En agosto de 1578, un mercenario inglés de reputación dudosa cambió el curso de la historia europea al participar en una batalla que dejó tres monarcas muertos en un solo día.
Thomas Stukeley, aventurero de Devon conocido por sus constantes cambios de lealtad, encontró su destino final en las orillas del río Loukkos, cerca de Ksar el-Kebir, en una confrontación que alteró para siempre el equilibrio de poder entre Europa y el norte de África, según Smithsonian Magazine.
La Batalla de Alcácer Quibir, también conocida como la Batalla de los Tres Reyes, no solo cobró la vida de Sebastián I de Portugal, Abd al-Malik de Marruecos y el sultán depuesto Abu Abdallah Muhammad II, sino que también desencadenó una crisis sucesoria que permitiría a Felipe II anexionar Portugal a la Corona española dos años después.
El aventurero de las mil caras

Thomas Stukeley forjó su reputación como uno de los mercenarios más cambiantes de su época. Nacido entre la pequeña nobleza inglesa, sus primeros pasos en la vida aventurera comenzaron con un fallido intento de colonización en Florida bajo el patrocinio de Isabel I. Tras agotar los recursos de la corona sin lograr su propósito inicial, se dedicó a la piratería antes de buscar nuevas oportunidades en el continente europeo.
Su búsqueda de fortuna lo llevó a cortejar a Felipe II en España, donde intentó obtener respaldo para una invasión católica de Irlanda. Expulsado de territorio español, Stukeley encontró refugio en Roma, donde su ambición personal superaba cualquier compromiso religioso genuino. El historiador Juan E. Tazón, citado por Smithsonian Magazine, describe a Stukeley como alguien que “se adaptaba a la causa que más beneficios le ofreciera, evitando cualquier empresa que no le resultara rentable”.
En 1571, el mercenario inglés se sumó a la Santa Liga para participar en la batalla de Lepanto contra la expansión otomana. Aunque algunas fuentes le atribuyen un papel de mando en la confrontación, Tazón expresa dudas sobre su participación real en el combate. Tras Lepanto, organizó una nueva expedición hacia Irlanda, esta vez financiada por el papa Gregorio XIII, pero la falta de disciplina y el mal estado de los barcos frustraron la misión antes de llegar a destino.
Rivalidades seculares en el Mediterráneo

El escenario donde Stukeley encontraría su destino final había sido moldeado por décadas de tensiones entre las potencias europeas y africanas. Desde el siglo XV, Portugal y España mantenían una intensa competencia por el control de enclaves estratégicos en la costa marroquí y el Mediterráneo occidental.
Esta rivalidad se complicaba por la influencia del Imperio Otomano, que respaldaba sistemáticamente a diferentes pretendientes al trono marroquí en un constante juego de influencias que buscaba debilitar el poder cristiano en la región. La dinastía saadí, liderada por Abd al-Malik, había consolidado su poder mediante una estrategia que combinaba la expulsión de las potencias cristianas con una diplomacia hábil para preservar la independencia del reino.
El sultán depuesto Abu Abdallah Muhammad II representaba la última esperanza portuguesa de establecer un gobierno títere en Marruecos, una ambición que encajaba perfectamente con los planes expansionistas del joven rey Sebastián I.
El encuentro fatal en tierras marroquíes

Cuando la expedición de Stukeley hacia Irlanda naufragó en costas portuguesas, el destino intervino de manera inesperada. Sebastián I le propuso unirse a una campaña militar para restaurar al sultán depuesto en el trono marroquí, una empresa que prometía grandes recompensas para quienes participaran en ella.
La expedición portuguesa partió de Lisboa con un contingente de 16 000 soldados, acompañados por una multitud de nobles y clérigos que veían en la campaña una nueva cruzada contra el islam. Felipe II concedió un apoyo limitado a la empresa, mientras el papa Gregorio XIII trató infructuosamente de disuadir al joven monarca portugués de una aventura que consideraba temeraria.
En Asilah, las fuerzas cristianas se enfrentaron a un ejército marroquí numéricamente superior, comandado por Abd al-Malik y reforzado con jenízaros otomanos y armamento proporcionado por comerciantes ingleses. La ironía de la situación no pasó desapercibida para los contemporáneos: armas inglesas defendían a los musulmanes contra un ejército que incluía a un mercenario inglés.

La catástrofe resultó breve pero devastadora para las aspiraciones cristianas. Abd al-Malik, quien probablemente ya sufría una enfermedad grave o había sido envenenado, murió durante la batalla sin que las tropas marroquíes perdieran cohesión. Sebastián I pereció en la refriega junto al sultán depuesto Abu Abdallah Muhammad II, cuyo cadáver fue posteriormente desollado y expuesto, lo que le valió el sobrenombre de “al-Maslukh”.
Stukeley también encontró la muerte en la confrontación, aunque las fuentes difieren sobre las circunstancias exactas de su fallecimiento. Mientras algunos relatos sugieren que cayó inmediatamente en combate, otros apuntan a que murió a manos de sus propios hombres. Smithsonian Magazine destaca la paradoja de que Stukeley, quien había dedicado años a perjudicar los intereses de Inglaterra, pudo haber encontrado la muerte por el disparo de un compatriota.
Transformación del mapa político europeo
La triple desaparición de monarcas desencadenó una crisis sucesoria sin precedentes en Portugal. Felipe II, tío del fallecido Sebastián I, aprovechó el vacío de poder para justificar sus pretensiones al trono portugués. En 1580, las tropas españolas ocuparon Portugal, integrando el reino en la Corona española y creando el mayor imperio de la historia hasta ese momento.

En Marruecos, Ahmad al-Mansur, hermano y sucesor de Abd al-Malik, emergió como un líder consolidado que expandió su reino hacia el Sahara y adoptó una diplomacia sofisticada para preservar la independencia nacional. La historiadora Samia Errazzouki enfatiza que la principal lección de la batalla fue aprender a navegar las rivalidades internacionales sin comprometer la soberanía.
A nivel mundial, la derrota supuso un duro golpe para la Europa católica, que vio frustradas sus ambiciones de expansión en el norte de África. Tras el fracaso posterior de la Armada Invencible, Ahmad al-Mansur estableció contactos diplomáticos con Isabel I de Inglaterra, posicionando a Marruecos como una potencia emergente en el Atlántico.
La figura de Stukeley, aunque recordada en Inglaterra como la de un traidor y estafador, pervivió en la cultura popular como símbolo del aventurero sin escrúpulos, protagonista de obras teatrales y panfletos que exploraban los límites entre el heroísmo y la villanía.
Frente a batallas más célebres como Lepanto, el historiador Emrah Safa Gürkan considera que los eventos de Alcácer Quibir tuvieron un impacto estratégico mucho más duradero, rediseñando las fronteras políticas y las alianzas entre continentes de una forma que resonaría durante siglos.
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