En un mundo cada vez más dominado por la tecnología, la idea de una tienda dedicada a las máquinas de escribir podría parecer una curiosidad del pasado, una reliquia sin lugar en la era digital. A pesar de que la inteligencia artificial (IA) y los programas de software están transformando la manera en que creamos textos y documentos, las máquinas de escribir siguen ofreciendo un valor único, no solo en términos funcionales, sino también como una experiencia sensorial y emocional que los avances tecnológicos no logran replicar.
El caso de Philly Typewriter es particularmente revelador, según cuenta USA TODAY. En lugar de ser una tienda convencional que solo se dedica a vender productos de consumo, este negocio logró convertirse en un centro comunitario.
Fundada en 2017 por Bill Rhoda y su socio Bryan Kravitz, la tienda no solo se especializa en la restauración, venta y reparación de máquinas de escribir, sino que también organiza eventos para la comunidad, como noches de poesía y micrófonos abiertos. A través de estas actividades, la tienda logró conectar a personas de diferentes edades.
Philly Typewriter supo capitalizar este resurgimiento de las máquinas de escribir, ayudando a crear una pequeña subcultura que se resiste al avance de la digitalización. Aunque muchos considerarían que las máquinas de escribir son antiguas frente a las herramientas modernas de procesamiento de texto, el sonido característico del “clack-clack-clack” y el “¡brrring!” de la rueda de retorno siguen siendo apreciados por quienes valoran la conexión física que ofrecen.
Según cuenta Rhoda, “la demanda de las máquinas de escribir no disminuyó en absoluto; de hecho, está creciendo”. La comunidad que rodea a su tienda refleja cómo estos objetos del pasado todavía cumplen un papel importante en la creatividad, la escritura y la expresión personal.
Además, el uso de las máquinas de escribir sigue siendo relevante para diversas instituciones. Muchos departamentos de policía y empresas, todavía las emplean para tareas administrativas específicas. Bill Rhoda menciona que, si bien el rol de las máquinas de escribir cambió, no desaparecieron por completo.
“En un momento en que las redes sociales, los correos electrónicos y las múltiples notificaciones nos bombardean constantemente, la máquina de escribir ofrece un respiro. Al estar desconectada de la red, obliga a quien la usa a centrarse en el presente, en el acto de escribir, sin distracciones digitales”, explica Rhoda.
Una experiencia “más auténtica”
En pleno 2024, un año en el que la IA parece dominar muchos aspectos de nuestra vida diaria, es difícil imaginar que las máquinas de escribir sigan siendo una herramienta de trabajo popular.
En un contexto donde los códigos se generan automáticamente, los correos electrónicos se escriben con ayuda de algoritmos, y hasta las noticias se redactan gracias a la inteligencia artificial, las viejas máquinas pueden parecer un vestigio del pasado.
Escritores, poetas y artistas se sienten atraídos por una experiencia más “auténtica”, una que los conecte de manera más profunda con el acto de escribir. La analogía entre el sonido de las máquinas de escribir y la producción literaria no es casual: la repetición de ese clic-clac al escribir se convierte en una meditación.
Impacto cultural y social
El resurgimiento del interés por las máquinas de escribir no solo responde a una apreciación estética o nostálgica de las décadas pasadas, sino que también está profundamente vinculado a cuestiones sociales y culturales que trascienden su uso como herramientas de escritura.
La manera en que estas máquinas se integraron en las vidas cotidianas de artistas, escritores y activistas subraya cómo lo análogo puede ofrecer una respuesta a las tensiones y desafíos de nuestra era digital.
Un ejemplo destacado de este fenómeno es Sheryl Oring, artista y escritora, quien utilizó las máquinas de escribir para abordar temas de censura, derechos civiles y la conexión entre los seres humanos en un mundo cada vez más despersonalizado.
Oring, que dividió su tiempo entre Filadelfia y Greensboro (Carolina del Norte), comenzó su proyecto Deseo Decir en 2004, invitando a los votantes a escribir cartas a los candidatos presidenciales usando una máquina de escribir. Con este acto, Oring buscaba destacar la importancia del contacto humano directo en un contexto político cada vez más influenciado por la tecnología.
Para Oring, a diferencia de los dispositivos electrónicos, que pueden dar la sensación de inmediatez, “la máquina de escribir exige un esfuerzo físico y una concentración que rara vez se experimenta con otros medios. Al usarla, los errores son visibles, lo que ofrece un rastro tangible de la humanidad detrás del texto”.
La estética de la máquina de escribir también tiene un rol clave en su resurgimiento como objeto cultural. Más allá de ser una herramienta funcional, las máquinas de escribir se convirtieron en símbolos de un proceso creativo más lento y deliberado, algo que está en marcada oposición con la rapidez y fugacidad de las interacciones digitales actuales.
Este retorno a lo táctil, lo sensorial y lo manual está captando la atención de una generación que, tras años de inmersión en el entorno digital, busca un respiro en la fiscalidad de los objetos y en el ritmo pausado que la máquina de escribir promueve.
De Tom Hanks... a Taylor Swift
Por ejemplo, el actor Tom Hanks, quien es un reconocido entusiasta de las máquinas de escribir, contribuyó al auge de este fenómeno al donar una máquina de escribir rara a Philly Typewriter en 2023.
Este tipo de apoyo de figuras públicas fue crucial para darle visibilidad al tema. Hanks no solo posee una colección personal de máquinas de escribir, sino que también habló abiertamente de su afecto por el proceso de escritura manual y cómo esta práctica afecta la forma en que crea sus propios textos.
Este renovado interés por lo análogo también resalta una crítica implícita a la falta de autenticidad en la era digital. La máquina de escribir, por su parte, es un recordatorio constante de que la escritura es un acto profundamente humano que se nutre de imperfecciones, pausas y de una dedicación plena al momento presente.
En este contexto, Fred Durbin, profesor de la Lincoln Park Performing Arts Charter School en Midland, Pensilvania, utiliza las máquinas de escribir para enseñar a sus estudiantes de secundaria a concentrarse en el presente, a pensar profundamente y a desarrollar una relación más íntima con la escritura.
Este renacer también tuvo repercusiones sociales y culturales más amplias. En el caso de Philly Typewriter, el apoyo local fue crucial para que la tienda prospere. El barrio de South Philadelphia se caracteriza por su fuerte sentido comunitario y la prevalencia de negocios independientes, y Philly Typewriter se convirtió en un epicentro creativo en medio de esta comunidad.
De forma similar, la influencia de figuras públicas como Tom Hanks y la popularidad creciente de la máquina de escribir en la cultura popular, como lo demuestra la referencia en la canción de Taylor Swift Department of the Tortured Poets, dieron visibilidad a esta tendencia.