareja.

Los resultados mostraron que las personas más optimistas tendían a distinguir con mayor claridad los eventos positivos de los negativos en su actividad cerebral, lo que sugiere una representación emocional más definida.
Optimismo, vínculos y nuevas preguntas para la ciencia
Uno de los aspectos destacados del trabajo es su aporte a la comprensión de cómo la estructura cognitiva compartida entre optimistas podría favorecer la conexión social. Según el estudio, investigaciones previas ya habían señalado que los optimistas suelen tener redes sociales más amplias, mayor satisfacción en sus relaciones y mejor percepción de apoyo social.
En la entrevista con The Guardian, Yanagisawa explicó que estos resultados podrían ayudar a comprender por qué los optimistas tienden a tener éxito social: “No se trata solo de tener una actitud positiva; es que sus cerebros están literalmente en la misma sintonía, lo cual puede permitir una conexión más profunda e intuitiva”.

El psicólogo concluyó en el comunicado que su objetivo final es entender mejor qué provoca la soledad y qué condiciones facilitan la comunicación entre las personas. “Creo que esclarecer el proceso por el cual emerge esta realidad compartida es un paso hacia una sociedad en la que las personas puedan comunicarse mejor”, afirmó.
Finalmente, si bien los resultados fueron más robustos cuando los participantes pensaban en su propio futuro, el equipo reconoció que los efectos en contextos que involucraban a otras personas, como la pareja, fueron menos claros, probablemente por limitaciones metodológicas, lo que abre un campo de estudio para futuras investigaciones.
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