
El procesamiento de alimentos fue tan decisivo como la caza en la historia evolutiva de la humanidad, aunque durante mucho tiempo la narrativa dominante relegó este aspecto. Un análisis difundido por Smithsonian Magazine y originalmente publicado en Sapiens resalta que la labor diaria de mujeres y niños en la transformación de alimentos no solo garantizó la supervivencia en ambientes adversos, sino que también promovió cambios esenciales en la biología de la especie humana.
Esta visión, respaldada por la antropóloga Karen L. Kramer, cuestiona la creencia tradicional que sitúa la caza como motor fundamental de la evolución humana y coloca en primer plano la cooperación y la división del trabajo en sociedades cazadoras-recolectoras.
Adaptación a partir del procesamiento: más allá de la caza y la recolección
El procesamiento de alimentos —conjunto de técnicas que hacen comestibles y seguros los recursos naturales— fue constante en la adaptación humana desde hace millones de años. Más allá de recolectar, la transformación de raíces, semillas y frutos permitió ampliar la dieta y sobrevivir en épocas de escasez. Esta tarea, liderada principalmente por mujeres y niños, fue una estrategia esencial para afrontar temporadas difíciles y expandir el territorio humano.

Pumé de Venezuela: cooperación para subsistir
Un ejemplo revelador se encuentra entre los Pumé de Venezuela, un pueblo cazador-recolector en los llanos del sur del país. Durante la temporada de lluvias, cuando la sabana se inunda y disminuye la caza, mujeres y niños se convierten en el pilar de la subsistencia.
En estas condiciones, los hombres suelen regresar sin resultados tras jornadas de caza y pesca, mientras que mujeres y los más pequeños recolectan tubérculos subterráneos, que constituyen la base alimentaria de la época. Incluso las niñas menores de cinco años participan en la recolección, llenando cestas con raíces del tamaño de un pulgar.
De regreso al campamento, la labor continúa: pelan, cortan y remojan los tubérculos para eliminar el amargor antes de asarlos y compartirlos. Según datos de Smithsonian Magazine, durante la estación lluviosa, mujeres y niños aportan hasta el 85% de las calorías consumidas por la comunidad.

Técnicas para neutralizar toxinas y garantizar la conservación
El procesamiento de alimentos implica no solo volverlos comestibles, sino también neutralizar toxinas y mejorar su conservación. Muchos de los alimentos fundamentales de la dieta humana, como la yuca (mandioca o cassava), contienen compuestos tóxicos cuya eliminación requiere técnicas específicas.
Otros productos, como ciertas legumbres, frutos secos y semillas, resultan indigestos o peligrosos sin procesos de remojo, cocción, machacado o fermentación. Además, la transformación y almacenamiento fueron esenciales para sobrevivir en regiones donde la producción estacional obliga a crear reservas alimenticias. Sin estos conocimientos, amplias zonas del planeta habrían resultado inhabitables.
La revolución alimentaria se refleja, además, en la anatomía humana. A lo largo de la evolución, la reducción del tamaño de dientes y mandíbulas y la disminución del tracto digestivo evidencian una transición hacia alimentos ablandados y descompuestos fuera del cuerpo.
Este cambio liberó espacio en el cráneo para un desarrollo cerebral mayor y recortó el tiempo destinado a masticar, a diferencia de otros primates como los chimpancés, que dedican casi la mitad del día a esta tarea. En la actualidad, las personas emplean apenas el 5% de su jornada en masticar, cerca de 35 minutos diarios, y esta cifra disminuye aún más gracias a los productos industrializados.

Cooperación y especialización en sociedades cazadoras-recolectoras
La cooperación y la división del trabajo fueron pilares en las sociedades cazadoras-recolectoras. La vida diaria de los Pumé muestra que la supervivencia depende de la colaboración entre miembros de distintas edades y géneros. Ningún individuo podría encargarse en solitario de recolectar y procesar alimentos, obtener agua, cortar leña, fabricar herramientas, construir refugios y cuidar de los niños. Por ello, la organización colectiva y la especialización de tareas resultan imprescindibles.
Entre los Pumé, las mujeres dedican casi dos horas diarias a la fabricación de herramientas y utensilios para la recolección y el procesamiento, mientras los niños participan activamente desde pequeños. Esta dinámica se repite en otros pueblos, como los !Kung del Kalahari, donde las mujeres dedican cerca de una hora diaria a fabricar y reparar herramientas.
Estrategias colectivas en otros pueblos indígenas
El modelo de cooperación y procesamiento no es exclusivo de los Pumé. En las Grandes Llanuras de Norteamérica, los pueblos indígenas desarrollaron técnicas colectivas para producir pemmican, un alimento energético elaborado con grasa fundida, carne desmenuzada y bayas secas.
La recolección y procesamiento de las bayas exigía la participación de muchos grupos de mujeres, que debían actuar con rapidez para aprovechar la corta temporada antes de que los frutos fueran consumidos por animales. El pemmican resultó esencial para soportar los inviernos severos y posibilitó la ocupación de zonas de clima extremo.

Rompiendo mitos: la importancia del procesamiento frente a la caza
A pesar de la evidencia etnográfica y arqueológica, la narrativa tradicional sobre la evolución humana privilegia la caza como motor de cooperación, reparto de alimentos y organización social. Sin embargo, como subraya Smithsonian Magazine, incluso la carne requiere procesamiento para ser digerida y aprovechada.
La centralidad de la caza en los relatos antropológicos invisibilizó el papel crucial de mujeres y niños en la transformación de los alimentos, una tarea que, lejos de ser secundaria, fue determinante para la expansión y éxito de la especie.
La diversidad de alimentos disponibles en la actualidad es fruto de una revolución silenciosa: el procesamiento, la cocción y la transformación diaria encabezados por mujeres, que permitieron prosperar a la humanidad en todos los entornos del planeta.
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