
En vísperas de las fiestas de fin de año, un dato inquietante ilumina la realidad de miles de hogares en la Argentina: cada persona desperdicia en promedio 72 kilos de alimentos por año, cifra que trepa a 198 kilos anuales por familia en el ámbito doméstico. El Banco de Alimentos Buenos Aires, que asiste, a diario, a más de 360.000 personas a través de 1.280 organizaciones sociales, alerta sobre este fenómeno e insta a una gestión más consciente y responsable de la comida, invitando a reflexionar sobre necesidades, hábitos y posibilidades.
El contexto social, lejos de atenuar la problemática, la agrava. El desperdicio se acentúa en Navidad y Año Nuevo, cuando la preparación de platos especiales y la abundancia de mesas suele derivar en descartes innecesarios. En esta coyuntura, el director general del Banco de Alimentos, Fernando Uranga, afirma: “Estas cifras impactan, sobre todo cuando se acercan días festivos. Pero son fundamentales para tomar conciencia y reducir el desperdicio. Cuando un alimento que es apto para el consumo se descarta, no solo se pierde la comida: también se desperdician los recursos invertidos en producirla, como agua, suelo, energía, envases, transporte y mano de obra”. Desde la institución remarcan que cada acción en los hogares tiene impacto a nivel nacional y contribuye a que los alimentos lleguen a quienes realmente los necesitan.
El diagnóstico es contundente. Según el primer estudio sobre la gestión de alimentos en hogares realizado por el Plan Nacional de Reducción de Pérdidas y Desperdicio de Alimentos –con el apoyo del BID y la consultoría de CESNI–, el 77,2% de los encuestados desperdicia principalmente frutas y verduras, seguido por productos como harinas, arroz, polenta, fideos, legumbres (26,2%), y panificados, facturas y productos de pastelería. Los motivos más frecuentes para el descarte son el deterioro durante el almacenamiento, cocinar de más, vencimientos y servirse por encima de lo verdaderamente necesario. En total, en la Argentina se pierden y desperdician 16 millones de toneladas de alimentos cada año, equivalentes a mil millones de raciones.
Cifras como estas motivan al Banco de Alimentos Buenos Aires a redoblar esfuerzos: solo en 2025, la organización recuperó más de 6.100 toneladas de comida, proyectando 7.000 toneladas para fin de año. De ese total, unas 1.200 toneladas corresponden exclusivamente a frutas y verduras frescas, el segmento más vulnerable a la pérdida en transporte, almacenamiento y consumo final. La red de rescate abarca alimentos donados por la industria, supermercados, productores de frutas y verduras y empresas logísticas que aportan traslados tanto al centro de distribución de Benavídez como a las organizaciones sociales receptoras en el AMBA.
El mecanismo es preciso: los donantes ofrecen productos aptos y no vencidos; en el depósito central, voluntarios clasifican, controlan y preparan los envíos, asistidos por equipos especializados y una infraestructura de almacenamiento con seis cámaras de frío para perecederos y congelados. Un sistema de trazabilidad documenta el traslado y distribución a las 1.280 organizaciones, que retiran los alimentos según pedido y necesidad. El Banco acepta alimentos tanto secos como frescos, pero rechaza los vencidos y requiere que toda etiqueta sea legible y clara.

El desperdicio de alimentos no solo implica derrochar recursos económicos, sino que fomenta un ciclo de ineficiencia ambiental y social. Cada vez que se tira comida, se pierden superficies de suelo, fertilizantes, litros de agua, combustible y horas de trabajo invertidas en su producción y distribución. En el rubro frutas y verduras, el 45% de lo producido se pierde antes de llegar a la mesa por fallas en la cadena de cosecha, transporte o gestión en el hogar. La diferencia entre “pérdida” (de la producción al comercio) y “desperdicio” (en el consumo y venta final) es crucial: ambos problemas impactan gravemente en la inseguridad alimentaria y las emisiones de gases de efecto invernadero.
Desde la cocina sustentable, la colaboradora del Banco Laura Di Cola destaca el valor del cambio cultural y de los hábitos básicos: “La cocina sin desperdicio toma lo ancestral y no reniega de lo moderno. Hoy sabemos que en Argentina cada persona desperdicia en promedio 72 kilos de alimentos por año: eso significa que además de comida, se tiran a la basura la energía implementada, el trabajo humano y dinero”.
Di Cola estima que hasta un 30% del descarte hogareño está vinculado a una mala planificación y almacenamiento, y que con cambios simples se pueden lograr reducciones reales: “Con una correcta planificación semanal, orden en la heladera y conocimiento básico de conservación, una familia puede reducir entre un 25% y un 40% su desperdicio mensual. Ese impacto, multiplicado por millones de hogares, cambia la estadística nacional”.

Las recomendaciones del Banco de Alimentos refuerzan que la gestión doméstica puede permitir reducir hasta un 40% del descarte mensual:
- Orden en el guardado: aplicar rotación “primero vence, primero se usa” (reduce hasta un 20% del descarte por vencimiento).
- Ubicación correcta en heladera y alacena: separar crudos, cocidos, frutas y verduras, evita pérdidas por contaminación.
- Planificación semanal de comidas: evita cocinar “de más”, una de las principales causas de desperdicio.
- Comprar local y estacional: mejora la frescura, baja costos y reduce pérdidas en origen.
- Dedicar tiempo a los alimentos: revisar, ordenar, transformar antes de que se deterioren con hábitos diarios de observación.
- Aprender técnicas de conservación y su seguridad para transformar restos o excesos en encurtidos, deshidratados, fermentos, conservas.
- Cocinar con lo que hay: antes de volver a comprar, revisar heladera y despensa. Prender el uso de condimentos como las especias, tan valiosas para transformar sabores.
- Compra a conciencia, lo necesario: especialmente panificados, frutas y verduras, que son los más desperdiciados.
- Legumbres: se pueden cocinar por tandas y congelar, evitando desperdicios por vencimiento o exceso de preparación.
El Banco de Alimentos Argentinos convoca a todos los hogares a tomar conciencia durante este fin de año. En la mesa navideña y de Año Nuevo, la oportunidad de ahorrar, cuidar el ambiente y solidarizarse comienza con la gestión interna de la comida, una responsabilidad que, multiplicada, puede revertir una de las paradojas más dolorosas de la Argentina: el hambre y el derroche, conviviendo lado a lado.
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