
El mundo académico se encuentra en una constante búsqueda por avanzar en el conocimiento y ofrecer soluciones prácticas a los desafíos de la sociedad.
Sin embargo, este esfuerzo no está exento de controversias, como lo demuestran los recientes casos de fraude científico que sacudieron a prestigiosas instituciones, aborda una investigación de The Atlantic.
El verano de 2023 trajo consigo una tormenta en la academia cuando Francesca Gino, destacada profesora de Harvard Business School, fue acusada de fraude académico.
La noticia, difundida inicialmente en un blog especializado, señalaba discrepancias en cuatro artículos publicados por Gino y sugería que el alcance del problema era mucho mayor: “Creemos que muchos más artículos escritos por Gino contienen datos falsos, quizás docenas”.
Las acusaciones no solo desencadenaron una investigación interna en Harvard, sino que también repercutieron en toda la comunidad de la psicología empresarial.

Entre los más afectados por las revelaciones estuvo Juliana Schroeder, profesora de psicología y gestión en la Universidad de California, Berkeley.
Schroeder, quien había colaborado siete artículos revisados por pares y presentado 26 conferencias con Gino, se enfrentó a una amenaza directa a su reputación académica. Como explicó Katy Milkman, otra colega de Gino, el impacto puede ser devastador: “Podría arruinar tu vida”.
Para proteger su trabajo y su credibilidad, Schroeder emprendió una auditoría exhaustiva de sus colaboraciones con Gino.
Este esfuerzo pronto se convirtió en una iniciativa más ambiciosa, denominada Many Co-Authors Project, en la que se contactó a todos los coautores de los 138 estudios firmados por Gino para identificar irregularidades y, más importante aún, exonerar a los trabajos legítimos del manto de sospecha que cubría al campo.
Un campo marcado por incentivos y riesgos
La psicología empresarial, conocida por sus hallazgos llamativos y frecuentemente virales, enfrenta problemas estructurales más amplios. Estos van más allá de la crisis de replicación que afecta a otras disciplinas.
Según explicaron varios académicos, los incentivos para producir resultados flashy (ostentosos) fomentaron prácticas científicas cuestionables, como tamaños de muestra insuficientes y el uso impreciso de estadísticas.
“Nadie quiere matar a la gallina de los huevos de oro”, señaló un joven investigador anónimo, sugiriendo que los estándares del campo se debilitaron para no perder su atractivo comercial.

Uno de los primeros artículos auditados por Schroeder fue Don’t Stop Believing, publicado en 2016, que exploraba cómo los rituales simples pueden mejorar el rendimiento al reducir la ansiedad.
Schroeder descubrió irregularidades en los datos de las dos primeras pruebas clave del estudio, que medían el efecto de un ritual antes de que los participantes cantaran una canción de karaoke.
Según explicó, los registros originales de estos estudios no podían encontrarse, pero los datos disponibles mostraban patrones “improbables”, como pulsaciones cardíacas ordenadas de forma anormalmente consecutiva para más de 100 participantes.
Investigadores externos calificaron este patrón como un indicio inequívoco de manipulación: “No hay una explicación inocente en un universo donde las hadas no existen”, dijo Nick Brown, experto en integridad científica.
Sin embargo, las conclusiones sobre quién fue responsable no estaban claras. Aunque los experimentos fueron realizados por Alison Wood Brooks, otra coautora del artículo, Schroeder también admitió haber cometido errores en su propia contribución.

Como explicó en un mensaje público, eliminó puntos de datos sin justificarlo adecuadamente, un procedimiento que en la actualidad sería considerado p-hacking (el uso indebido del análisis de datos para encontrar patrones). La revista que publicó el estudio finalmente retractó el artículo en octubre de 2023.
Otro artículo auditado, Enacting Rituals to Improve Self-Control, publicado en 2018, también resultó tener problemas. Schroeder descubrió que los datos del estudio principal habían sido manipulados, con participantes incorrectamente asignados a diferentes grupos experimentales. Los errores favorecieron la hipótesis del estudio de forma sistemática.
“Es muy probable que los datos hayan sido manipulados”, concluyó Schroeder, aunque atribuyó las irregularidades a posibles errores de sus asistentes de investigación, no a un acto deliberado por su parte.
El escándalo dejó huella en Schroeder, tanto personal como profesionalmente. Reconoció públicamente sus errores y asumió la responsabilidad por los problemas identificados en sus artículos.
“No soy la misma científica que era hace 10 años -dijo. Me hago responsable de corregir cualquier hallazgo inexacto y de actualizar mis prácticas de investigación para hacerlo mejor”.

A pesar de su esfuerzo por limpiar su trabajo y fomentar la transparencia, Schroeder lamentó que la oportunidad para una reflexión más amplia dentro del campo se desperdiciara.
“Fue un momento en el que todos podrían haber revisado sus trabajos y hecho el ejercicio que yo hice. Pero la gente no lo hizo”.
El caso de Francesca Gino y sus repercusiones en la psicología empresarial evidencian la necesidad urgente de fortalecer la integridad científica. Schroeder optó por un cambio cultural en la academia, priorizando la transparencia y la rendición de cuentas.
Sin embargo, el camino hacia la reconstrucción de la confianza será largo, especialmente en un campo donde las presiones por destacar han distorsionado los valores fundamentales de la investigación científica.
En palabras de Schroeder: “Los científicos somos personas imperfectas, y necesitamos hacerlo mejor. Podemos hacerlo mejor”.
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