
La calidad del sueño desempeña un papel crucial en la salud de los riñones, ya que su impacto se extiende a procesos esenciales como la regulación de la presión arterial, el metabolismo de la glucosa y el equilibrio hormonal.
Según información publicada por la National Kidney Foundation y el American Journal of Kidney Diseases, la privación crónica de sueño puede aumentar significativamente el riesgo de desarrollar enfermedad renal crónica (ERC), especialmente en personas que duermen menos de seis horas por noche. Este riesgo es menor en quienes logran entre siete y ocho horas de descanso nocturno.
El sueño también influye directamente en la presión arterial, un factor clave para la salud renal. De acuerdo con el Journal of the American Society of Nephrology (JASN), durante el sueño, la presión arterial debería disminuir en un proceso conocido como “dipping nocturno”.

Sin embargo, la falta de descanso adecuado interfiere con este mecanismo, manteniendo niveles elevados de presión que, con el tiempo, dañan los pequeños vasos sanguíneos de los riñones. Este fenómeno, conocido como hipertensión nocturna, es considerado un predictor de progresión del daño renal.
Otro aspecto crítico es el control de la glucosa. La privación de sueño afecta la sensibilidad a la insulina, lo que puede derivar en hiperglucemia persistente. Según un estudio publicado en Diabetes Care en 2015, dormir poco está relacionado con un mayor riesgo de desarrollar diabetes tipo 2, una de las principales causas de nefropatía diabética y, en última instancia, de insuficiencia renal.
Además, la falta de sueño activa rutas inflamatorias que contribuyen al daño renal a largo plazo. Investigaciones han señalado que esta privación incrementa los niveles de citocinas inflamatorias como IL-6 y TNF-α, lo que genera inflamación crónica y estrés oxidativo en las estructuras renales. Estos procesos, si se mantienen en el tiempo, pueden deteriorar de manera significativa la función de los riñones.
La regulación del sodio y la producción de orina también se ven afectadas por el sueño insuficiente. La hormona antidiurética (ADH), encargada de controlar la producción de orina, se desajusta en condiciones de privación de sueño, lo que puede provocar micciones nocturnas (nicturia) y alterar el equilibrio hídrico del organismo.

Estos cambios, aunque inicialmente puedan parecer menores, tienen el potencial de impactar negativamente en la función renal si se vuelven crónicos.
Para proteger la salud de los riñones, los expertos recomiendan que los adultos duerman entre siete y nueve horas por noche, asegurando un sueño continuo y de buena calidad.
Aunque dormir mal de manera ocasional no representa un riesgo significativo, el insomnio persistente o la privación crónica de sueño sí pueden desencadenar problemas graves a largo plazo.