A los 24 años, en pleno auge de su juventud, Óscar López Arias se vio obligado a frenar en seco. Un dolor inesperado lo condujo a descubrir que tenía un problema cardíaco de nacimiento. La noticia lo sumió en una oscuridad emocional que transformó su visión de la vida.
Pasó de la risa y el teatro a la incertidumbre médica, enfrentando la posibilidad de morir con cada esfuerzo físico. Años después, ya con 47, ha encontrado refugio en la sencillez del campo, donde construye sus propios muebles y cultiva sus alimentos, viviendo sin pretensiones y abrazando lo esencial.
Un episodio cardíaco inesperado a los 24 años

Durante su etapa más activa en el teatro, cuando apenas superaba los 20 años, el actor sufrió un infarto. El diagnóstico fue contundente: una condición congénita lo había expuesto a un riesgo del que ni él ni su entorno tenían conocimiento. A pesar de llevar una vida sin excesos evidentes, su salud le exigió hacer una pausa.
“Cuando descubro todo este episodio, que era un infarto en el corazón y que tenía ahí un tema de nacimiento, mi vida cambió”, afirmó en “¡Habla Chino!”. El parte médico fue claro: cada decisión futura podía ser la última. A partir de entonces, todo cobró otro peso.
Los médicos le ofrecieron dos caminos: una intervención quirúrgica riesgosa o una vida con limitaciones estrictas. Optó por lo segundo. “Me dijeron que podía vivir como un monje tibetano. Preferí ver qué pasaba sin intervención”. Fue una decisión que implicó dejar atrás varias cosas, entre ellas la vida agitada de la ciudad y algunos planes profesionales.
El impacto no fue solo físico. El diagnóstico lo empujó a una depresión profunda. “A los 22 años, ver a gente de 80 o 90 años peleando por seguir vivos mientras uno apenas empieza a vivir, es devastador.” Esa etapa marcó una reconfiguración de sus prioridades.
La vida en redes sociales

Con el paso de los años, el actor ha mantenido presencia pública. En redes sociales se le ve con sus perros, entre montañas, o en espacios rurales. Sin embargo, advierte que esos fragmentos no cuentan la historia completa. “El 80% de mi vida no es lo que tú ves en Instagram. Ves 15 segundos, pero eso no determina lo demás.”
Esa distancia entre la imagen proyectada y la experiencia real lo ha hecho más cauto. Aunque reconoce que ha tenido momentos de desborde, afirma que ha sabido mantenerse dentro de límites saludables. Su historia no ha estado marcada por excesos, pero sí por decisiones calculadas tras aquel episodio de salud.
Actualmente reside en el campo. Desde allí, asegura haber encontrado un ritmo de vida que le permite mantenerse estable. La actividad física no parte del ejercicio por obligación, sino del trabajo que exige construir su propia vivienda o cosechar alimentos. “Lo que hago en el campo es mi meditación, mi terapia”, afirma.
El vínculo con la naturaleza, el cultivo de alimentos y el trabajo manual se han convertido en prácticas regulares. Desde ese espacio, ha construido no solo estructuras, sino nuevas formas de entender el tiempo y el valor de la simplicidad.
Un oficio manual que surgió como alternativa al camino actoral

Aunque la actuación fue el camino que le dio visibilidad, el actor sostiene que no fue una vocación elegida con convicción. La describe como una alternativa que surgió por las circunstancias, no por una decisión meditada. “Nunca fue algo que decidí con claridad. Fue una posibilidad más entre muchas”, reconoce.
Su reflexión lo lleva a cuestionar cómo se eligen las profesiones en la juventud. “A los 16 años, sin experiencia real de vida, no puedes decidir qué vas a hacer el resto de tu existencia”. Critica la idea de que una carrera se define desde una prueba de aptitudes sin vivencias previas.
Hoy, lejos de los sets, se siente más cercano al trabajo forestal. De hecho, asegura que si hubiera conocido el oficio a tiempo, habría seguido otro rumbo. "Si me hubieran dicho ‘ingeniero forestal’ a los 20 años, yo habría sido feliz". El contacto con los materiales, la madera y las herramientas, lo llevó a descubrir una vocación que nunca imaginó.
Actualmente toma talleres de carpintería con el objetivo de perfeccionar sus habilidades. Más allá de lo técnico, para él es una forma de construir una vida que no depende del consumo, sino del hacer. Su casa, sus muebles, su comida: todo forma parte de un estilo de vida deliberadamente más austero.
Sin acumulación ni competencia

La lógica de tener, acumular y competir ha sido descartada por completo. “¿Cuál es la necesidad de tener y tener? ¿Con quién compites si no es contigo mismo?” Con esta premisa organiza su día a día. Sin grandes ingresos ni planes ambiciosos, afirma que vive con poco y en tranquilidad.
Rescata animales, cultiva su huerto, recoge huevos de sus gallinas y se mantiene al margen de los circuitos urbanos tradicionales. Aunque reconoce que esa vida no es para todos, insiste en que cada persona debe encontrar su propio modelo. “No todos tienen que hacer lo mismo. No todos tienen las mismas habilidades.”
Critica también el deseo de replicar la vida de otros como si se tratara de un estándar. “Si voy a desear la vida de otra persona, estoy en un error”. Sostiene que el talento puede expresarse de múltiples formas, no solo desde los espacios visibles como el arte o la música.
Para él, usar las manos, aprender oficios y vivir con menos son formas válidas de construir una existencia plena. “No todos tienen que tener la habilidad de cantar o de actuar. Puedes usar tus pies, tus manos, tus dedos. Hay otras formas de existir”.
Sin buscar ser ejemplo, su testimonio traza una trayectoria marcada por una emergencia médica, una serie de decisiones conscientes y una forma de vida que privilegia lo esencial.