
El 30 de abril de 2008, Día del Niño en México, Culiacán se convirtió en escenario de los primeros enfrentamientos abiertos entre dos poderosas facciones del narcotráfico: el Cártel de Sinaloa, liderado por Joaquín “El Chapo” Guzmán e Ismael “El Mayo” Zambada, y el grupo de los hermanos Beltrán Leyva, encabezados por Arturo Beltrán Leyva.
El hijo de El Mayo, Vicente Zambada Niebla, alias “El Vicentillo”, fue testigo y uno de los protagonistas de los hechos que marcaron ese rompimiento.
En su libro El Traidor: el diario secreto del hijo del Mayo, la periodista Anabel Hernández recoge el testimonio de Vicente Zambada, quien narró cómo ese día, mientras celebraba en una casa de campo a las afueras de Culiacán junto a sus hijos, sobrinos, cuñados y amigos, un comando intentó atacarlo.
Ese atentado no fue un hecho aislado: fue la muestra clara de la fractura que ya se había gestado desde la captura de Alfredo Beltrán Leyva, “El Mochomo”, en enero de ese mismo año, hecho que sus hermanos interpretaron como una traición por parte de sus antiguos aliados.
Una fiesta familiar que terminó en balacera

Mientras transcurría la reunión, Vicentillo fue alertado por sus escoltas: hombres armados de los Beltrán Leyva, según su versión, se dirigían hacia la propiedad. Aunque solo contaba con ocho guardias distribuidos en dos vehículos, la defensa de la casa se activó de inmediato. Los escoltas repelieron el ataque, logrando contener la agresión inicial mientras pedían refuerzos.
Durante el enfrentamiento, cuatro de los atacantes resultaron muertos y dos de los hombres de Vicentillo heridos. Zambada Niebla relató que ordenó a las mujeres y los niños resguardarse dentro de la casa mientras sus hombres trataban de mantener el control de la situación. Aunque logró salir ileso, ese atentado dejó claro que la ruptura entre las dos facciones era total.
Además del peligro físico, Vicentillo narró también el impacto emocional que vivió en ese momento. Mientras trataba de controlar la situación, sintió un profundo hartazgo de la vida que llevaba. Rodeado por sus hijos y su familia, entendió que ni siquiera un día de celebración podía estar libre de violencia.
“En ese momento me sentí harto de todo. No podía tener una vida normal con mi familia. Ni siquiera un día como ese podía celebrarse tranquilo”, se lee en el libro, que recoge el diario que escribió durante su estancia en prisión en Estados Unidos.
Ese pensamiento fue una de las primeras reflexiones que, tiempo después, lo llevarían a cuestionar el camino que había seguido como parte del cártel, aunque aún faltaban varios años para que decidiera colaborar con las autoridades de Estados Unidos como testigo y, luego, pudiera vivir una nueva vida desde cero, lejos del narcotráfico.
La guerra estaba planeada desde antes

Si bien la detención de Alfredo Beltrán Leyva fue el punto de ruptura, según los testimonios de Vicente Zambada y los informes de autoridades mexicanas y estadounidenses, la ofensiva de los Beltrán no fue una reacción improvisada ni inmediata. Arturo Beltrán Leyva y su círculo cercano ya habían contratado sicarios y los habían instalado en casas de seguridad en Culiacán. La misión era clara: asesinar a los hombres de El Chapo y El Mayo.
Los Beltrán Leyva habían sido, hasta ese momento, uno de los brazos armados más importantes del Cártel de Sinaloa, con presencia en estados estratégicos como Oaxaca, Guerrero, Michoacán, Nuevo León, Sonora y Baja California. Además de acusar a Guzmán Loera de traición, decidieron reforzar su ofensiva aliándose después con Los Zetas, el Cártel de Juárez, liderado entonces por Vicente Carrillo Fuentes, y el Cártel de Tijuana, del clan Arellano Félix.
Esta coalición incrementó la capacidad de fuego y extendió el conflicto más allá de Sinaloa, llevando la violencia a otras regiones del país.
Narcos y policías, un solo ejército

Después del ataque, El Mayo Zambada y El Chapo Guzmán decidieron responder sin desatar un enfrentamiento directo entre sicarios. Optaron por entregar información a la Policía Federal Preventiva sobre las casas de seguridad donde los pistoleros de los Beltrán Leyva estaban escondidos en Culiacán, buscando evitar que la guerra desbordara las calles de manera indiscriminada.
“Habían decidido que iban a ayudar a la Policía Federal Preventiva con algunas redadas para arrestarlos”, escribió Vicentillo. “Si mandaban a su propia gente, la guerra sería incluso peor”.
La tarea de localizar esas viviendas fue encomendada a Vicente Zambada y a Juan Guzmán Rocha, alias “El Juancho”, primo de El Chapo. Después de obtener las direcciones, se las entregaron a Dámaso López Núñez, conocido como “El Licenciado”, quien las compartió con las fuerzas federales.
Anabel Hernández describe este episodio como “policías y narcos unidos en un solo ejército”, pues algunos sicarios del Cártel de Sinaloa acompañaron a los agentes federales, disfrazados de policías, para guiar las operaciones.
Ese mismo día, el 30 de abril, se llevaron a cabo cinco redadas simultáneas. En cada casa había entre seis y nueve sicarios con armas de grueso calibre. En la última de las viviendas se produjo una fuerte resistencia. El enfrentamiento se prolongó por alrededor de cuatro horas y fue necesaria la intervención del ejército. El saldo final fue de 13 detenidos.
Una guerra sin retorno

A partir de ese momento, la violencia entre ambos grupos se desató sin freno. Los Beltrán Leyva, junto a sus nuevos aliados, respondieron con una serie de ataques en todo el país. Las calles de Sinaloa, Sonora, Chihuahua y otras entidades se convirtieron en zonas de guerra.
Según informes de autoridades federales de México y de Estados Unidos, Alfredo Beltrán Leyva había sido uno de los principales operadores del Cártel de Sinaloa, encargado de corromper a policías y militares para garantizar la protección de los cargamentos. Tras su detención, sus hermanos acusaron a Guzmán y a Zambada de haber facilitado su captura.
La guerra entre el Cártel de Sinaloa y los Beltrán Leyva no tuvo un cierre formal, pero la etapa más violenta del conflicto concluyó tras la captura de Héctor Beltrán Leyva en 2014. Estas dos caídas desarticularon la estructura central del grupo, que se fragmentó en varias células menores y perdió gran parte de su capacidad de operación.
Aunque algunas facciones ligadas al clan continuaron activas en estados como Guerrero y Morelos, la confrontación directa con el Cártel de Sinaloa perdió fuerza a partir de esos años, dando paso a nuevas disputas entre otros grupos del crimen organizado.
Hoy día algunas de sus estructuras logran sobrevivir, como la de Fausto Isidro Flores Meza, alias “El Chapo Isidro”.