
Un descanso deficiente en la noche repercute de forma inmediata en la vida diaria, manifestándose en un cansancio constante, dificultades para concentrarse y cambios en el estado de ánimo. Estos efectos afectan el rendimiento en el trabajo y las relaciones personales, y pueden tener consecuencias más profundas en la salud física y mental.
Los malos hábitos al dormir no se limitan a la sensación de fatiga, sino que pueden debilitar el sistema inmunológico y aumentar la probabilidad de desarrollar enfermedades crónicas. Es por ello que la relación entre la calidad del sueño y la salud ha sido objeto de decenas de estudios. La Universidad de Harvard investigó aquellos hábitos nocturnos y destacaron cuál puede incrementar el riesgo de padecer condiciones cardíacas y la respuesta fue tajante: la exposición a la luz artificial durante la noche.
Este trabajo, realizado por especialistas de la facultad de medicina y el Hospital General de Massachusetts, analizó a 466 adultos sanos con una edad media de 55 años. A través de imágenes cerebrales y mediciones satelitales, los investigadores evaluaron la cantidad de luz nocturna en los hogares de los participantes y realizaron un seguimiento durante diez años.
El hábito que aumenta el riesgo de enfermedades cardíacas

La exposición a la luz artificial durante la noche se identificó como un factor de riesgo relevante para la salud cardiovascular. Dormir con luces encendidas, dejar dispositivos electrónicos activos o residir en zonas con alta contaminación lumínica alteran el reloj biológico y eleva el nivel de estrés cerebral. Este aumento desencadena una respuesta inflamatoria en los vasos sanguíneos, lo que favorece el endurecimiento arterial y eleva la probabilidad de infarto y accidente cerebrovascular.
El estudio de Harvard encontró una relación casi lineal entre la cantidad de claridad nocturna y el riesgo cardiovascular: por cada incremento de una desviación estándar en la exposición, el riesgo de enfermedad aumentó un 35% a cinco años y un 22% a diez años. Esta amenaza persistió incluso después de considerar otros factores como la contaminación acústica o el nivel socioeconómico, resultando más elevado en personas que vivían en barrios de bajos ingresos y con alto tráfico. Los resultados mostraron que el 17% de los sujetos experimentó problemas cardíacos importantes en ese periodo.
La falta de oscuridad durante el sueño también puede alterar los ciclos hormonales y dificultar la reducción natural de la presión arterial que ocurre por la noche, obligando al sistema cardiovascular a permanecer en estado de alerta. Este desequilibrio contribuye al desarrollo de hipertensión y otras condiciones al corazón a largo plazo.

Ante este panorama, los expertos recomiendan minimizar la iluminación innecesaria, proteger los focos, emplear luces con sensores de movimiento y mantener las habitaciones oscuras. También destacaron que para reducir estos riesgos es importante evitar las pantallas antes de dormir y utilizar cortinas opacas o antifaces para bloquear la luz.
Insomnio y el riesgo de enfermedades
Otros hábitos del sueño también se han relacionado con otro tipo de enfermedades. El insomnio crónico, que afecta a millones de personas, se asocia con un aumento del 40% en el riesgo de demencia y con enfermedades como la obesidad, la diabetes tipo 2 y el debilitamiento del sistema inmunológico, según detalló un estudio de Mayo Clinic.
La interrupción persistente del sueño provoca desequilibrios hormonales, inflamación generalizada y daño celular acumulativo, afectando tanto al cerebro como al metabolismo y las defensas del organismo.

El insomnio también altera las hormonas que regulan el apetito, como la grelina y la leptina, lo que incrementa el deseo de consumir alimentos ricos en calorías y favorece el aumento de peso. Actualmente, cerca del 40% de los adultos estadounidenses son obesos, una cifra que ha crecido junto con el aumento del insomnio y el consumo de alimentos ultraprocesados. Incluso, la falta de sueño dificulta la regulación de la glucosa, que deriva en una resistencia de insulina que produce la diabetes tipo 2.
En la noche, el cerebro elimina toxinas acumuladas durante la vigilia. Por lo tanto, la falta de descanso adecuado favorece la acumulación de proteínas asociadas al Alzheimer, como la amiloide-beta y la tau, lo que puede derivar a una atrofia en áreas cerebrales responsables de la memoria y la función ejecutiva.
El insomnio crónico también debilita el sistema inmunológico, incrementando la susceptibilidad a infecciones como el resfriado común y la gripe. La reducción en la producción y eficacia de células inmunitarias, como los linfocitos T y los glóbulos blancos, dificulta la respuesta del organismo frente a agentes patógenos y el control de la inflamación. Además, la alteración en la liberación de citoquinas durante el ciclo sueño-vigilia compromete la coordinación de la respuesta inmunitaria, lo que puede tener consecuencias graves para la salud.
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