
Aunque las bondades del ejercicio físico están respaldadas por décadas de evidencia científica, millones de personas continúan enfrentando una barrera emocional que dificulta sostener una rutina activa. La expectativa de alcanzar un cuerpo perfecto, las comparaciones constantes o la idea de que el entrenamiento debe ser extremo para ser efectivo, suelen desalentar antes de empezar. No obstante, una perspectiva distinta —centrada en la constancia más que en la perfección— puede transformar por completo la experiencia. En este marco, conocer ciertos principios puede ser clave para que la actividad física deje de ser una obligación y se convierta en un hábito sostenible y disfrutable.
Hay quienes entran al gimnasio esperando una transformación milagrosa: cuerpo perfecto, mente en paz, sonrisa de anuncio. Pero la realidad es otra. Hacer ejercicio, sobre todo al principio, puede ser incómodo, frustrante e incluso humillante.
No hace falta amar el ejercicio para empezar a hacerlo. Y tampoco hay que ser deportista para disfrutarlo. Durante el Festival Well organizado por The New York Times -el ciclo de conferencias del prestigioso diario norteamericano para abordar consejos esenciales sobre salud y bienestar-, la psicóloga de la salud Kelly McGonigal (Stanford) y la entrenadora estrella de Peloton, Robin Arzón, propusieron tres claves simples pero poderosas para transformar el vínculo con el entrenamiento: ajustar las expectativas, construir impulso a través de la rutina y encontrar comunidad en el movimiento. Sus consejos, alejados de la perfección y centrados en el proceso, ofrecen una nueva manera de acercarse al ejercicio sin miedo, presión ni culpa.
1- No necesitas amar cada segundo del entrenamiento

La expectativa de disfrutar cada momento del entrenamiento es una trampa común. Según McGonigal, incluso los entrenamientos más gratificantes tienen momentos difíciles. “A veces el sentirse bien llega después, cuando te das cuenta de que persististe a pesar del cansancio”, dijo. Para ilustrar esto, compartió el ejemplo de su hermana, corredora habitual, quien aprendió a ver los tramos más duros de sus carreras como sus favoritos: ahí es donde se sentía más fuerte.
Por su parte, Robin Arzón, jefa de instructores de Peloton que compartió panel con Mc Gonigal en el Well Festival del New York Times, destacó que muchas veces la alegría no proviene del rendimiento físico, sino del simple hecho de haber aparecido. “A veces la victoria está solo en presentarse”, dijo. Esta reconfiguración mental, en la que se valora más la constancia que el disfrute inmediato, ayuda a reducir la presión y a sostener el hábito con el tiempo.
2-El impulso es más importante que la motivación

Esperar a sentirse motivado para hacer ejercicio es como esperar a tener ganas de lavar los platos: puede que nunca llegue el momento ideal. Para Robin Arzón, quien construyó su carrera motivando a otros a entrenar, la motivación no es suficiente. “La motivación es efímera”, advirtió durante el evento. En cambio, lo que realmente sostiene una práctica duradera es el impulso, lo que ella llama “proceso, hábito y agenda”.
Ese impulso no requiere inspiración, solo repetición. Según Arzón, lo importante no es hacerlo perfecto, sino simplemente hacerlo. “Prefiero ser mala corriendo que buena en el sofá”, afirmó, en una frase que resume la filosofía del esfuerzo por encima del rendimiento.
Kelly McGonigal coincide: establecer una rutina —aunque sea mínima— puede activar una inercia positiva que ayude a superar los bloqueos iniciales. Con el tiempo, esa constancia construye una identidad: ya no eres alguien que “intenta hacer ejercicio”, sino alguien que realmente lo hace.
3-La comunidad transforma el ejercicio en conexión

Más allá del esfuerzo individual, el ejercicio tiene un componente social que suele pasar desapercibido. Kelly McGonigal explicó que al movernos en sincronía con otros —ya sea en una clase de Zumba o un grupo de running—, nuestros cerebros entran en lo que los neurocientíficos llaman “modo nosotros” (we mode en inglés). Es un estado neurológico en el que sentimos mayor confianza, cercanía y pertenencia.
Este fenómeno, lejos de ser abstracto, tiene un impacto real en la adherencia al hábito. Aquellos que entrenan en grupo tienden a sostener la actividad por más tiempo, reportan mayores niveles de disfrute y desarrollan vínculos emocionales más sólidos. En palabras de McGonigal, ese estado de conexión es “biológicamente real” y se percibe como una sensación compartida de propósito.
Robin Arzón también resaltó este punto: sentirse parte de algo más grande —un grupo, un equipo, una clase— puede ser el empujón emocional que muchos necesitan para comenzar y seguir. En tiempos de hiperindividualismo, el ejercicio compartido ofrece una ruta tangible hacia la comunidad.
Moverse sin presión, con sentido y en compañía

Cambiar la relación con el ejercicio no requiere transformarse en atleta ni esperar una revelación motivacional. Según Kelly McGonigal y Robin Arzón, lo esencial es aceptar la incomodidad inicial, construir impulso mediante hábitos, y buscar espacios donde el movimiento sea compartido. Cuando dejamos de idealizar la experiencia y empezamos a valorarla como un proceso, el ejercicio deja de ser una carga y comienza a ser una fuente de bienestar.
En un mundo saturado de imágenes perfectas y mensajes de alto rendimiento, esta mirada más compasiva y colectiva sobre el entrenamiento puede ser el paso que muchas personas necesitan para —por fin— enamorarse del movimiento.
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