
El rancho localizado por el colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco en el municipio de Teuchitlán, a aproximadamente una hora de Guadalajara, operaba como un centro clandestino de adiestramiento criminal y exterminio, así lo han confirmado testimonios recabados por el grupo.
En el rancho fueron halladas tres fosas clandestinas con restos humanos, más de 200 pares de zapatos, montones de ropa, mochilas, libros, carteras y diversos objetos personales, además de al menos tres hornos crematorios rudimentarios.
También se encontraron casquillos percutidos, cargadores de armas de alto calibre, esposas metálicas, restos de droga espolvoreada, un altar a la Santa Muerte con elementos de santería cubana, y estructuras diferenciadas como un cuarto denominado “la carnicería”, donde se realizaban ejecuciones y desmembramientos, y otro identificado como “la oficina”, donde había ropa distinta.

El lugar también incluía un galpón techado con lámina donde dormían más de 200 reclutas presuntamente del Cártel Jalisco Nueva Generación (CJNG), que estaban hacinados; estructuras de entrenamiento físico, un laberinto y botes metálicos enterrados que podrían contener restos humanos.
Según detalló Indira Navarro, líder del colectivo Guerreros Buscadores de Jalisco, en entrevistas con diversos medios de comunicación, las instalaciones eran utilizadas para el reclutamiento forzado, entrenamiento violento y eliminación sistemática de personas, principalmente jóvenes, captados mediante ofertas falsas de empleo difundidas en redes sociales. Los testimonios de sobrevivientes reconstruyen el funcionamiento interno del predio, al que describen como “la escuelita del terror”.
Así reclutaban
Los testimonios indican que las víctimas eran jóvenes provenientes de otros estados, como Coahuila, a quienes se les ofrecían trabajos de chofer, electricista, seguridad o ayudante general a través de publicaciones en Facebook. Al aceptar la propuesta, los reclutas eran citados en la central de autobuses de Guadalajara. A partir de ese momento, comenzaba su desaparición.

Según un testimonio recuperado por la periodista Azucena Uresti en una entrevista anterior con la esposa de una víctima, el mecanismo de reclutamiento operaba de forma sistemática: “Él trabajaba en alta tensión. Hablé con él a las seis de la mañana. Me dijo que había extraviado su maleta pero que ya lo habían contactado del trabajo. A las siete le marqué y ya su teléfono estaba apagado”, relató la mujer en aquella ocasión.
Una vez abordaban el vehículo en la terminal, los jóvenes eran despojados de sus teléfonos y vendados de los ojos, impidiéndoles identificar el destino al que eran llevados. El trayecto duraba alrededor de una hora, hasta llegar al rancho en Teuchitlán.
Otro de los testimonios recogidos por la periodista al padre de una de las víctimas le señaló que incluso los de la supuesta empresa le ofrecieron a su hijo pagarle el transporte para que se trasladara “fuera de la ciudad” a un entrenamiento que debía tener para el trabajo.
Asignación de apodos, adiestramiento físico y castigos letales
Según los testimonios de jóvenes recabados por el colectivo, al arribar al lugar, los recién llegados eran alineados en filas y recibían un apodo. “No usaban nombres, solo apodos. Pasaban lista así. Yo conté poco más de 200 personas cuando llegamos”, declaró uno de los sobrevivientes. Cabe apuntar que todo este modus operandi también coincide con uno de los testimonios que hace meses dio a conocer Gusgri en su canal de YouTube, en donde entrevistó a un hombre que logró escaparse de las garras del narco.

Los testimonios revelan que el sistema impuesto por los operadores del rancho incluía prácticas de anulación de la identidad individual. La pérdida del nombre, la uniformidad forzada, la eliminación de objetos personales y el aislamiento funcionaban como mecanismos de control psicológico.
Indira Navarro cuenta que la dinámica interna consistía en una primera fase de entrenamiento físico extremo, en condiciones de hacinamiento y precariedad. Dormían todos en un galpón techado con lámina, donde colocaban una lona sobre el suelo. “Dormíamos como taquitos, como cucharita. Éramos más de 200, y solo había una cobija para diez”, relataron los sobrevivientes a la líder del colectivo.
La rutina diaria incluía ejercicios con llantas de automóvil, pasos pecho tierra bajo alambres de púas a 30 centímetros del suelo, y simulaciones de combate. Las fallas durante las prácticas se castigaban con la muerte. “Si alguien cometía un error, lo mataban ahí mismo. Algunos no soportaban el entrenamiento, se caían, se quejaban, y también los mataban”, declaró Navarro en entrevista con Manuel Feregrino y Miriam Moreno.
Los sobrevivientes contaron que, además de los ejercicios físicos, eran obligados a participar en prácticas con armas de gocha (paintball). Las jornadas se extendían todo el día. Aunque se les proporcionaba alimento y agua, el dinero que presuntamente ganaban era descontado para cubrir supuestos gastos de comida o lavado de ropa. “La ropa ya no era tuya, era de todos. Dormíamos en el piso, sobre una lona”, señalaron.
Algunos describieron también que eran asignados a diferentes zonas del predio según su avance. En una estructura techada con domo metálico dormían los nuevos reclutas, mientras que las áreas de entrenamiento estaban distribuidas alrededor.
Los sobrevivientes relataron que había mujeres reclutadas, aunque en menor cantidad. También eran sometidas al entrenamiento inicial, pero muy pocas sobrevivían.

Una parte del entrenamiento consistía en un recorrido por un laberinto, que podían ver una vez con los ojos descubiertos y después debían memorizarlo para cruzarlo vendados. Otra sección, llamada la carnicería, era temida por todos: ahí se ejecutaba y desmembraba a quienes no superaban las pruebas.
Los cadáveres eran incinerados en hornos rudimentarios construidos con piedras y ladrillos, elaborados por los propios reclutas. “Hacíamos una cama de piedra, echábamos gasolina y quemaban los cuerpos ahí. El horno se usaba varias veces antes de taparlo”, relataron.
Según Navarro, los hornos eran fosas especiales con estructuras diseñadas para evitar ser detectadas, diferentes a los crematorios artesanales que han hallado en otras búsquedas. También hallaron objetos como ropa quemada, restos de drogas, cargadores, casquillos percutidos y esposas.
Del ‘kinder’ a la escuelita
El proceso de entrenamiento se dividía en etapas. Los sobrevivientes llamaban “el kinder” a la primera fase de adiestramiento básico. Superar esa etapa no garantizaba la permanencia, sino que implicaba ser trasladado a una zona de mayor riesgo.

“Cuando librabas el kinder, te mandaban a Zacatecas o Michoacán, a la guerrilla. Ahí te enfrentabas a situaciones reales. Era la siguiente fase”, explicó Navarro que le dijeron los sobrevivientes. Los jóvenes enviados a estas regiones actuaban como combatientes sin experiencia y eran colocados en las primeras líneas, con altas probabilidades de morir.
Los pocos que sobrevivían a esa etapa eran enviados al segundo nivel, denominado por los propios reclutas como “la escuelita del terror”, ubicada a aproximadamente cuatro horas y media del área metropolitana de Guadalajara, cerca del cerro. En ese lugar, el adiestramiento era impartido por exmilitares mexicanos y colombianos. Las armas ya no eran de gocha, sino proyectiles congelados, capaces de penetrar la piel y matar.
“Ahí sí te mataban. El entrenamiento era táctico. Te hacían pelear entre ustedes, te golpeaban. Algunos instructores llegaban ebrios, se volvían salvajes”, relató uno de los testimonios recogidos por el colectivo.

Quienes finalizaban esta fase eran considerados elementos útiles para el grupo delictivo y enviados a zonas controladas por mandos superiores. “Los mandaban a la sierra, donde ya no había comunicación. Solo usaban radios. De 200, sobrevivían alrededor de 30″, dijo Navarro.
Según el colectivo, el predio funcionó durante más de tres años. “Se iban unos, llegaban otros. Era una rotación constante. La cantidad de personas calcinadas es incalculable”, afirmó Navarro
Los sobrevivientes relataron que había mujeres reclutadas, aunque en menor cantidad. También eran sometidas al entrenamiento inicial, pero sus testimonios específicos no fueron recuperados en esta etapa. Algunos jóvenes afirmaron que las mujeres tampoco sobrevivían si no cumplían las pruebas, y que muchas murieron durante el proceso. La falta de información concreta sobre su destino es una de las ausencias más inquietantes del relato.