
El primero de mayo de 1974, Juan Domingo Perón pronunció un mensaje del Poder Ejecutivo Nacional frente al Congreso de la Nación. En el mismo, el expresidente detalla – fiel a su estilo- un ordenamiento de las temáticas y los actores frente a la gran crisis que vivía la Argentina. Con el objetivo de abordar estas ideas, comparto un fragmento donde se refiere a la juventud argentina:
“(…) El fin es la unión de la juventud argentina sin distinciones partidarias; y el camino es el del respeto y la lucha, ardorosa sí, pero por la idea”.
Siempre ha sido una tarea compleja interpretar al líder del justicialismo argentino. Muchos teóricos o intelectuales pecan, quizás por sus buenas intenciones en términos de accesibilidad, en reducir el pensamiento peronista a pequeñas frases armadas (y conocidas por todos). Sin embargo, tenemos que realizar el esfuerzo de profundizar sobre la lectura política que dictó Perón sobre las instituciones, las ideas y los protagonistas, ya que, de esa profundización, se extraen los componentes ideológicos más relevantes de la praxis partidaria en el S.XXI en Argentina.
En el caso particular de los debates sobre la juventud y las tensiones que observó Perón para mediados de la década del setenta, estos forman parte del ciclo de discusiones que nunca cierran para mantener actualizada la doctrina. No obstante, ya en esos años, el primer justicialista anunciaba la necesidad de Unidad Nacional. Dicha unidad, que debía establecerse en todos los estratos de la sociedad, no escapaba del conflicto de las ideas, por el contrario, las profundizaba, amparados en el contexto democrático que al tiempo iba a expirar.
La actualidad busca sentenciar este axioma. En primer lugar, el peronismo – y su versión kirchnerista entre el 2003-2015- siempre han demostrado la capacidad de interpelar a las juventudes argentinas. Esto se debía, principalmente, a la promesa de cambio. Cambio, en el sentido revolucionario de la palabra, uno que incorporaba a todos y proponía un horizonte esperanzador. Esa euforia sobre la realidad inmediata hoy le escapa al justicialismo. Y, por el contrario, se regocija dentro del personalismo del presidente Javier Milei.
En segundo lugar, la juventud política ya no discute ideas. El campo de lucha, el que quiso definir Perón como Platón por fuera de lo sensible, se centra en la fragilidad y obsecuencia. Un usuario, hace algunos días, escribió en Twitter:
“Vi las mejores mentes de mi generación destruidas por confundir orgánica con obsecuencia” (@luiseduesquivel en X)
Este flagelo no es estrictamente justicialista, por el contrario, se puede evidenciar el estricto verticalismo ideológico en las filas del oficialismo y, aunque muchas veces se quiera pretender que la lealtad es afirmar ciegamente, dicha actitud afecta la renovación y, por lo tanto, la competitividad de las viejas estructuras partidarias. A partir de este diagnóstico, con una pizca de desesperanza debo admitir, es menester reafirmar ciertas prácticas justicialistas, que se presentan en la doctrina, y hoy algunos pretenden olvidar.
El acto del Partido Justicialista en Moreno refleja una de las dos grandes armas que tiene el peronismo para volver a conducir los destinos de la República: la unidad. Sin embargo, unidad sin renovación en el plano de las ideas puede conducir a un proceso profundo de desapego y falta de competitividad en el rango joven lo que, sin ninguna duda, puede desencadenar en la extinción.
Unidad y renovación en el plano de las ideas. Dos elementos propios del justicialismo que hoy están desencontrados. ¿Habrá un elemento unificador? De eso depende que la juventud vuelva a entender el peronismo como un agente transformador, de cambio, y no – por el contrario- como un mero peón del status quo.
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