¿Pagará alguien alguna vez por el estrago educativo?

Uno de cada dos chicos de 3er grado no entiende un texto básico, según datos de Argentinos por la Educación, pero empieza el año y los pedagogos están hablando de “intensificación” y de enseñar “emociones”. Transmitir conocimientos sería algo anticuado

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Uno de cada dos chicos
Uno de cada dos chicos de 3er grado de primaria no comprende un texto básico

En agosto de 2022, Arturo Pérez Reverte expresó en una columna su deseo de que hubiera en España un juicio de Nüremberg por crímenes contra la Educación, “un ajuste de cuentas con los responsables del disparate en que se han convertido nuestros colegios y universidades”.

Políticos y pedagogos tienen la manía de reformar la educación. Quieren innovar, cuando lo que se necesita es restaurar. Llevamos varias décadas dejando de lado lo que funciona. Hoy los alumnos ya no aprenden a leer y escribir en tiempo y forma pero los reformadores creen que hay que enseñar “emociones”.

Demasiados chicos llegan al secundario sin estar correctamente alfabetizados, y un alarmante porcentaje egresa del sistema sin las herramientas necesarias para ir a la universidad o desenvolverse correctamente en el mundo laboral.

Uno de cada dos chicos de 3er grado de primaria no comprende un texto básico, según datos de la organización Argentinos por la Educación. Eso no impide a los pedagogos seguir diseñando planes que sólo apuntan a un mayor facilismo, a rebajar la exigencia, disminuir contenidos y eliminar evaluaciones.

Como afirmó Hannah Arendt en La crisis de la educación, ésta debe ser por esencia conservadora, porque su misión es transmitir al niño un pasado, una tradición, poner a su disposición el acervo cultural de la humanidad.

Hannah Arendt afirmaba que la
Hannah Arendt afirmaba que la educación debía ser "restaurada"

La idea, muy demagógica y tentadora para los políticos, es que tenemos una escuela que no se adapta a los cambios, que no prepara a los chicos para el siglo XXI, y que bastaría con enseñarles informática e inglés porque el conocimiento está a disposición de todos.

No se trata aquí de ningún distrito en particular; en todas partes se cuecen habas, aunque algunas provincias están a la vanguardia de estos desastres.

La única luz en este interminable túnel en el que está encerrada la educación argentina es el compromiso asumido a fines de 2023 por todas las provincias de poner el acento en la alfabetización temprana, campaña promovida por la asociación Argentinos por la Educación y objetivo asumido por la Secretaría de Educación de la Nación y llevado al Consejo Federal. Los resultados de las primeras evaluaciones provinciales de esta política estará disponibles en pocos días.

¿Será el 2025 el año del fin del delirio y la vuelta a la realidad? Me lo preguntaba el otro día en relación al wokismo. Me lo pregunto ahora respecto de la escuela, que hace décadas viene siendo invadida por teorías sin fundamento y experimentaciones didácticas cuyo fracaso compromete el futuro de los niños y adolescentes argentinos. Y ahonda la grieta social, al revés de lo que se proclama.

Que el 2025 sea el fin del mito de que el niño aprende solo, de que no hay que usar la memoria ni aburrir con ejercicios repetidos, de que calificar discrimina, de que tomar examen es una violación a los derechos humanos, de que la disciplina es cosa fea, feísima. Basta con eso de que la escuela debe enseñar “habilidades” y no ciencia concreta. “Conocimientos y competencias son las dos caras de una misma moneda. Ni se puede pensar en serio sobre información ausente, ni se puede ser cardiólogo sin conocimientos”. dice el filósofo, profesor e investigador español Gregorio Luri (El Periódico 29/8/25), autor de “Prohibido repetir”.

"Conocimientos y competencias son las
"Conocimientos y competencias son las dos caras de una misma moneda", dice Luri. Es imposible enseñar "habilidades" en abstracto

Voy a comentar aquí algunos de los planteos de este especialista y de otra académica española, Alicia Delibes, porque dicen de manera rigurosa y sistemática las cosas que a cualquiera le puede dictar el sentido común de que carecen los teóricos de la educación, y porque lamentablemente entre nosotros -salvo contadísimas excepciones- no se produce una literatura crítica del pedagogismo actual, ni existe -una cosa lleva a la otra- un debate serio sobre las verdaderas causas de la “mala educación”.

Los chicos no entienden lo que leen pero los pedagogos creen que deben aprender a resolver conflictos y manejar emociones. Se pone el carro delante del caballo. Es el conocimiento el que da al alumno confianza en sí mismo; cuanto más se sabe, más se puede cuestionar, crear, resolver… Y para que el niño adquiera esos conocimientos hace falta un maestro, disciplina y esfuerzo.

“No hay pedagogía que sustituya los codos”, en palabras de Luri.

La crisis educativa argentina no obedece a factores socioeconómicos sino ideológicos. Es antes que nada resultado de la adherencia a nuevos “paradigmas”, es decir, nuevos dogmas fuera de los cuales nadie tiene derecho a pensar.

Por caso, el dogma de la no repitencia, cada vez más extendido. Ya casi no hay modo de evaluar si el alumno ha adquirido realmente los conocimientos y el docente que se atreve a desaprobar a un estudiante puede muy bien ser desautorizado en una “intensificación”, cínico oxímoron que designa exactamente lo contrario: una rebaja de la exigencia, una atenuación de contenidos. El estudiante que no aprueba una materia -por no asistir a clase o no esforzarse-, irá en diciembre o al año siguiente al colegio a un par de encuentros con otro docente que le hace hacer un “trabajito” sobre algún punto del programa, y listo. Materia aprobada. Y aunque no “intensifique”, en muchos distritos de todos modos pasará de nivel y entonces deberá “intensificar” mientras cursa otras materias. Irreal. Y una estafa. Para él, porque le certifican un saber no adquirido. Para los demás, que aprobaron en tiempo y forma, porque el mensaje es que son unos tontos.

Los exámenes han pasado de
Los exámenes han pasado de moda; ahora se llaman intensificaciones (Alberto Ruiz / Europa Press)

Ni los promotores de enseñar habilidades emocionales saben bien de qué hablan. Como dijo Gregorio Luri (en entrevista con El Periódico 29/8/25), para “salvar la escuela” hay que dejar atrás las emociones en el aula y recuperar el conocimiento puro. Cuestiona algo a lo que me he referido en notas anteriores: el pedagogismo. Nunca hubo tantos “especialistas” en ciencias de la educación y nunca anduvo tan mal la escuela. “El conocimiento ha perdido centralidad, ahora está en lo afectivo, lo emotivo -dice Luri-. El maestro debería saber perfectamente cómo enseñar. Ahora bien, cómo ser feliz y cómo tener equilibrio emocional…”

El aula no es una terapia de grupo, pero el maestro que enseña fortalece emocionalmente a sus alumnos.

Empecemos por el principio: no se puede restaurar la escuela si primero no se restaura la autoridad del maestro. Autoridad en dos sentidos: disciplinaria y pedagógica. Hoy no tiene ninguna de las dos. El sistema no lo respalda desde que eliminó todo régimen de sanciones. Tampoco se respetan sus decisiones pedagógicas, como vimos.

La otra desautorización es ideológica: uno de sus promotores es Jacques Ranciere, que en 1987 publicó El maestro ignorante, libro en el cual despliega la tesis de que todos los hombres tienen igual inteligencia y que se puede aprender solo, sin un maestro explicador. Lo grave no es que este señor pergeñara esto, sino que, por ejemplo, la OCDE ha adoptado este punto de vista. “Esta organización asegura que el maestro no puede ser representante del saber porque el saber cambia”, explica Luri. Para la OCDE, el maestro debe ser “un acompañante del niño para que éste construya sus propios saberes”.

“Me parece una aberración -sentencia Luri-. El conocimiento ha perdido autoridad. Los conocimientos cambian, dicen. No es cierto. Las matemáticas no cambian. Tener un conocimiento sobre historia o geografía no cambia. Napoleón va a seguir estando ahí. Fíjate si esto lo aplicamos al médico y se convierte en un acompañante de tu salud”.

Jacques Ranciere, autor de El
Jacques Ranciere, autor de El maestro ignorante

Es la misma idea que tienen nuestros pedagogos locales que llegan a decir que el problema de la educación argentina es que es enciclopedista… ¿En qué país viven? Si lo fuera, bastante se aprendería. ¿Qué tiene de malo la enciclopedia? En papel o virtual, es un compendio del saber universal. Pero, según la pedagogía demagógica en boga, “hay que romper el modelo enciclopedista”.

El vaciamiento de contenidos -“adelgazamiento” decía un ex ministro, y no en chiste- es, dice Luri, “un factor de desigualdad terrible”. Muy simple: la familia que tiene recursos paga refuerzos, cursos paralelos, clases particulares, colegio privado, etc.

Es evidente, no necesita demostración, que este sistema “inclusivo” perjudica al más pobre. Sin embargo, los promotores del Viva la Pepa educativo dicen que lo hacen en nombre de la inclusión, cuando en realidad están destruyendo la única herramienta que tiene el chico pobre para salir adelante y no ser un excluido en el futuro.

En la Argentina esa escuela escalera social existió y funcionó muy bien, hasta que la pedagogía de la compasión metió la cola y, partiendo de la idea, falsa y bien elitista, discriminadora, de que el chico pobre no va a aprender, decidió que era mejor darle una palmadita en el hombro y hacerlo atravesar toda la escuela sin enseñarle, pero “incluido”.

“El sistema educativo está roto, porque mantiene a los niños pobres en la pobreza”, sostiene Katharine Birbalsingh -sí, en Gran Bretaña también-, docente con amplia experiencia en escuelas públicas de los suburbios londinenses y autora de To Miss with Love (2011). También habló de una “cultura de excusas, de bajo nivel de exigencia (...), de un mar de burocracia [y] del caos de las aulas”. Todo parecido con nuestra realidad no es casualidad.

Katharine Birbalsingh denuncia una “cultura
Katharine Birbalsingh denuncia una “cultura de excusas, de bajo nivel de exigencia, un mar de burocracia y caos en las aulas”

Tal vez educación emocional significa malcriar a un niño haciéndole creer que aprender no depende de su esfuerzo y que si le va mal nunca será su responsabilidad.

Ahora bien, hay una educación del carácter que la escuela cumplía pero que es imposible sin disciplina. La escuela enseña cosas de modo directo -matemática, lengua, geografía, historia, química, etc- y otras de modo indirecto. La rutina escolar, con sus reglas, horarios, disciplina, enseña al chico a controlar sus emociones. Hay un momento para jugar y reír, otro para concentrarse y prestar atención.

Pero si la escuela renuncia a imponer disciplina y a sancionar al que no cumple las reglas, difícilmente los chicos aprendan a relacionarse correctamente con sus pares y con los adultos, a respetar al otro, a controlar sus impulsos, a no tomar de punto a un compañero, etc. No hay espacio para desarrollarlo aquí pero la epidemia imparable del bullying tiene mucho que ver con la ausencia de autoridad.

Gregorio Luri también advierte: “Es muy difícil innovar en educación. Cualquier iniciativa que se autodenomine innovación educativa debería repasar la historia para comprobar si hubo en el pasado experiencias de ese tipo y tuvieron éxito o fracaso”.

Una precaución elemental ausente en las reformas que se imponen aquí.

Y en cuanto a las ideas brillantes de los innovadores, dice: “Se oyen cosas terribles. Dicen que la memoria no importa, eso me duele. Lo del aprendizaje no memorístico es un timo (..). Cuantos más conocimientos tengas asimilados más pegados se te quedan los nuevos. Si hay alguna pericia general para todos los saberes, es la de hincar los codos”.

Elemental.

No hay aprendizaje sin concentración,
No hay aprendizaje sin concentración, esfuerzo y memoria (Getty Images)

Todo está en internet, dicen algunos. Basta darle al chico una herramienta -laptop, celular…- para que se apropie del conocimiento. “El peligro es, efectivamente, que todo está internet -dice Luri- menos el criterio para seleccionar lo relevante, que si no está en mí, no está en ningún sitio”.

¿Qué es lo que permite a un estudiante discernir la información fiable de la que no lo es, lo importante de lo secundario? Son los conocimientos previos que tiene. Las categorías de observación de la realidad que le fueron brindando sus maestros y profesores en cada materia. Esto mismo vale y valdrá para la inteligencia artificial. Salvo que la idea sea que los chicos no piensen porque ya todo fue pensado por otros y el robot se lo pone a disposición.

Alicia Delibes es autora de “El suicidio de Occidente”, cuyo subtítulo es muy elocuente: “La renuncia a la transmisión del saber”. Licenciada en Ciencias Exactas y con experiencia como docente de matemática en secundaria. Es autora de otro libro de título igualmente significativo: La gran estafa. El secuestro del sentido común en la educación.

La autora señala que las ideas progresistas son las responsables de la degradación de la educación, pero a la vez constata que la derecha, los liberales, las han adoptado.

El problema principal es que la transmisión de saberes ya no es el eje que articula a la escuela. Ideas rousseaunianas triunfaron en los Estados Unidos de los años 60 -algo que también constataba Arendt y que la llevó a escribir su ensayo La crisis de la educación- y hoy es el modelo que predomina en casi todo el mundo occidental.

El Movimiento de la Educación Progresista de John Dewey fue el motor de la difusión de estas teorías en Estados Unidos, luego exportados a Europa, donde poco después Mayo del 68 -prohibido prohibir- las consagraría.

En un artículo en Nueva Revista, Angel Vivas cita a Delibes: “Hoy resulta casi imposible hablar de selección de los mejores, de exámenes, de esfuerzo o de afán de superación. [Pero] no hay escuela si no hay conocimientos que se quiera transmitir, profesores cualificados para transmitirlos y una institución cuya función sea velar por que esa transmisión se realice”.

Los resultados de PISA -y esto vale para Europa pero también para nuestra región- confirman año a año que el abandono de los métodos tradicionales de enseñanza ha sido un error gravísimo. “La autora -dice Vivas-- aboga por recuperar la disciplina y la autoridad de los profesores, hacer hincapié en el esfuerzo individual y en la transmisión de conocimientos, y reconocer el valor de los exámenes, como método para controlar la adquisición de conocimientos y estímulo para el estudio”.

Delibes denuncia también el “adoctrinamiento en el wokismo”, por una escuela que día a día abandona un poco más su función esencial a la vez que invade la esfera familiar. Los contenidos de la ESI y el espacio creciente que se le quiere dar en el currículum a algo que debería limitarse a dos o tres charlas por año -como se venía haciendo- confirman esto.

“La pasión por la igualdad ha matado el deseo de superación, la valoración del esfuerzo y el reconocimiento del mérito. Vamos a una sociedad de mediocres en la que se procura que nadie sepa más que nadie”, dice Delibes. “Y la única forma de asegurar una educación en igualdad y, al mismo tiempo, fomentar la excelencia, es con una enseñanza exigente”, agrega.

Lo otro es paternalismo, es un buenismo pedagógico que lleva al desastre.

La autora es más bien pesimista porque aunque algunos países intentaron algunas reformas contrarias a estos dogmas progresistas, “resulta casi imposible la reconstrucción de la enseñanza”.

Las reformas en la escuela
Las reformas en la escuela argentina siguen inspiradas por un facilismo educativo que promueve una falsa inclusión a costa de la calidad educativa

No le falta razón. Cuando vemos que aquí las nuevas reformas siguen inspiradas en estas ideas, no hay mucho espacio para el optimismo.

“El culto a las nuevas tecnologías, el multiculturalismo, el ecologismo, el feminismo y todos los demás ismos, con el wokismo como síntesis de todos ellos, están llamados a ser, dentro de los dogmas políticos de la izquierda del siglo XXI, los ingredientes de la nueva pedagogía progresista”, escribe Delibes.

Todos esos temas van sustituyendo los contenidos esenciales que, si no los transmite la escuela, difícilmente los chicos puedan acceder a ellos por otras vías.

“Escribo hoy con extrema indignación”, decía Pérez Reverte en la columna en la que pedía juicio y castigo. Constatando, pesimista como Delibes, que “la reparación es imposible”, aspiraba “al menos (a) conseguir venganza”.

El escritor Arturo Pérez-Reverte. (Atresmedia)
El escritor Arturo Pérez-Reverte. (Atresmedia)

Uno de los cargos formulados, por ejemplo, fue “la sucia contumacia con que se empeñan, no en elevar el nivel de los alumnos hasta la excelencia, sino en rebajar el nivel de la excelencia hasta la mediocridad”. “Lo que incentivan esos imbéciles -seguía el alegato- es la indiferencia y el mínimo esfuerzo, penalizando a los que de verdad estudian y luchan por conseguir la excelencia; reventando a los mejores y premiando a los vagos y los mediocres”.

“¿Cómo no maldecir la ineptitud y cinismo de los gobernantes, la sumisión cobarde de centros escolares y universidades, la complicidad idiota de tantos padres, la hiperprotección que dejará a los chicos indefensos cuando la vida real llame a la puerta?”, preguntaba Pérez Reverte.

“¿Cómo no encolerizarse?”, insistía.

ES lo que hace falta aquí. Cólera. Indignación. De los maestros y profesores, cuya autoridad docente no es respetada. De los padres, que confían sus hijos a una escuela que no los instruye pero quiere adoctrinarlos. De todos los argentinos, porque el fracaso de la escuela lo paga el país entero.