
La salud cardiovascular ha dejado de ser un asunto exclusivo de adultos mayores y se ha convertido en una preocupación central para adolescentes y jóvenes adultos. En la última década, la prevalencia de enfermedades cardíacas en personas menores de 40 años ha crecido de manera notable, lo que ha llevado a especialistas en medicina preventiva a advertir sobre la importancia de los hábitos adquiridos entre los 18 y los 25 años.
Las decisiones tomadas en esta etapa, marcada por la transición hacia la independencia y la consolidación de la identidad adulta, pueden determinar el riesgo de desarrollar afecciones a lo largo de toda la vida.
Diversos estudios científicos han documentado que la tasa de enfermedades cardíacas en menores de 40 años se ha duplicado desde 2010, siendo del triple el riesgo entre quienes consumen tabaco. Este fenómeno desafía la percepción tradicional de que los problemas en el corazón solo afectan a personas de mayor edad y subraya la necesidad de intervenir de manera temprana.
Importancia de la adolescencia y la adultez temprana en la salud cardiovascular
La etapa de adultez temprana, comprendida entre los 18 y los 25 años, representa un periodo de cambios profundos: el camino a la independencia, nuevas relaciones y búsqueda de un futuro. Sin embargo, esta transición suele ir acompañada de un aumento en conductas perjudiciales para la salud del corazón, como el sedentarismo, el consumo de comida rápida y el incremento en el uso de tabaco y alcohol.

Solo uno de cada cuatro jóvenes mantiene patrones de vida saludables durante esta etapa, lo que incrementa la vulnerabilidad frente a enfermedades cardíacas.
La evidencia científica indica que el deterioro en este aspecto no ocurre de manera repentina en la mediana edad, sino que comienza mucho antes, a menudo sin síntomas evidentes. Una investigación identifican un punto de inflexión alrededor de los 17 años, cuando los indicadores generales de salud del corazón empiezan a mostrar signos de empeoramiento.
Entre los riesgos más relevantes, la exposición a la nicotina destaca por su impacto negativo. El uso de cigarrillos u otros productos con nicotina ha crecido de manera significativa entre los adultos jóvenes, pasando del 21% en 2002 al 43% en 2018. Esta sustancia química adictiva daña los vasos sanguíneos y acelera la formación de placas, lo que incrementa la probabilidad de desarrollar problemas cardíacos graves en el futuro.
La obesidad es otro factor de riesgo temprano. Uno de cada cinco jóvenes menores de 25 años presenta un índice de masa corporal (IMC) igual o superior a 30. A pesar de la magnitud de este problema, menos de la mitad de los adultos entre 18 y 34 años identifican el colesterol elevado, la obesidad, la hipertensión y la inactividad física como amenazas para la salud del corazón. Estas señales de alerta, detectables en controles médicos rutinarios, pueden anticipar la aparición de enfermedades en etapas posteriores.

El factor social como influencia
El entorno social y el acceso a la atención médica ejercen una influencia determinante sobre el corazón de los jóvenes. Zonas con acceso a parques o espacios verdes favorecen la adopción de hábitos saludables, mientras que una buena educación se asocia a un menor estrés que favorecen las prácticas beneficiosas.
Además, las relaciones sociales sólidas y de apoyo se vinculan con un mejor estado general, incluido el cardiovascular. Organizaciones han señalado recientemente la soledad como un problema de salud pública, aunque aún se requiere mayor investigación sobre el impacto de los vínculos en la vitalidad de los adultos jóvenes.
El uso intensivo de redes sociales, reportado por uno de cada tres adolescentes, no proporciona los mismos beneficios que la interacción presencial. Estudios en curso buscan determinar cómo la calidad de las relaciones influye en el bienestar cardíaco, especialmente en la población joven.

Hábitos perjudiciales y recomendaciones profesionales
Para reducir el riesgo de enfermedades al corazón, los expertos recomiendan centrarse en ocho factores modificables, conocidos como los Ocho Esenciales, identificados en un informe. Pequeñas mejoras en estos aspectos pueden generar efectos positivos y modificar considerablemente la vida diaria.
Cuatro de estos factores corresponden a hábitos: evitar la nicotina, realizar al menos 150 minutos de actividad física moderada a fuerte por semana (unos 20 minutos diarios), dormir entre siete y nueve horas cada noche y mantener una dieta rica en pescado, frutas y verduras. De estos comportamientos, la alimentación es el área donde los jóvenes presentan mayores dificultades, lo que resalta la importancia de adquirir habilidades culinarias para favorecer hábitos saludables.
Los otros cuatro factores son parámetros clínicos: presión arterial, glucemia, IMC y colesterol. Desde principios de los años 2000, los primeros tres han mostrado un deterioro entre los adultos jóvenes. Estos cambios suelen pasar inadvertidos hasta etapas avanzadas, pero su detección temprana permite intervenir y modificar el curso de la salud cardiovascular. Consultar al médico sobre el estado del corazón, incluso en ausencia de síntomas o a una edad temprana, puede influir de manera significativa en el bienestar futuro.
Menos de la mitad de los adultos entre 18 y 34 años identifican el colesterol elevado, la obesidad, la hipertensión y la inactividad física como amenazas para el bienestar. La prevención y la intervención temprana, a través de la adopción de hábitos saludables y el control de los parámetros clínicos, pueden modificar el riesgo de por vida y mejorar la calidad y expectativa de vida de la población joven.
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