
Hoy, 6 de agosto, se celebra el Día del Nutricionista Peruano. Para muchas personas, puede parecer una fecha más en el calendario. Pero para quienes hemos elegido esta carrera con el corazón, es un día profundamente simbólico.
Ser nutricionista en el Perú no es solo haber estudiado una profesión. Es haber asumido una causa. Es haber elegido dedicar la vida a algo tan esencial como lo es la alimentación, en un país donde aún hoy hay miles de peruanos que no pueden acceder, de forma justa y suficiente, a los alimentos que necesitan.
Yo decidí estudiar nutrición cuando tenía apenas 14 años. En el colegio, me pidieron investigar un problema de la realidad nacional, y encontré cifras que me estremecieron: anemia y desnutrición infantil. Nunca antes me había sentido tan indignada por algo que parecía tan evitable. ¿Cómo podía ser que una condición tan prevenible marcara de forma tan fuerte el destino de tantos niños? En ese momento lo supe: quería hacer algo para cambiar esa realidad.
Hoy, después de 15 años de ejercicio profesional, sigo creyendo que esa elección fue una forma de tomar postura frente a la vida. Porque ser nutricionista en el Perú, es asumir una responsabilidad social y ética que nos atraviesa en lo personal y lo colectivo. Cada vez que trabajo con una comunidad, que hago educación alimentaria, que participo en un proyecto de seguridad alimentaria, que formulo una política alimentaria o que colaboro en un equipo interdisciplinario, estoy reafirmando esa decisión inicial: quiero transformar realidades desde la alimentación.
Una de las experiencias más significativas en mi camino fue haber sido elegida decana del Consejo Regional Lima Metropolitana del Colegio de Nutricionistas del Perú. Asumir ese rol no fue solamente una distinción institucional, fue un acto de confianza colectiva y una plataforma desde la cual pude seguir trabajando por la dignidad de nuestra profesión. Sentí orgullo, sí, pero también una enorme responsabilidad. Desde esa posición, me tocó liderar, escuchar, articular, defender, y proponer. Me tocó visibilizar la importancia del rol del nutricionista en los espacios públicos, exigir respeto por nuestro trabajo, y demostrar que los conocimientos técnicos también pueden y deben dialogar con lo político, con la gestión y con las decisiones que afectan a miles de profesionales y comunidades.
Ejercer la Decanatura fue también reafirmar que los nutricionistas debemos ocupar lugares de representación y liderazgo. Porque no basta con hacer bien nuestro trabajo, necesitamos estar presentes en los espacios donde se decide sobre políticas alimentarias, programas sociales, reglamentos profesionales y marcos normativos. Y necesitamos estar ahí con voz propia, con criterio técnico y con firmeza ética.
Yo me siento profundamente orgullosa de ser nutricionista. Orgullosa de mis colegas que están en los hospitales y centros de salud, en los municipios, en los programas sociales, en las comunidades rurales, en las aulas, en la investigación, en la gestión, en la política. Orgullosa porque sé que en cada uno de esos espacios hay alguien luchando por garantizar el derecho humano a la alimentación.
En este Día del Nutricionista, no solo celebro la profesión que me ha dado sentido, sino que celebro la capacidad que tenemos de incidir, de crear, de organizar, de educar, de defender derechos. Porque la nutrición, además de ser ciencia, es coraje y compromiso.
A quienes están empezando esta carrera, les digo con toda el alma: sí, vale la pena ser nutricionista en el Perú. Porque lo que hacemos importa. Porque en cada acción, en cada decisión, en cada plato, podemos estar construyendo un país más justo, más saludable y más humano.
¡Felíz Día del Nutricionista!
