
El antropólogo y filósofo francés Marc Augé, conocido mundialmente y autor de una amplia obra, murió ayer en su ciudad natal, Poitiers. Si bien fue conocido especialmente por su concepto del “no lugar” —esos espacios impersonales y transitorios que definen la cultura actual— también reflexionó sobre la vejez y el tiempo, desde una perspectiva crítica y esperanzada.
A este último tema se dedicó, ya ingresando él mismo en esa etapa de la vida, a través de sus libros Tiempo sin edad. Etnología de sí mismo y Las pequeñas alegrías. En estos textos, el filósofo reflexionó sobre el sentido de la vida, la memoria, la creatividad y el futuro desde su propia experiencia como anciano. Invitó a cuestionar los prejuicios sobre los adultos mayores y a valorar su aporte a la sociedad. Propuso una visión positiva y lúcida de la vejez, que no se define por la edad cronológica sino por la actitud ante el mundo. Para él, la vejez no existe como una categoría fija, sino como una oportunidad de renovar el pensamiento y el deseo.
También abordó el tema de la vejez en relación con los no lugares, esos espacios anónimos y efímeros que caracterizan la sobremodernidad. Según él, los no lugares son hostiles para los ancianos, que se sienten excluidos, invisibles o inútiles en una sociedad que privilegia la velocidad, el consumo y la novedad. Augé criticó esta marginación y reivindicó el valor de los adultos mayores como portadores de una memoria colectiva, una sabiduría vital y una capacidad crítica.

Augé se había formado como doctor en Letras y Ciencias Humanas y contribuyó tanto al desarrollo de disciplinas africanistas como a la elaboración de una antropología de los mundos contemporáneos, con el foco en la vida cotidiana y en la modernidad.
Su libro Tiempo sin edad comienza y termina con un gato, más precisamente con el hombre que se pregunta cómo hace el gato para no limitarse a su edad y cuál es el secreto de su serenidad. Es un libro personal pero universal en el que desarrolló su postura respecto de tener una edad avanzada, que implica experimentar nuevas relaciones humanas: es un privilegio que muchos no conocerán, dijo. También, para algunos, es el momento que sólo habían imaginado al preguntarse qué sentirían sus mayores y cuando ellos mismo llegan sienten que los han alcanzado, en algún sentido, y por lo tanto esto sirve para relativizar la distancia entre generaciones. La enfermedad de Alzheimer no es sino una aceleración del proceso natural de selección por el olvido al término del cual resulta que las imágenes más tenaces, cuando no las más fieles, son a menudo las de la infancia. Nos alegremos o lo deploremos, esta comprobación implica una parte de crueldad. Todo el mundo muere joven, es su conclusión.
En una entrevista que brindó durante una de sus visitas a Argentina había puntualizado algunos conceptos sobre sus reflexiones acerca de las personas que envejecen: “La diferencia entre la edad y el tiempo es que la edad es una noción social. Vemos perfectamente en qué medida es social. Tenemos la mayoría de edad. Antes de eso, no se pueden hacer algunas cosas. Se puede votar a partir de cierta edad. Hay un montón de determinaciones. Tenemos la edad de la jubilación y otras. Se puede entrar a la Academia Francesa hasta determinada edad, no después. Hay muchas determinaciones en función de la edad, que es una limitación social. El aspecto limitante de la edad también podemos verlo en el modo en que se trata a la gente mayor. A menudo, uno tiene la impresión de que, aun con buenas intenciones, se la trata de modo ligero. Como si los ancianos volvieran a la infancia”.

En esa misma entrevista para Teseopress, agregó que es una etapa que suele verse como un tiempo regresivo. “He establecido una contraposición entre la edad y el tiempo. Porque la sensación del tiempo es algo distinto. Es una libertad. Tenemos la libertad de recordar, la libertad de imaginar. Y hay gente a la que le gusta soñar con el pasado o imaginar el futuro. Y eso se puede hacer a toda edad. Asimismo, podemos gozar del tiempo, del paso del tiempo. Cuando nos tomamos nuestro tiempo, es para acariciarlo, para disfrutarlo”.
Augé estaba convencido de que el tiempo “se puede disfrutar a toda edad” y, en consecuencia es una “experiencia de libertad”. En cambio, “el goce del tiempo a menudo se ve comprometido por el hecho de que pensamos en términos de edad. Si pensamos que tenemos una edad avanzada, que ya no podemos hacer ciertas cosas, y sobre todo que se acerca la muerte, estamos funcionando al contrario del tiempo. Hay una forma de goce que está fuera de la noción de edad”.
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