
“Su sola mirada te cortaba el aliento. Alta, de pelo oscuro, morena, esbelta y ágil, con los ojos verdosos de un tigre polar, durante medio siglo la ha dibujado, pintado, esculpido en yeso y mármol, fotografiado, un sinnúmero de personas, empezando por Modigliani. Los versos dedicados a ella formarían más volúmenes que su obra entera”, escribió Joseph Brodsky acerca de la apariencia física de Anna Ajmátova, autora de una de las obras poéticas más destacadas, entrañables y significativas de todos los tiempos.
Anna Ajmátova vivió en una época que se distinguió por una gran fecundidad en el arte, y por la calidad y versatilidad que permeó a la clase intelectual y científica de la sociedad rusa de finales del siglo XIX, especialmente en grandes ciudades como Moscú y San Petersburgo.
De esa época podemos hablar de compositores como Stravinsky, Rachmáninof y Prokofiev, de pintores como Kandinsky y Chagall, de grandes escritores como Máximo Gorki, cineastas como Eisenstein, balarines como Pávlova y Nijinsky y directores y teóricos teatrales como Stanislavsky. Y por supuesto, hay que hablar de un gran grupo de grandes poetas, entre quienes destacan Anna Ajmátova y Marina Tsvetáyeva, a quienes se identifica como parte del movimiento conocido como “Edad de Plata”.
A finales del siglo XIX, la corriente del simbolismo estaba en su apogeo, hasta que en 1910 entró en crisis, y en 1912 surge el movimiento conocido como acmeísta, al cual perteneciera Anna Ajmátova, al igual que Nikolái Gumiliov y Mjaíl Zenkiévich, entre otros. El movimiento acmeísta se dio a conocer en principio por oponerse al movimiento simbolista, y por enfatizar la sobriedad y la precisión, en una propuesta en la cual predominaba la realidad cotidiana.

Los acmeístas proponían devolver el valor semántico a las cosas, que tuvieran el valor por sí mismas y no por asociación con otros vocablos u objetos. También buscaban una exaltación de la belleza y de la realidad sobre el misticismo. Una precisión del sentido. A este grupo también perteneció Osip Mandelstam, quien hablaba de “nostalgia por la cultura universal”, al referirse a los principios del movimiento acmeísta, y que escribiera en 1913 “La mañana del acmeísmo”, considerado el manifiesto más importante de esta corriente, publicado en 1919.
En esta época también surgen movimientos vanguardistas como el futurismo, cuyo manifiesto futurista ruso fue publicado en 1913, y que tuviera otras tendencias como el grupo Centrífuga, al cual perteneciera Boris Pasternak, y el imaginismo, representado en otras latitudes por James Joyce en su veta como poeta, así como Marianne Moore, Amy Lowell, William Carlos Williams, y Ezra Pound. En 1915 apareció el manifiesto imaginista, y el grupo publicó cuatro antologías anuales.
Esta efervescencia en la actividad artística era también parte de una convulsa situación social y política en la Rusia de ese tiempo, en que ocurrieron la Revolución de 1905, la Primera Guerra Mundial, la Revolución Bolchevique, la Guerra civil Post-Revolucionaria y la persecución estalinista, y años después, también la Segunda Guerra Mundial.
Esta es la época que le tocó vivir a Anna Ajmátova, musa de generaciones y de grandes poetas, entre ellos de Marina Tsvetáyeva, quien le dedicó un ciclo de poemas en 1916, y quien la nombrara “Musa del Llanto”.

POEMAS INCINERADOS
Anna Andréievna Gorenko, mejor conocida como Anna Ajmátova, nació el 23 de junio de 1889 en Bolshói Fontán, cerca de Odesa, en el Imperio ruso que en esa época fuera un Estado soberano. Creció en territorios que Pedro el Grande recuperó para Rusia, y muy joven estudió Latín e Historia. Su nombre, Anna, lo recibió por su abuela, y adoptó el apellido de su bisabuela, Ajmátova, que fuera una princesa tártara.
Cuando tenía 21 años, en 1910, Anna Ajmátova se casó con Nikolái Gumiliov, un poeta con el cual tuvo un hijo en 1912, de nombre Lev Nikoláievich Gumiliov, y ese mismo año publicó su primer libro de poemas, La noche. Dos años después publicó el libro El rosario, que tuvo diez ediciones en muy poco tiempo, y ya para entonces tenía gran importancia y resonancia en la poesía rusa.
En gran medida, la poesía de Anna Ajmátova está teñida de grandes pérdidas, entre ellas la de Nikolái Gumiliov, quien tiempo después de su divorcio, fuera fusilado, acusado de conspiración. Muchos de sus contemporáneos sufrieron el exilio, la muerte, el suicidio, e incluso su hijo enfrentó el arresto. Ella misma padeció en su poesía el silencio y la prohibición, a pesar de haber publicado alrededor de veinte ediciones de sus libros; en gran medida enfrentó esta persecución al dar voz a un pueblo sumido en el dolor y la desesperación.
Gran parte de la obra inédita de Anna Ajmátova lamentablemente desapareció, pues la quemó en 1934 en una estufa, temiendo que un cateo ocasionara el fusilamiento de su hijo, o enfrentar una aprehensión similar a la de su amigo Osip Mandelstam, quien fuera arrestado, deportado, y que finalmente falleció en 1938 en un campo de trabajo.
En estos años aciagos, la poeta se asume de manera explícita como la voz de un pueblo sumido en el dolor, y es entonces cuando gesta su obra más conocida, Réquiem, donde confiesa la muerte de su obra a través del fuego.

Tal vez algo de esto lo recuerda en este poema escrito en 1956:
Tú me has inventado. No existe en el mundo
alguien así. No podría existir.
Ni los médicos curan ni los poetas alivian,
la sombra de un fantasma te perturba día y noche.
Nos encontramos en un año monstruoso,
cuando las fuerzas del mundo se habían agotado,
todo estaba marchito y enlutado por la desgracia,
y sólo las tumbas eran frescas.
El talud del Neva, sin falores, era negro azabache.
La noche sorda se erguía alrededor, como un muro.
¡Entonces mi voz te llamó!
¡Qué hice! Yo misma aún no lo entiendo.
Y tú llegaste a mí como una estrella conocida,
huyendo del trágico otoño,
hacia aquella casa desolada para siempre,
de donde salió una bandada de poemas incinerados.
(Anna Ajmátova, Soy vuestra voz, Antología. Selección, prólogo y traducción del ruso: Belén Ojeda, Poesía Hiperión, 2015.)
ANNA AJMÁTOVA Y MÉXICO
En México, la resonancia de la literatura rusa, y en específico de la poesía, se ha manifestado de diversas formas. Tenemos por ejemplo la presencia de poetas rusos que viajaron a este país y dejaron su impronta, como el vanguardista Maiakovski, o como Constantin Balmont, simbolista, que llegó a principios del siglo XX.
Al hablar de Ajmátova es importante abordar este contexto histórico-literario que definió su producción literaria, así como los aspectos económicos, sociales y políticos de la época de la Revolución burguesa y luego el periodo de la formación de la entonces URSS, hasta el comienzo de la Segunda Guerra Mundial.
Hay que recordar que los poetas que no eran parte del régimen estalinista sufrieron la clandestinidad, la persecución, e incluso la muerte. Esta situación sólo cambiaría con la muerte de José Stalin en 1953.

Pero vayamos un poco atrás, para comprender un poco más el contexto de Ajmátova, y recordemos que en la segunda mitad del siglo XIX, Rusia era un enorme imperio gobernado por los zares de la dinastía Romanov, con poder absoluto sobre una sociedad fragmentada, en gran medida analfabeta.
En 1861 se abolió la servidumbre, y comenzó a cambiar un sistema feudal, y a propiciar que surgiera una nueva clase, conocida como intelligentsia, que tuvo que ver con una revolución literaria y de conciencia que se extendió más allá de la revolución de 1917, con la caída de la dinastía.
Podemos hablar de dos partes, una de 1905 a 1917, en lo que se conoce como revolución burguesa, y el movimiento de 1917, conocido como revolución socialista, lo cual dio origen al surgimiento de la Unión Soviética en 1922. Todo esto por supuesto ocurre con el estallido de la Primera Guerra Mundial, el 28 de julio de 1914, en la cual participó activamente Rusia.
En marzo de 1917 ocurre una importante oleada revolucionaria, y abdica Nicolás II, se forma un gobierno provisional, y unas semanas después regresa del exilio Lenin, que fallece siete años después, y comienza una pugna por el poder, sobre todo entre José Stalin y León Trotski, y este último debe abandonar la entonces URSS y se instala en México, donde muere asesinado años después.
Así, Stalin se instala en el poder durante 25 años, con una férrea dictadura que elimina a oponentes, somete a millones, que son asesinados o condenados a los gulags siberianos. En este contexto, muchos escritores e intelectuales huyeron al extranjero, y otros mueren en la pobreza, o son fusilados por ser trotskistas, o condenados a trabajos forzosos, como Mandelstam, Boris Pilniak, Babel, y otros más enfrentan la marginación y el silencio.
Sin embargo, Ajmátova permanece estoica en su país, siendo testigo entonces de que la poesía enfrenta en ese periodo un intranquilo silencio, como lo denomina en este poema, fechado en Moscú el 6 de junio de 1963:

PRIMERA ADVERTENCIA
Qué nos importa al fin y al cabo
que todo se convierta en ceniza,
en cuántos precipicios canté
y en cuántos espejos viví.
Que no sea yo sueño ni consuelo
y mucho menos paraíso.
Pero puede ser que con frecuencia
tengas que recordar
el rumor de las líneas sosegadas
y el ojo que oculta en el fondo
aquella corona de flores, punzante y oxidada,
en su intranquilo silencio.
(Anna Ajmátova, Soy vuestra voz, Antología. Selección, prólogo y traducción del ruso: Belén Ojeda, Poesía Hiperión, 2015.)
POETA PROLÍFICA
Anna Ajmátova fue una poeta muy prolífica. De 1912 a 1922 publicó seis colecciones de poesía, pero las políticas literarias de la Unión Soviética le prohibieron publicar posteriormente, en gran medida por las reacciones apasionadas y elocuentes que suscitaba entre sus lectores. En esa época de silencio hizo investigaciones académicas sobre la historia literaria del siglo XIX.
Mucha y gran prosa brotó entonces de sus manos, y escribió numerosos ensayos literarios, algunos de ellos acerca de Pushkin, sobre el acmeísmo, Mandelstam, el pintor Modigliani, que la retrató numerosas veces, y también escribió sobre Tarkovski, por ejemplo.
La belleza y la lucidez, y también el dolor y la pérdida, permean la obra de Ajmátova, tanto en prosa como en poesía, tal como denota el siguiente poema, fechado en Sebastopol en octubre de 1916:
TODO ME HA SIDO ARREBATADO
Todo me ha sido arrebatado: el amor y la fuerza.
Mi cuerpo, precipitado dentro de una ciudad que detesto,
no se alegra ni con el sol. Siento que mi sangre
congelada está.
Burlada estoy por el ánimo de la Musa
que me observa y nada dice,
descansando su cabeza de oscuros rizos,
exhausta, sobre mi pecho.
Sólo la Conciencia, más terrible cada día,
enfurecida, exige cuantioso tributo.
Y para responder, me cubro el rostro con las manos,
porque he agotado mis lágrimas y mis excusas.
(Anna Ajmátova, Breve antología, Material de Lectura, Serie Poesía Moderna 34.)
Anna Ajmátova falleció el 5 de marzo de 1966 en Moscú, en circunstancias que quizá vaticinó en los siguientes versos:
Eso ocurrirá un día en Moscú
cuando abandone la ciudad para siempre
y retorne al anhelado hogar
dejando entre ustedes sólo mi sombra.
(Anna Ajmátova, Soy vuestra voz, Antología. Selección, prólogo y traducción del ruso: Belén Ojeda, Poesía Hiperión, 2015.)
SEMBLANZA:
* María Vázquez Valdez. Poeta, editora, periodista y traductora mexicana. Autora de once libros publicados, entre los cuales se encuentran los poemarios Caldero, Estancias, Kawsay, la llama de la selva, y Geómetra. También es autora de Voces desdobladas / Unfolded voices (libro bilingüe de entrevistas a mujeres poetas de México y Estados Unidos, 2004), Estaciones del albatros (ensayos, 2008), y de cinco libros para niños y jóvenes.
Doctora en Teoría Crítica, maestra en Diseño y Producción Editorial, y licenciada en Periodismo y Comunicación. Ha traducido varios libros del inglés al español, y ha recibido becas y apoyos del Fondo Nacional para la Cultura y las Artes (Fonca), del Fideicomiso para la Cultura México-Estados Unidos y de la Secretaría de Cultura de México.
En distintas etapas, colaboradora en diversos medios, entre ellos las revistas Mira y Memoria de la CDMX; los periódicos Tiempo (San Cristóbal de las Casas), El Nuevo Mexicano (Santa Fe, Nuevo México), La Opinión (Los Ángeles, California), y el colectivo Bedröhte Volker, de Viena, Austria.
Ha sido parte del equipo editorial de la Academia Mexicana de la Lengua, y de diversos medios, entre ellos la revista GMPX de Greenpeace y la Editorial Santillana. Fue jefa de publicaciones de la Unión de Universidades de América Latina (udual), cofundadora y directora editorial de la revista Arcilla Roja, miembro del consejo editorial de la revista de poesía Alforja desde su fundación, y directora de la Biblioteca Legislativa y de la Biblioteca General del H. Congreso de la Unión.