Día Mundial de la Obesidad

Rompiendo mitos y avanzando hacia soluciones integrales

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obesidad infantil, nutrición, alimentación, sedentarismo, niñez y nutrición, sobrepeso en infantes, infancia (Imagen Ilustrativa Infobae)

En el marco del Día Mundial de la Obesidad, celebrado cada 4 de marzo bajo el auspicio de la Federación Mundial de la Obesidad, es fundamental reflexionar sobre la naturaleza y el tratamiento de esta enfermedad que afecta a millones en todo el mundo.

El trastorno del peso corporal va más allá de la fuerza de voluntad o el autocontrol. Se trata de un trastorno inflamatorio complejo, caracterizado por un exceso de grasa corporal. Su desarrollo está influenciado por una variedad de factores, entre ellos el estrés, la regulación del apetito, la predisposición genética y el consumo de alimentos procesados. Estos elementos interactúan de manera multifacética, contribuyendo a la complejidad de la condición.

El principal objetivo de esta jornada es concienciar y promover acciones concretas que prevengan y, en la medida de lo posible, reviertan la obesidad a nivel global. Esta enfermedad no solo eleva el riesgo de padecer complicaciones graves como diabetes, trastornos cardiovasculares y ciertos tipos de cáncer, sino que también afecta profundamente la calidad de vida de quienes la sufren.

Ante este escenario, resulta imprescindible adoptar un enfoque integral que contemple diversas opciones terapéuticas. Además de fomentar hábitos saludables, es fundamental atender los aspectos psicológicos y gestionar adecuadamente el estrés. Esto implica el uso de terapias psicológicas, programas de asesoramiento nutricional y la implementación de actividades físicas adaptadas, elementos que en conjunto potencian la efectividad del tratamiento y elevan la calidad de vida de los pacientes.

En los últimos años, se han incorporado opciones terapéuticas farmacológicas innovadoras que han demostrado un impacto positivo en la regulación del apetito y en la reducción de los riesgos cardiometabólicos asociados a la obesidad. Sin embargo, si bien estos tratamientos representan un avance significativo, no pueden considerarse una solución única. La adopción de un estilo de vida saludable, que incluya una alimentación equilibrada y la práctica regular de actividad física, sigue siendo la base fundamental para el mantenimiento del descenso de peso y el control de esta enfermedad crónica a largo plazo.

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Un hombre se mide la cintura con una cinta métrica (AP Foto/JoNel Aleccia)

Un cambio significativo en la forma en que se diagnostica la obesidad ha comenzado a implementarse en la comunidad científica y médica. Se está dejando de utilizar el Índice de Masa Corporal (IMC) como único criterio de diagnóstico, para dar paso a definiciones más precisas como “obesidad clínica” y “obesidad preclínica”.

La obesidad clínica se refiere a una enfermedad sistémica crónica donde el exceso de adiposidad provoca alteraciones en la función de órganos y tejidos, aumentando el riesgo de complicaciones graves como infartos y enfermedades cardiovasculares. Por otro lado, la obesidad preclínica se caracteriza por un exceso de grasa corporal sin síntomas evidentes, aunque con un alto riesgo de desarrollar enfermedades metabólicas a futuro.

Esta nueva perspectiva busca que el diagnóstico individual se base en mediciones directas de grasa corporal y en parámetros antropométricos más precisos, como la circunferencia de la cintura o la relación cintura-altura, en lugar del IMC, que se mantendrá sólo para estudios poblacionales. Este enfoque permitirá una identificación más temprana y un tratamiento más personalizado para quienes presentan riesgos asociados al exceso de adiposidad.

Es alentador observar el progreso en el ámbito legislativo y de políticas públicas en Argentina. Ejemplos claros de esto son la ley 26.396, que declara de interés nacional la prevención y control de los trastornos alimentarios, y la resolución 1420/2022, que amplía las coberturas y prestaciones para el tratamiento de la obesidad. Estos avances representan pasos significativos hacia una atención más integral de esta enfermedad en nuestro país.

El cortisol, conocido como la hormona del estrés, es producido por las glándulas suprarrenales y se activa en momentos de ansiedad. Durante la pandemia y los subsiguientes periodos de confinamiento, se observó un aumento significativo en los niveles de angustia en la población. Este estado de nerviosismo prolongado ha sido asociado con el incremento de peso y la redistribución de la grasa corporal, especialmente hacia áreas como la grasa abdominal, lo que genera mayor riesgo de padecimientos cardiovasculares.

El sedentarismo puede llevar a un consumo desordenado de alimentos poco saludables, empeorando la situación. Además, la ansiedad puede afectar nuestro ritmo circadiano, perturbando nuestro reloj biológico y contribuyendo así a hábitos alimenticios poco saludables. Por otro lado, el estrés puede impactar nuestras emociones al activar el cortisol, que influye en la amígdala, una región cerebral clave para regular nuestras respuestas emocionales. Esto puede intensificar la ansiedad y otras reacciones emocionales.

El creciente desafío del sobrepeso demanda un abordaje integral que atienda tanto los aspectos físicos como los emocionales y sociales. En la práctica clínica es vital ofrecer un diagnóstico preciso y un tratamiento completo que incluya cambios en el estilo de vida, una alimentación equilibrada, actividad física adaptada y, en algunos casos, intervención farmacológica. Sin embargo, estos esfuerzos se ven dificultados por el estilo de vida moderno y la omnipresencia de alimentos procesados.

Finalmente, la presión de estándares de belleza poco realistas contribuye a la discriminación hacia las personas con obesidad, perpetuando un ciclo de exclusión. Resulta crucial desafiar estas percepciones distorsionadas y promover una comprensión empática de esta compleja enfermedad, abriendo el camino hacia entornos más inclusivos y accesibles que respalden estilos de vida saludables y el bienestar integral de todas las personas.