Puede que mucho de los espectadores de Emily in Paris hayan soñado con tener una vida como la de la protagonista de esta serie. Y muchos otros no. Esta serie la amas o la odias. Y si la amas es porque es tu guilty pleasure; te hace escapar de tu vida, te relaja y te envuelve con una estética parisina brillante e inaccesible. La vida de Emily Cooper (Lily Collins) está llena de glamur, de fiestas, de eventos de moda, de joyas, restaurantes... pero sobre todo de trabajo. Pese a ser supuestamente una comedia romántica, las historias de amor con Gabriel, Alfie o Marcello son totalmente secundarias. Todas ellas están vinculadas a alguna campaña publicitaria en la que Emily trata de conseguir el éxito laboral. El verdadero amor de Emily, el motivo por el que dejó su vida de Estados Unidos y se fue a la otra punta del mundo, es el trabajo. Y de eso va la serie: neoliberalismo a tope.
Emily es una workaholic de manual. Tanto que incomoda a sus propios compañeros que le tienen que estar constantemente recordando que no se habla de trabajo en las reuniones sociales o que los sábados y domingos está para disfrutarlos y desconectar. Pero eso a Emily le da igual. Cada parte de su vida acaba vinculándose a su empleo: un fin de semana en el campo con su amiga Camille (Camille Razat) sirve para conseguir que su familia se convierta en un nuevo cliente. Representa el sueño americano: trabaja 18 horas al día y triunfarás. Las tramas se organizan en torno a sus hazañas profesionales y te muestran a una joven talentosa obsesiona con obtener los mejores resultados para su empresa 24/7.
En contraposición, la trama muestra que para los franceses existe un equilibrio entre la vida personal y la laboral y que en otras culturas que no son la norteamericana está más extendido. Por ejemplo, en los países nórdicos piensan que si tu trabajo no eres capaz de hacerlo en las ocho horas que corresponde es que no eres adecuado para el puesto. Es una cuestión totalmente cultural, pero la que más predomina, incluso en España, es la de que cuanto más trabajes, cuantas más horas eches, cuanto más pienses en el trabajo, más lejos llegarás.
Eso es lo que le pasa a Emily. Por mucho que la serie demuestre también que es posible tener una vida más allá de la oficina, como es el caso de los compañeros de Emily, o sin ir más lejos, su jefa Sylvie, (Leroy Beaulieu), al final la que siempre consigue el éxito es ella. Incluso Julien (Samuel Arnold) cambia de empleo porque no la soporta. No es fácil trabajar con una Emily en tu vida, por muy buena intención que ella tenga. Trata de estar por encima de sus compañeros, no respeta sus espacios y acaba acaparando. Y lo que se ve en la serie es que así le va bien. Al final se convierte en la favorita.
“¿Repartidora? Esos negocios no son rentables"
Y por eso sorprende, dentro de toda esta cultura del esfuerzo laboral, una conversación que mantiene Emily con su amiga Mindy Chen (Ashley Jini Park). Mindy necesita dinero y Emily le sugiere que puede trabajar de repartidora. Y la respuesta de su amiga sorprende: “Nah, esos trabajos son una estafa, Emily. Y olvídate de los trabajadores, no creo ni que las empresas ganen dinero”. Estas declaraciones de un personaje de Emily in Paris son sorprendentes, ya que apuntan de manera negativa a empresas de reparto como son Glovo o Uber, con funcionamientos neoliberales: precios más bajos que la competencia y trabajadores autónomos con pocos derechos (o al menos así era antes de que la Justicia les obligara a cambiar las reglas del juego).
En el pódcast Club de Serias, de Radio Primavera Sound, han comentado este asunto y la relación que tienen las palabras de Mindy con una teoría de economistas de izquierdas que, cuando surgió toda la ola de empresas plataformas defendieron que este tipo de negocio no era rentable y que sobreviven gracias a inyecciones de dinero de inversores. Y ¿para qué? Pues la cuestión es que, por ejemplo, si Uber ofrece precios mucho más bajos puede destruir a la competencia para luego, cuando se hagan con el monopolio, subirlos. Por eso hay quienes consideran que no son empresas que consigan beneficios. ¿Qué hace esta idea en una serie como Emily in Paris?
Qué dice la teoría
Si nos vamos a los inicios de Uber, su fundador Travis Kalanic comenzó con 200.000 dólares. Dos años después ya tenía 37 millones. Lo hizo gracias a inversores entre los que destacaron Goldman Sachs, Google o el propio dueño de Amazon, Jeff Bezos. Kalanic supo aprovecharse de la tecnología. “Los servicios ofrecidos a los ciudadanos eran los mismos que hace 50 años. Ahora la tecnología está disponible para ofrecer un tipo diferente de servicio a los usuarios”, apuntó cuando solo tenía 60 coches circulando en la carretera.
Según explicó el periodista Ekaitz Cancela en El Salto, el inversor Hamish Douglas vinculó este tipo de recaudación como “esquema ponzi”, que consiste en una forma de estafa piramidal que atrae a los inversores y paga utilidades a los inversores anteriores con fondos de inversores más recientes. Es decir, los esquemas Ponzi requieren una inversión inicial y prometen rendimientos superiores al promedio: los inversores reciben sus beneficios una vez que entra el capital de los últimos. Goldman Sachs ha participado en tres rondas de inversión de Uber: en 2011, 2015 y 2016.
Aunque en la literatura ya se había usado esta fórmula, en la década de 1920, Carlo Ponzi implementó este esquema, ganando notoriedad en todo Estados Unidos por la gran cantidad de dinero que logró recaudar. Su plan original se fundamentaba en el arbitraje legítimo de cupones de respuesta internacionales para sellos postales. Sin embargo, pronto comenzó a desviar los fondos de nuevos inversionistas para pagar a los inversores anteriores ya sí mismo. A diferencia de casos similares anteriores, el esquema de Ponzi recibió una amplia cobertura mediática, tanto durante su ejecución como tras su colapso. Esta llamó la atención que finalmente este tipo de fraude llevara su nombre.
Qué dicen los resultados empresariales
En este artículo no confirmamos ni desmentimos si esta teoría es cierta. Nos dedicamos a explicarla y mirar los datos. Vayamos ahora a Glovo. Glovoapp Spain Platform ingresó 203 millones en 2021 y registró gastos de explotación por 208 millones. Según una información de Cinco Días que analiza los resultados de la compañía, por cada euro que ingresa al prestar un servicio, abona 20 céntimos en sueldos y otros 50 céntimos en pagos a los motoristas. El desequilibrio que existe en los gastos de explotación (todos aquellos gastos necesarios para el desarrollo normal y adecuado de la actividad principal de una empresa) hicieron que Glovo perdiera 271 millones. ¿Y entonces cómo sigue ahí?
Pues gracias a que este déficit se compensó con las entradas de dinero por emisión de acciones (467 millones de euros) y 250 millones que llegaron de inversiones. Sin esta ayuda, no se habría podido cubrir el déficit. Es decir, los inversores e inyecciones de dinero fueron necesarias. Y todo esto, sorprendentemente, aparece en una conversación entre Emily y Mindy. Un giro inesperado del que para el espectador es difícil darse cuenta. Lo más seguro es que esté pensando que como Emily, cobrando un sueldo de principiante en marketing, o Mindy, que ni tiene empleo en ese momento, pueden lucir esos divinos trajes que llevan.