
La exposición diaria a contaminantes atmosféricos comunes puede modificar el desarrollo cerebral de los adolescentes, incluso cuando la polución está por debajo de los límites considerados “seguros”.
Así lo sugiere un reciente estudio de la Universidad de Salud y Ciencias de Oregón, que alerta sobre los riesgos potenciales para la salud mental y cognitiva de millones de jóvenes en todo el mundo.
El equipo dirigido por Calvin Jara, M.D., y Bonnie Nagel, Ph.D., analizó los datos de cerca de 11.000 adolescentes pertenecientes al estudio ABCD, la mayor investigación longitudinal sobre desarrollo cerebral adolescente en Estados Unidos.
Los investigadores identificaron una relación entre la exposición a contaminantes habituales y cambios estructurales en el cerebro, especialmente en zonas frontal y temporal, que cumplen un papel central en funciones ejecutivas, lenguaje, regulación emocional y procesamiento socioemocional.

¿Cuáles son estos contaminantes? El estudio se enfocó principalmente en tres tipos:
- Partículas finas (PM2.5), pequeñas partículas presentes en el polvo, el humo y los gases expulsados por autos y fábricas.
- Dióxido de nitrógeno, un gas que proviene sobre todo del tránsito vehicular y de la quema de combustibles fósiles.
- Ozono, que se forma cuando la luz solar reacciona con contaminantes procedentes de autos, fábricas y otras fuentes urbanas.
Todos estos elementos están presentes en el aire que respiramos a diario, especialmente en ciudades o zonas con mucho tráfico o actividad industrial.
Cambios cerebrales silenciosos: cómo la contaminación afecta al cerebro joven
Publicado en la revista Environmental Research, el estudio se centró en adolescentes de entre 9 y 10 años, en la etapa inicial de la pubertad. Los resultados muestran que la exposición a contaminantes comunes se asocia a alteraciones persistentes y evolutivas en el grosor cortical, un marcador de la maduración de la corteza cerebral.

Cuando la corteza se adelgaza de forma atípica y acelerada, puede reflejar disrupciones neurológicas y estar vinculada a dificultades cognitivas o emocionales.
Jara subrayó la gravedad del hallazgo: “Lo más preocupante es que este estudio no analizó toxinas raras; examinó contaminantes comunes a los que todos estamos expuestos al caminar y respirar aire exterior”.
Remarcó además que los efectos son lentos y sutiles, por lo que pueden pasar inadvertidos, aunque modifiquen el desarrollo cerebral a largo plazo.
Lo más alarmante: estas modificaciones se observaron incluso en menores que respiraban aire con niveles de contaminación inferiores a los umbrales considerados seguros por la Agencia de Protección Ambiental.
Impacto en la salud: atención, memoria y emociones

Las consecuencias para la salud infantil son relevantes y amplias. Según la Universidad de Salud y Ciencias de Oregón, las alteraciones detectadas en las regiones cerebrales estudiadas pueden traducirse en dificultades de atención, problemas de memoria y una regulación emocional deficiente.
Estas dificultades aumentan el riesgo de bajo desempeño escolar y trastornos de conducta. El equipo investigador insiste en la necesidad de seguir evaluando las consecuencias a largo plazo de la exposición a la contaminación del aire desde la infancia y la adolescencia.
Ante este escenario, los autores del estudio llaman a la acción. Recomiendan que los profesionales de la salud integren la evaluación de los factores ambientales en sus consultas pediátricas y adolescentes.
Además, subrayan la importancia de impulsar políticas públicas para reducir la contaminación del aire, como promover medios de transporte más limpios, ampliar los espacios verdes, mejorar la infraestructura urbana y adoptar estándares de calidad del aire más estrictos.

Jara enfatizó que, si bien los médicos no pueden cambiar directamente la calidad del aire, sí pueden educar y abogar por cambios estructurales más amplios.
Nagel, coautora y directora interina de investigación, remarcó: “Los factores ambientales tienen un gran impacto en la salud de los niños y, en última instancia, en su bienestar a lo largo de la vida”.
El trabajo de la Universidad de Salud y Ciencias de Oregón suma evidencia a la advertencia científica: la contaminación del aire no solo es un reto ambiental, sino también una amenaza evidente y silenciosa para la salud, especialmente en los jóvenes y los más vulnerables.
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