
Un fósil de 444 millones de años, perteneciente a un artrópodo marino primitivo, resultó un hallazgo sin precedentes en la historia de la paleontología al tener una inusual conservación interna que desafía los paradigmas tradicionales de la fosilización. Según los informes de la Universidad de Leicester, el espécimen fue presentado en la revista Paleontology después de 25 años de estudio y análisis.
La particularidad de este fósil radica en que parece ser una cápsula del tiempo mineralizada, pues conserva tejidos blandos como músculos, tendones e intestinos, pero carece de las partes externas habituales, como patas, caparazón y cabeza. Este descubrimiento, liderado por la paleontóloga Sarah Gabbott y se le nombró Keurbos Susanae.
De acuerdo con el estudio, el fósil revela el organismo de un artrópodo marino primitivo, pero sus relaciones evolutivas precisas siguen siendo difíciles de determinar. Hoy en día, alrededor del 85% de los animales de la Tierra son artrópodos, entre ellos camarones, langostas, arañas, ácaros, milpiés y ciempiés.
Un fósil “al revés” que desafía las normas

El fósil, apodado “Sue” en honor a la madre de Gabbott, fue encontrado en la formación Soom Shale, un depósito de lutitas marinas ubicado a unos 400 kilómetros al norte de Ciudad del Cabo, Sudáfrica. Este yacimiento, conocido por su capacidad para preservar tejidos blandos, data del periodo Ordovícico, una era marcada por una glaciación masiva que extinguió al 85 % de las especies de la Tierra. Sin embargo, las condiciones químicas extremas de esta cuenca marina permitieron que algunos organismos se conservaran de manera excepcional, como es el caso de Sue.
Lo que hace único a Keurbos susanae no es solo su antigüedad, sino el tipo de conservación que presenta. Según detalló la Universidad de Leicester, mientras que los fósiles de artrópodos suelen preservar partes externas como exoesqueletos, mandíbulas o patas, este espécimen conserva únicamente sus tejidos internos. Los investigadores describieron a Sue como una “cápsula del tiempo mineralizada”, con músculos, tendones e intestinos preservados con un nivel de detalle sin precedentes.
La ausencia de partes externas, como el caparazón o las extremidades, dificultan su clasificación dentro del árbol evolutivo de los artrópodos. Según el estudio, el tronco segmentado del fósil sugiere que pudo haber tenido algún tipo de apéndices locomotores, pero la falta de evidencia directa impide determinar si se trataba de patas, aletas u otra estructura.
El fósil fue descubierto en un entorno químico altamente inusual. Durante el periodo Ordovícico, la cuenca marina donde vivía “Sue” estaba protegida de las peores condiciones de la glaciación, pero los sedimentos en los que quedaron enterrados eran extremadamente tóxicos. Según el estudio, el agua carecía de oxígeno y contenía azufre de hidrógeno , un compuesto letal que inhibió la actividad de bacterias descomponedoras.
Los investigadores creen que una combinación de arcillas y fosfatos de calcio fue clave para la fosilización de los tejidos blandos. Estos compuestos se habrían depositado sobre los órganos internos antes de que se descompusieran, creando una especie de molde mineralizado. Este proceso, conocido como “fosilización invertida”, es extremadamente raro y convierte a Sue en un caso excepcional dentro del registro fósil.
Un hallazgo que reescribe la historia de los artrópodos

Los artrópodos, que incluyen a insectos, crustáceos y arácnidos, representan hoy en día el 85 % de las especies animales en la Tierra. Su registro fósil se remonta a más de 500 millones de años, pero generalmente se limita a estructuras externas. El descubrimiento de Sue ofrece una rara oportunidad para estudiar los tejidos internos de un artrópodo primitivo, proporcionando nuevos datos sobre su anatomía y evolución.
El estudio plantea interrogantes sobre cuántas otras especies primitivas podrían haber existido sin dejar rastros fósiles debido a la falta de partes duras. Según los autores, este hallazgo subraya la importancia de prestar más atención a los fósiles con tejidos blandos preservados, que a menudo son descartados por no cumplir con los criterios tradicionales de clasificación.
El descubrimiento de Sue no solo es un logro científico, sino también una historia de dedicación personal. Sarah Gabbott encontró el fósil en una cantera de las Montañas Cederberg , en Sudáfrica, al inicio de su carrera. Durante más de dos décadas, intenté encontrar otros ejemplares que completaran el rompecabezas evolutivo, pero sus esfuerzos no tuvieron éxito.
Finalmente, Gabbott decidió publicar el estudio en 2025, dedicándolo a su madre, Susan, quien siempre la apoyó en su carrera científica. “Mi madre siempre dijo que debía seguir una carrera que me hiciera feliz. Para mí, eso significa cavar rocas, encontrar fósiles y tratar de entender cómo vivieron esas criaturas”, expresó Gabbott en el comunicado. El nombre Keurbos susanae es un homenaje a su madre, descrito con humor como una “especie bien conservada”.
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