
La percepción de la imagen corporal se construye a partir de representaciones individuales y sociales, y desempeña un papel central en la identidad. Desde la pubertad, alrededor de los diez años, surge la preocupación por el cuerpo y el peso, que define la autopercepción y afecta las relaciones con el entorno. La manera en que cada persona ve su aspecto físico influye en el modo en que se relaciona consigo misma y con los demás, lo que genera un impacto en la vida cotidiana.
A lo largo de la historia, la imagen corporal estuvo sujeta a modelos sociales y culturales que perfilan ideales de belleza y apariencia, tanto en hombres como mujeres. La tradición occidental transmitió el valor de la proporcionalidad y el cuidado físico desde la Grecia antigua, asociando ciertas características corporales con salud y éxito.
Los modelos perduraron y evolucionaron, acompañando la transformación de la moda, el arte y el comercio, pero manteniendo la importancia del cuerpo como carta de presentación ante los demás.

El cuerpo funciona como un medio de comunicación no verbal, cuya influencia va más allá de los gestos o la postura. La impresión inicial que genera una persona resulta del encuentro entre lo físico y lo mental. La evaluación propia del cuerpo, guiada por pensamientos, emociones y acciones, define el autoestima y puede desencadenar tendencias a la comparativa o la insatisfacción.
Diversos estudios científicos han demostrado que la percepción errónea del propio cuerpo —por ejemplo, sobreestimar el peso o la insatisfacción constante con la figura— se asocia a un aumento del riesgo de depresión y disminución del bienestar psicológico.
Una investigación publicada por Harvard Medical School encontró que mantener una imagen corporal negativa genera mayor vulnerabilidad emocional, pero también que la práctica regular de actividad física ayuda a mitigar este efecto y promueve una actitud más resiliente ante la presión social.

Adicionalmente, el abordaje integral de la resiliencia psicológica —clave para superar experiencias adversas— incluye estrategias que fomentan la aceptación y la autocompasión.
Desde la Universidad de Harvard señalan, además, que fortalecer la relación positiva con la propia imagen y cuidar la salud mental en distintos ámbitos protege contra los efectos negativos de las condiciones externas y las pérdidas, mejorando las trayectorias emocionales a largo plazo
Herencia histórica y repercusión social de la imagen corporal
La construcción del ideal corporal individual y colectivo tiene raíces en la evolución social e histórica. Según análisis de figuras como Erich Fromm, el desarrollo de la individualidad comienza en la infancia cuando, al separarse emocionalmente de los padres, la persona descubre su autonomía e inseguridad.

En la Edad Media, el sentido de pertenencia predominaba sobre el individualismo. Hacia el final de ese periodo, surge la conciencia de autorrealización, asociada a la capacidad de alcanzar metas personales. Esta transformación se refleja en las artes y en la moda, donde la autoafirmación crece de la mano con la valoración de la imagen propia.
Los estándares de belleza cambiaron poco en cuatro siglos, especialmente en Occidente. Para los griegos, la figura masculina ideal combinaba delgadez, fuerza y proporción, mientras que el modelo femenino encontraba su máxima expresión en la armonía de curvas de la diosa Afrodita.
La aspiración a la proporción corporal aún influye en la cultura moderna, donde el llamado “culto al cuerpo” prevalece en prácticas cotidianas, publicidad y redes sociales. El fenómeno actual encuentra eco en tendencias pasadas, aunque amplificado por la globalización y el alcance de los medios digitales.

El impacto psicológico de la imagen corporal afecta el bienestar y las relaciones. La autovaloración negativa puede producir vergüenza o culpa, afectando el ánimo en forma persistente. Las emociones negativas disminuyen la motivación y pueden alterar la conducta, generar aislamiento social o desencadenar prácticas nocivas.
Los pensamientos sobre la forma corporal influyen en el día a día y atraviesan los ámbitos social, emocional y cognitivo. Al mismo tiempo, la presión social y la tendencia a estereotipar a los demás, partiendo de la apariencia, refuerzan estándares que muchas veces resultan difíciles de alcanzar.
De acuerdo con especialistas citados por el portal Psicología y Mente, existen herramientas que ayudan a revertir la insatisfacción con la imagen corporal. Entre las más relevantes sobresale la “defusión”, una técnica que promueve la observación de los propios pensamientos sin juzgarlos ni identificarse con ellos.

La mencionada práctica consiste en reconocer la aparición de ideas negativas sobre el cuerpo y restarles poder, aceptando su presencia con calma y sin someterse a ellas. Se busca facilitar el desapego frente a los pensamientos limitantes que obstaculizan el bienestar.
Otra herramienta destacada se relaciona con la identificación de los valores personales. Más allá de los valores universales, este enfoque recomienda enfocar la motivación en propósitos que generen satisfacción genuina.
Por ejemplo, priorizar la salud y el placer de compartir actividades antes que la búsqueda exclusiva de un estándar físico. Así, la autovaloración se vincula con lo que resulta importante en la vida y no solo con la apariencia.

El acompañamiento profesional, cuando resulta necesario, favorece la identificación de patrones de pensamiento y la promoción de hábitos positivos.
De acuerdo con Lourdes De La Puente, especialista entrevistada por Psicología y Mente, la clave radica en cultivar una visión flexible sobre la corporalidad. En este sentido, la imagen corporal se vuelve reflejo de la mente, en la medida en que el diálogo interior define la percepción y el trato hacia uno mismo.
El abordaje integral del bienestar implica considerar tanto los factores mentales como los sociales y culturales. La aceptación de la diversidad corporal contribuye a fortalecer la autoestima y a contrarrestar la presión de modelos restrictivos.
La ciencia psicológica avanza en estrategias para que las personas desarrollen una relación más saludable con su cuerpo, apoyadas en la comprensión, el autocuidado y la autocompasión.
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