Tenemos en la obra de Ernesto Cardenal una de las poéticas más admirables, claras y consistentes para la literatura latinoamericana de los siglos XX y XXI. Su trayectoria destaca, entre muchas cosas, por su compromiso con los pueblos de América Latina, y porque acrisola una firme congruencia intelectual y política, con una singular y sensible erudición acerca de innumerables culturas, especialmente de nuestro continente.
Ernesto Cardenal nació el 20 de enero de 1925 en Granada, Nicaragua, y falleció el 1º de marzo de 2020 en Managua, capital de su país. Reconocido poeta, prosista, traductor y escultor —muestra de su obra se encuentra en la catedral de Cuernavaca, en México—, fue también sacerdote católico, y un destacado exponente de la Teología de la Liberación. En su país colaboró con el Frente Sandinista de Liberación Nacional (FSLN), fue ministro de Cultura durante el primer gobierno sandinista, y en 1954 participó en la Rebelión de Abril, un movimiento armado que buscaba derrocar al dictador Anastasio Somoza Debayle.
Años después, Cardenal fundó en el lago de Nicaragua la comunidad de Solentiname, que tenía una importancia estratégica para el Frente Sandinista, y que el ejército de Somoza Debayle arrasó en 1977. En un texto titulado “Lo que fue Solentiname (Carta al pueblo de Nicaragua)”, publicado en 1978, Ernesto Cardenal escribió al respecto:
“Llegué con otros dos compañeros hace doce años a Solentiname para fundar allí una pequeña comunidad contemplativa. Contemplación quiere decir unión con Dios. Pronto nos dimos cuenta que esa unión con Dios nos llevaba en primer lugar a la unión con los campesinos, muy pobres y abandonados, que vivían dispersos en las riberas del archipiélago. La contemplación también nos llevó después a un compromiso político: la contemplación nos llevó a la revolución; y así tenía que ser, si no, hubiera sido falsa. Mi antiguo maestro de novicios Thomas Merton, inspirador y director espiritual de esa fundación, me había dicho que en América Latina el contemplativo no podía estar ajeno a las luchas políticas”.
Entre numerosos elementos biográficos e ideológicos, en la obra de Ernesto Cardenal destacan la búsqueda de Dios, la política, el compromiso social, la naturaleza. Tanto su poesía como su prosa se distinguen por su claridad y sencillez, y en su obra también sobresalen sus referencias a la revolución y el compromiso social, así como sus encuentros con figuras revolucionarias como Fidel Castro y Salvador Allende.
Esta mixtura de elementos se trasluce particularmente en sus libros Vida perdida y Las ínsulas extrañas, que reúnen un testimonio acerca de sí mismo y sus ideas sobre la revolución, la literatura, Nicaragua, la religión, su vida misma, como denota el siguiente párrafo: “… empecé a leer cada vez más de marxismo, y a amar aquel sueño de una humanidad liberada de la explotación y sin desigualdades ni división de clases. Ya desde entonces comencé a declararme un marxista que cree en Dios y en la vida después de la muerte. Y a decir que esa creencia no se opone al marxismo sino lo complementa”.
Ernesto Cardenal pertenece a la Generación del 40, conformada también por otros escritores nicaragüenses como Ernesto Mejía Sánchez (1923-1985) y Carlos Martínez Rivas (1924-1998), y que es considerada el boom de la poesía de Nicaragua. Estos tres poetas publicaron parte de su obra al inicio de su carrera literaria en México: en 1946, Cardenal publicó La ciudad deshabitada; en 1948, Mejía Sánchez publicó Ensalmos y conjuros, y en 1953, Martínez Rivas publicó La insurrección solitaria.
A la Generación del 40 antecede la de José Coronel Urtecho (1906-1994), Luis Alberto Cabrales (1901-1970) y Pablo Antonio Cuadra (1912-2002), quien fuera director del suplemento cultural “La Prensa Literaria”, del diario La Prensa, en la década de 1960. Esta fue una generación vanguardista en Nicaragua, que impulsó la integración de Centroamérica a los movimientos de vanguardia en el continente.
Es de destacar la amistad de Ernesto Cardenal especialmente con Martínez Rivas, a quien llamaba “el genio de mi generación”, y con José Coronel Urtecho, a quien reconocía como su maestro, así como reconocía de manera enfática a Thomas Merton, también poeta y monje trapense. Entre sus influencias, reconocía a Fray Luis de León, San Juan de la Cruz, Gonzalo de Berceo, y poetas de los que fue traductor, como Ezra Pound y William Carlos Williams.
Cardenal vivió en México en dos periodos, el primero, de 1942 a 1946, estudió la carrera de Letras Hispánicas en la UNAM. Regresó a México de 1959 a 1961, luego de vivir tres años en Estados Unidos y viajar por varios países. En ese segundo periodo ingresó en el monasterio benedictino de Santa María, hasta que en 1961 dejó México pues fue aceptado en un seminario de Colombia para estudiar teología; fue ordenado sacerdote en Nicaragua en 1965.
En México, Cardenal publicó textos, poemas, epigramas, entre ellos su poema político “Hora 0″, que apareció en la Revista Mexicana de Literatura, ilustrado por el pintor Pedro Coronel. En este poema, Cardenal vuelca su amor por Nicaragua, por su naturaleza, su gente, su historia, y en él expresa su indignación hacia políticas corruptas que han permitido el saqueo de países centroamericanos por parte de compañías extranjeras trasnacionales. Es un poema en el que el poeta hace un esbozo entrañable del guerrillero y revolucionario Augusto César Sandino, quien encabezó la resistencia nicaragüense contra el ejército de Estados Unidos en Nicaragua, una lucha que terminó con la salida de las tropas estadounidenses:
“… Su cara era vaga como la de un espíritu, / lejana por las meditaciones y los pensamientos / y seria por las campañas y la intemperie. / Y Sandino no tenía cara de soldado, / sino de poeta convertido en soldado por necesidad, / y de un hombre nervioso dominado por la serenidad. / Había dos rostros superpuestos en su rostro: / una fisonomía sombría y a la vez iluminada; / triste como un atardecer en la montaña / y alegre como la mañana en la montaña…”
Durante toda su vida, Ernesto Cardenal cultivó una entrañable relación con México y con numerosos proyectos culturales, poetas y artistas. Muchos años después de su partida, en 2010 fue nombrado miembro correspondiente de la Academia Mexicana de la Lengua, y buena parte de su obra ha sido publicada por editoriales mexicanas.
Autor de significativos libros como Salmos (1969) y Vida en el amor (1970), Cardenal es también antologador de obras de gran valor para la literatura, como es Poesía nueva de Nicaragua, obra de referencia de gran valor, publicada en Argentina en 1974, y Antología de poesía primitiva, publicada en España en 1979, y en cuyo prólogo enfatiza la preponderancia de la poesía: “…el verso es el primer lenguaje de la humanidad. Siempre ha aparecido primero el verso, y después la prosa; y ésta es como una especie de corrupción del verso. En la antigua Grecia todo estaba escrito en verso, aun las leyes; y en muchos pueblos primitivos no existe más que el verso. El verso parece que es la forma más natural del lenguaje”.
Esta antología, como botón de muestra de su labor comprometida, construye por medio de la poesía de numerosas culturas americanas una cosmogonía que supera a la imagen, y que da lugar a un universo de símbolos y mitos con un profundo sentido místico. En ella confluyen culturas tan disímiles como la esquimal, la polinesia, la africana, y las de numerosos grupos indígenas americanos.
En el prólogo de esta antología, explica: “He utilizado algunas pocas antologías que han sido hechas, pero principalmente he utilizado muchos trabajos especializados, libros, folletos y revistas de carácter científico, consultados en varias bibliotecas. Generalmente las traducciones las he tenido que retocar un poco, modificando el orden de las palabras por razón del ritmo, haciendo más fluida la sintaxis, dando más claridad o exactitud al verso según las notas u observaciones del mismo investigador, o simplemente dando corte de versos a lo que había sido recogido como prosa”.
Cardenal escribió los poemas del libro Gethsemani cuando era monje novicio en el monasterio trapense de Gethsemani, Kentucky, Estados Unidos, donde ingresó en 1957.
De ese libro es el siguiente poema:
“Ha venido la primavera con su olor a Nicaragua:
un olor a tierra recién llovida, y un olor a calor,
a flores, a raíces desenterradas, y a hojas mojadas
(y he oído el mugido de un ganado lejano…).
¿O es el olor del amor? Pero ese amor no es el tuyo.
Amor a la patria era el del dictador —el dictador
gordo, con su traje sport y su sombrero tejano—.
Él fue quien amó la tierra y la robó y la poseyó
y en esa tierra está ahora el dictador embalsamado
mientras que a ti el amor te ha llevado al destierro”.