
Cientos de preparaciones culinarias tienen a los huevos como protagonistas. Es por eso que la verificación de su estado es un aspecto crucial de la seguridad alimentaria, ya que consumir productos en mal estado puede provocar enfermedades graves.
Diversos organismos, entre ellos USDA, la Academia Española de Nutrición y Dietética y la Administración de Alimentos y Medicamentos de Estados Unidos (FDA), han difundido métodos fiables y recomendaciones específicas para prevenir cualquier riesgo al consumir huevos.
Métodos físicos para detectar huevos frescos
Uno de los métodos más difundidos es la prueba del huevo sumergido en agua. Esta estrategia es sencilla: si el huevo permanece en el fondo del recipiente, se encuentra fresco; si asciende o flota, indica antigüedad y posible deterioro por acumulación de aire en su interior.

Sin embargo, la FDA aclara que “un huevo flotante no necesariamente representa un peligro para la salud si no existe otra señal de descomposición aparente”. Por eso, este procedimiento solo aporta información sobre su edad y no sobre su seguridad microbiológica.
Por su parte, la Academia Española de Nutrición y Dietética advierte que aunque algunas amenazas bacterianas son invisibles, examinar cuidadosamente la cáscara puede ayudar a prevenir riesgos.
Una cáscara limpia, intacta y sin restos sugiere condiciones aptas; si presenta grietas, suciedad o sensación viscosa, podría haber contaminación bacteriana.

En tanto, al romper el huevo, tanto la firmeza de la yema como la consistencia de la clara permiten evaluar la frescura. Cualquier color anómalo —rosado, verdoso o iridiscente— obliga al descarte inmediato.
2. El sentido del olfato y el control de fechas
La inspección visual y olfativa es otro pilar en la evaluación doméstica. El olor constituye el indicador más concluyente y universal.
Un huevo en mal estado desprende un aroma indeseable, fácilmente reconocible incluso antes de romperlo en situaciones severas. Ante la más leve sospecha olfativa, los organismos coinciden: el huevo debe desecharse de inmediato.

La FDA destaca que una cáscara visualmente impecable o el cumplimiento de la fecha preferente no garantizan al cien por cien la inocuidad, pero disminuyen considerablemente los riesgos.
Respecto a las fechas, la legislación europea obliga a señalar la fecha de consumo preferente, habitualmente situada hasta veintiocho días tras la puesta. Especialistas citados por la academia española remarcan que consumir huevos después de esa fecha no representa un riesgo automático, siempre que se hayan mantenido bajo condiciones óptimas.
En los Estados Unidos, por citar otro ejemplo, el empaque exhibe la fecha de empaquetado y, en algunos casos, la de caducidad, lo que facilita el control en el hogar.

La USDA afirma que “un huevo refrigerado entre tres y cinco semanas puede seguir siendo apto más allá de la fecha de venta, siempre que no muestre señales de daño externo”.
Condiciones óptimas de conservación
La correcta refrigeración de los huevos resulta esencial para prevenir la proliferación de bacterias, principalmente Salmonella, uno de los riesgos más significativos asociados al consumo de huevos crudos o mal almacenados.
Según la FDA, los huevos deben conservarse a temperaturas inferiores a 4 °C (40 °F), protegidos de la luz directa, fuentes de calor, golpes y olores intensos. Cambios bruscos de temperatura, derivados de transferir el producto de ambientes fríos a cálidos y viceversa, favorecen la sudoración en la cáscara, lo que debilita la barrera natural y expone el interior a gérmenes.

El lavado de la cáscara solo es recomendable inmediatamente antes de usar el huevo, nunca antes de su refrigeración, ya que al lavarlos de forma prematura se elimina la cutícula protectora externa, incrementando el riesgo de contaminación interna.
Laura Meschede, especialista de la academia española, recomienda limitar el almacenamiento de huevos cocidos a siete días en refrigeración y desechar el producto si se advierten olores extraños o fisuras en la cáscara.
Precauciones en platillos crudos y prevención de contaminación cruzada
El uso de huevos en comidas sin cocción total, como mayonesa o salsas caseras, exige medidas excepcionales para evitar infecciones.

Se recomienda añadir vinagre o limón luego de la preparación, tapar y refrigerar, y consumir en menos de veinticuatro horas, lo que limita la posibilidad de supervivencia de Salmonella, bacteria capaz de causar síntomas como fiebre, diarrea y cólicos, según los Centros para el Control y Prevención de Enfermedades (CDC) y la FDA.
Otra recomendación esencial es evitar la contaminación cruzada. Todo utensilio, superficie o mano que entre en contacto con huevo crudo debe lavarse minuciosamente tanto antes como después de su manipulación.
Las autoridades recuerdan que, incluso si el huevo parece normal en sabor, olor y aspecto, podría albergar gérmenes invisibles, por lo que una cocción completa hasta cuajar la totalidad de la yema y la clara es la mejor forma de reducir los riesgos.
Conclusión y recomendaciones finales

La combinación de revisión visual y olfativa, el control de las fechas de consumo, una correcta conservación y una estricta higiene durante la manipulación forman la defensa más eficaz frente a infecciones alimentarias derivadas del consumo de huevos.
Fuentes especializadas como USDA, la Academia Española de Nutrición y Dietética y la FDA recalcan que estas prácticas, aplicadas de forma constante, disminuyen las probabilidades de consumir huevos en mal estado y resguardan especialmente la salud de niños, embarazadas, ancianos y personas inmunodeprimidas.
Mantener la seguridad alimentaria en el hogar comienza con una manipulación cuidadosa y responsable de los productos más comunes. La prevención, el conocimiento y la correcta aplicación de estas técnicas constituyen la mejor barrera contra los peligros ocultos en la cocina. Un simple descuido puede tener consecuencias, pero la información y el rigor protegen a toda la familia.
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