
La pérdida de peso moderada puede marcar la diferencia en la prevención y el tratamiento del hígado graso, un trastorno cada vez más frecuente vinculado al síndrome metabólico y malos hábitos de vida.
Expertos médicos sostienen que disminuir entre 5% y 10% del peso corporal resulta clave para mejorar la salud hepática y evitar el progreso de esta afección.
¿Qué es y a quién afecta el hígado graso?
El hígado graso se produce cuando se acumula grasa en las células del hígado. Esta condición, llamada médicamente esteatosis hepática, puede deberse a múltiples causas. Entre las más frecuentes destacan la obesidad, la resistencia a la insulina (diabetes), niveles altos de colesterol y triglicéridos, consumo excesivo de alcohol y el uso de ciertos medicamentos.
De acuerdo con la información de la doctora Danielle Tholey, del Sidney Kimmel Medical College at Thomas Jefferson University, y el doctor Minhhuyen Nguyen, del Fox Chase Cancer Center, Temple University, en muchos casos el hígado graso no se manifiesta con síntomas claros. Algunas personas pueden sentir cansancio o molestias en el abdomen, pero la mayoría no nota ninguna alteración, lo que complica el diagnóstico temprano.

La importancia de la pérdida de peso: ¿Cuánto bajar para revertir o prevenir el hígado graso?
La principal recomendación médica para quienes tienen hígado graso o riesgo de desarrollarlo es controlar o eliminar la causa subyacente. La pérdida de peso ha mostrado un impacto notable, incluso con reducciones modestas:
- Perder al menos 5% del peso corporal total disminuye la cantidad de grasa en el hígado.
- Alcanzar una pérdida de 7% contribuye a reducir la inflamación y la progresión hacia formas más graves como la esteatohepatitis.
- Reducir el peso un 10% puede revertir el daño del hígado, incluyendo cicatrices y fibrosis.
Expertos señalan que, en la mayoría de los casos, un descenso de peso de tan solo cinco kilos en una persona que pesa 100 kilos, por ejemplo, puede tener beneficios visibles y medibles en los exámenes médicos.
Medidas y tratamientos complementarios contra el hígado graso
Junto con la pérdida de peso, los médicos suelen recomendar otras estrategias para controlar el hígado graso:
- Suspender el consumo de alcohol
- Controlar la diabetes y bajar los triglicéridos en sangre
- Abandonar medicamentos que puedan afectar el hígado
En algunos casos, se utilizan fármacos como la vitamina E o ciertas medicinas empleadas para la diabetes, pero los especialistas advierten que pueden causar efectos secundarios y no siempre aseguran una mejoría permanente. Por este motivo, el principal enfoque sigue siendo el cambio en el estilo de vida.

Para diagnósticos avanzados, y si hay dudas sobre el estado del hígado, el médico puede solicitar estudios de imagen (ecografía, tomografía, resonancia) o incluso una biopsia hepática. Este procedimiento permite saber si la enfermedad progresó y si existen cicatrices o cirrosis.
¿Por qué se produce el hígado graso y cuáles son los riesgos?
Las causas más habituales son el consumo excesivo de alcohol, el sobrepeso, alteraciones metabólicas y medicamentos. El llamado síndrome metabólico —caracterizado por resistencia a la insulina, exceso de peso y niveles elevados de grasas sanguíneas— es responsable de la mayoría de los casos.
El hígado graso puede dividirse en diferentes etapas, desde la acumulación inicial de grasa hasta inflamación, fibrosis y, en casos graves, cirrosis. Esta secuencia puede desarrollarse incluso en personas que no beben alcohol, lo que se denomina enfermedad hepática esteatótica asociada a disfunción metabólica (EHDM).
La detección del hígado graso puede realizarse mediante análisis de sangre para valorar el funcionamiento hepático y la presencia de inflamación. Métodos de imagen como la ecografía o la elastografía pueden detectar la acumulación de grasa y cicatrices, aunque en ciertos casos resulta necesaria una biopsia.
Para prevenir este trastorno o evitar que se agrave, los especialistas insisten en perder entre 5% y 10% del peso corporal, mantener un control adecuado del azúcar, la presión arterial y los lípidos, así como evitar el consumo excesivo de alcohol.

El control de los factores de riesgo y la intervención temprana pueden impedir la progresión hacia enfermedades hepáticas severas y sus complicaciones.


