
Todos los diciembres repetimos un libreto de una obra cuyo mensaje podría ser: “Llegó fin de año, las fiestas, los regalos, los balances, el año pasó volando, no se termina más, no doy más,”.
Ese tiempo que pasó volando pero a la vez parece interminable, irrita, molesta y al “no doy más” se le suma en muchos casos el enojo, la ira.
Es claro que vemos un estado generalizado de cansancio, de agotamiento, al cual se suman de manera creciente las sensaciones negativas, como la ira que ya hemos abordado en Infobae.
Todos hemos experimentado alguna situación de agotamiento, con una sensación de malestar, de enojo consecuente. Conocemos la sensación, pero ahora vemos cómo esto está instalado socialmente y de manera intensa. En este contexto una palabra: “burnout” se empieza a repetir y se volvió un alias para referirse a cansancio extremo, de hecho la traducción usada es “el síndrome de la cabeza quemada”, lo cual es toda una declaración de principios, la cabeza no solo no da más sino no funciona más.
El cuadro médico, aplicado al área clínica y a la laboral, hoy se extiende a un estado emocional, ligado al trauma, más que al desgaste, al estrés.

Eso solo ya señala una situación particular ya que independientemente de la precisión clínica, se empieza a percibir cómo algo de mayor profundidad que un cuadro de estrés y se referencia en cuadros de psicotrauma. Pero tal vez esa etiqueta nos esté tapando algo más profundo, una sociedad no sólo de gente “quemada” por el trabajo, sino un tipo especial de cansancio en el que a falta de otras herramientas para afrontarlo, se enoja y llega hasta a la violencia. Quizás ese momento de balances en realidad reactiva en el mes de diciembre toda un planteo existencial cercano a la frustración.
Un informe reciente dice que la Argentina encabeza por 4 año consecutivo el ranking regional de burnout y que el 92% de los trabajadores sienten desgaste laboral y creen padecer de burnout.
Otros estudios señalan que un porcentaje muy importante dice que no puede hacer otra cosa, en su vida, más que trabajar, y un informe del Observatorio de Psicología Social de la UBA, señala agotamiento emocional y falta de satisfacción con la vida.
El fin de año como autoexcusa

La explicación habitual suena razonable: más gastos, más reuniones, más tránsito, menos tiempo. A eso se suman los balances: qué logré, qué no, qué quedó pendiente, a quién decepcioné, a quién envidio.
Lo nuevo no es diciembre en esa explicación que se repite todos los años, sino el tono emocional de fondo con el que llegamos este año. No es únicamente la fiesta de Fin de Año. Es un año entero de cansancio acumulado, que en diciembre simplemente se desborda. Esa sensación no es solo una coloratura emocional, sino algo más crudo, y ya no es solo motivo de consulta sino de comentarios en redes y lo que se ve en la sociedad.
Reflejan una sensación de agotamiento ante todo, de pérdida de deseos, y sumado a esto una creciente sensación de enojo, de intolerancia que no parece relativo a fin de año, sino algo que se hace evidente pero está de manera permanente de fondo.
Una consulta en redes me mencionaba: “Estoy cansado de estar cansado” expresando su enojo, por esta situación; otro “estoy cansado de estar enojado todo el tiempo”, otro algo similar: “estoy enojado todo el tiempo, no aguanto más nada”. Muchos “no aguanto, no doy más”. No se trata de simplemente no tener energía; sino al mismo tiempo, en esa pérdida de energía sentirse en estado de amenaza constante y asi vivir al borde del mecanismo de defensa que lleva al ataque. Los mecanismos fronto-corticales ceden ante la toma de control de centros más bajos y ligados a la supervivencia.
Burnout: una etiqueta que no define este estado

El burnout nació como un diagnóstico ligado al mundo laboral y signado entre otros síntomas por despersonalización, sensación de inutilidad, falta de realización personal, fatiga, falta de motivación, alteraciones de sueño, tristeza, síntomas físico e irritabilidad.
El tema es que este último punto, por un lado en el cuadro clásico está relacionado al mundo laboral, y puede relacionarse de manera clara con este. Hoy es difuso y se extiende a todas las áreas de la vida, no está relacionado con el trabajo de manera primaria, sino que se manifiesta por una frustración intensa generalizada.
El otro factor muy claro es un estado de alerta, donde la intolerancia, la irritación la imposibilidad de hacer una pausa y no reaccionar de manera impulsiva parece imposible. Ese cansancio ligado en el burnout a un factor específico, hoy se presenta de manera transversal, es social, económico, emocional, moral. Es así que es interesante ver cómo mucha gente que toma unos días de descanso, y aun licencias laborales, no deja de sentir esa sensación de ira. El ejemplo evidente son los accidentes viales y las modalidades de los mismos en los fines de semana largos.
Byung-Chul Han plantea en un libro que ha sido traducido del inglés como la “Sociedad del Burnout” pero es en el original (Müdigkeitsgesellschaft) la “Sociedad del cansancio” o del agotamiento y así ha sido traducido al español, de manera interesante nos habla de personas autoexigidas, siempre conectadas, que ya no necesitan un jefe que las controle porque se controlan solas. El mandato es rendir, producir, adaptarse, sonreír y “reinventarse”, todo eso sin parar.

El Smartphone, según Byung-Chul Han nos ha convertido en herramientas del dispositivo más que en usuarios que lo controlan, y funciona como un amplificador permanente del estrés y la bronca, donde cada notificación es un micro-shock.
De manera semejante, las redes premian la exageración, la indignación moral y la humillación del otro. El algoritmo no pregunta si un mensaje es verdadero o constructivo; sólo mide si genera reacciones. Y nada genera más reacciones que la ira. Es decir las exigencias no son solo del trabajo, sino del conjunto de la existencia.
Por otra parte hay un fuerte componente de humillación y resentimiento, conceptos que usa Pankaj Mishra en su Age of Anger en el cual las promesas de un mundo nuevo, prosperidad y estabilidad, se ven trastocadas por ser espectadores del sistema al cual estaban invitados. El resultado es cansancio, pero esta “bronca”, ira, se descarga en redes, en las calles, hacia políticos, medios, vecinos, o incluso la familia.
Quizás esto explique la explosión vivida en la visita de Messi a la India (el país de Pankaj Mishra ) y permita pensar en términos más globales de la sociedad del cansancio y la ira.

En la Argentina, a ese modelo se le suma otro componente: la frustración crónica. Promesas incumplidas, crisis repetidas, proyectos que se arman y se desarman, reglas de juego que cambian sobre la marcha. Al mismo tiempo, la inseguridad aporta la sensación real de riesgo permanente y, por ende, de inutilidad por lo que se proyecta y la frustración e ira consecuentes.
El incremento de otras forma de violencia en la redes o en escuelas, forma parte de lo cotidiano que el sistema nervioso debe encontrar estrategias para afrontar y en muchos caso no lo logra. Ese sistema nervioso en permanente activación lleva a una situación de trauma crónico en la cual la línea de base es el agotamiento con furia y necesidad de réplica a esa frustración.
Cuando el cansancio se mezcla con frustración, aparece algo distinto: el cansancio rabioso. No es el agotamiento silencioso del que se apaga pasado el estímulo, sino una noxa permanente, aun cuando ya puede no existir, forma parte del individuo. La ecuación es simple y peligrosa: poco o nulo descanso, incertidumbre, sensación de injusticia, que lleva a tener menos paciencia, y a más estallidos emocionales. El cerebro cansado reacciona más rápido y piensa más lento. Lo primero que se pierde no es la capacidad de razonar, sino el freno inhibitorio.

En ese clima, la línea entre cansancio y violencia se vuelve delgada. La secuencia se ve todos los días, en el tránsito, donde una mínima maniobra termina en golpes, o en escuelas, donde adultos agotados descargan su bronca en docentes y directivos, o en las redes, donde el cansancio se traduce en respuesta que nos hacen preguntar que leyó o siquiera si leyó.
La sociedad cansada se transforma, en una sociedad resentida. Y el resentimiento es una emoción muy particular: no busca reparar, busca castigar, vengar el sufrimiento que cree le ha sido impuesto.
Cuando ese resentimiento encuentra un canal –un líder que grita, un programa que humilla, una red social que premia la agresión, es una placa de Petri permite el cultivo del germen.
Todas las emociones negativas tienen una función. El miedo nos protege; la ira señala un límite; la tristeza ayuda a elaborar pérdidas. El problema no es sentirlas, sino quedarse atrapado en ellas hasta que se vuelven el único idioma posible. Cuando se asocian al agotamiento que descube Byung-Chul Han no se pueden procesar.

El cansancio actúa como fertilizante de esas emociones. Cuando uno está descansado, puede demorarse un segundo antes de contestar, pensar si vale la pena pelear, elegir una palabra distinta. Cuando uno está agotado, contesta en automático. Y el automático, es el modo default de la furia.
Ojalá todo fuera una “gestión personal del estrés”: dormir mejor, hacer ejercicio, meditar, herramientas valiosas, pero insuficientes si el entorno sigue igual. Hay niveles personales pero también familiares y, en particular, sociales.
Qué podemos cambiar (más allá de los clichés de siempre)

No se trata de “obligarse a ser positivos” ni de negar la bronca. Se trata de reconocer la textura del cansancio en la que estamos metidos y hacer algunos movimientos concretos.
En lo personal, quizá menos exposición permanente a noticias, peleas y cadenas de indignación; más espacios de lentitud, conversación sin pantalla, etc. No para desconectarse de la realidad, sino para poder pensarla con un cerebro que no esté incendiado...quemado.
En los vínculos, informar sobre el malestar y el cansancio antes que el conflicto. No hay que abordar todo ya. Decir “necesito que hablemos mañana” no es debilidad; es prevención de daño.
Y a nivel colectivo, quizás debemos establecer un diálogo sobre cómo nos comunicamos, si no hemos ido demasiado lejos en la destrucción de las formas en aras de la espontaneidad. No hay salud mental posible donde el insulto disfrazado de “así pienso yo”, hay que ser espontáneo y franco es la lengua madre.

Quizás el cansancio y la ira de diciembre nos señalan algo interesante a trabajar, quizás no solo estamos cansados, sino cansados de vivir así.
Qué pasa si el libreto de “no doy más, las fiestas, etc.”, es sustituido por “Estoy cansado…y estoy cansado de estar así”. Poner en palabras, comunicar y especialmente comunicarse a sí mismo ese doble cansancio, del cuerpo y de la forma de vida, sea salir del loop automático anual y cortar en nosotros el círculo interminable de la ira y la violencia y no esperar que sea el otro.
Si seguimos explicándolo todo con el cliché del fin de año y la palabra de moda burnout, corremos el riesgo de normalizarlo. Y una sociedad que naturaliza ese estado, tarde o temprano, deja de ser sólo cansada para volverse destructiva de manera impredecible en sus consecuencias.
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