
La historia de Matilda de Inglaterra, reconocida como emperatriz, es la de una mujer decidida a romper los límites impuestos en la época medieval. Hija de Enrique I de Inglaterra, fue enviada con solo ocho años a Alemania en 1112 para contraer matrimonio con Enrique V, emperador del Sacro Imperio Romano Germánico, situación que moldeó su carácter.
En la corte germana, Matilda estuvo apartada de su familia y adquirió una fortaleza y determinación singulares. La historiadora Catherine Hanley, citada por National Geographic, explicó: “No era solo la esposa que iba a quedarse en un segundo plano”.
Su temple y capacidad política impresionaron a Enrique V, quien le confió la regencia en 1118 y el gobierno de Italia durante sus campañas militares, experiencia que consolidó sus habilidades excepcionales para la política.
Una crisis sucesoria y la lucha por el trono

El naufragio del White Ship en 1120 cambió el destino de Inglaterra y de Matilda: la muerte del único hijo varón legítimo de Enrique I sumió al reino en una grave crisis sucesoria.
Tras enviudar en 1125, Matilda regresó a Inglaterra como ex emperatriz. Enrique I, consciente del riesgo para la dinastía ante la ausencia de un heredero masculino, designó a Matilda como su sucesora en 1127, con el respaldo estratégico del matrimonio con Geoffrey de Anjou, clave para el control de Normandía.
El rechazo a una heredera y el estallido de la guerra civil
La proclamación de Matilda como heredera encontró una fuerte resistencia entre la nobleza inglesa. Muchos la consideraban “demasiado extranjera” y sospechaban de las intenciones de Geoffrey de Anjou, aunque el verdadero motivo del rechazo era su género.

“El hecho de que lo cuestionaran se debe enteramente a que Matilda era una mujer”, afirmó Hanley en National Geographic. Las opiniones sexistas de la época incidieron en su imagen pública, frecuentemente tachada de altiva en crónicas contemporáneas.
La muerte de Enrique I en 1135 agudizó la disputa por el trono. Matilda, embarazada y en Francia, no pudo reclamarlo a tiempo y su primo Esteban de Blois, pese a haber jurado lealtad, se autoproclamó rey. Comenzó así la guerra civil conocida como “la Anarquía”, un conflicto que sumió a Inglaterra en el caos durante quince años.
La estrategia y la resistencia en medio del conflicto
Frente a la experiencia militar de Esteban, Matilda contó con el apoyo fundamental de su medio hermano, Robert de Gloucester, quien proporcionó recursos y control en el suroeste inglés.

Mientras Robert dirigía la guerra, Matilda organizó la administración, la recaudación de fondos y la negociación de alianzas, demostrando una capacidad estratégica que resaltó la historiadora Gabrielle Storey en National Geographic.
En 1141, el conflicto alcanzó un momento decisivo: las fuerzas de Matilda capturaron a Esteban en la batalla de Lincoln. Matilda asumió el título de “Dama de los Ingleses” y se preparó para la coronación, pero su decisión de intercambiar a Esteban por la liberación de Robert de Gloucester prolongó la guerra, permitiendo el resurgimiento de su rival. Según Storey, la falta de implacabilidad de Matilda fue un factor clave en esta prolongación.
Fugaz victoria y legado dinástico
Durante la guerra, Matilda afrontó desafíos graves, como la propia captura y fugas legendarias, incluida la huida del castillo de Oxford a través de un río helado. La muerte de Robert de Gloucester en 1147 debilitó sus fuerzas, pero su hijo Enrique II asumió el liderazgo de la causa.

El conflicto terminó en 1153 con el Tratado de Westminster, que confirmó a Esteban como rey, pero reconoció a Enrique II como heredero. Un año después, Enrique II ascendió finalmente al trono de Inglaterra.
La huella de Matilda y su legado en la realeza europea
El legado de Matilda fue mucho más que su lucha personal por la corona o el mantenimiento de su título de emperatriz. Abrió las puertas a futuras reinas y solidificó la dinastía Plantagenet.
Aunque nunca fue coronada, demostró que una mujer podía gobernar y estar preparada para el poder. Storey subrayó: “Ella nos muestra que las mujeres pueden tener la experiencia para gobernar, pueden tener éxito y poseer todo lo necesario para triunfar, pero si hay un hombre disponible para el cargo, sigue siendo preferido”.

Matilda pasó sus últimos años en Normandía, donde mantuvo sus títulos hasta su muerte en 1167. Su epitafio refleja cómo su grandeza fue reconocida por su linaje, sus alianzas matrimoniales y la coronación de su hijo, evidenciando la compleja herencia de una mujer que rompió barreras en la historia europea.
La historia de la emperatriz Matilda es el retrato de una ambición implacable, un legado dinástico y una resistencia que desafió de raíz las normas de su época.
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