
El 23 de marzo de 1933, una votación en el parlamento alemán determinó el futuro de la República de Weimar y allanó el camino para la dictadura de Adolf Hitler. Ludwig Kaas, sacerdote católico y líder del Partido de Centro, respaldó la Ley Habilitante, que otorgó a Hitler y su gabinete poderes para gobernar por decreto.
Según un análisis de Foreign Affairs, este acto desmanteló la democracia alemana y ejemplifica cómo el cálculo político y la autoconservación pueden abrir la puerta al autoritarismo. La votación terminó con 444 votos a favor y 94 en contra, eliminando el último obstáculo para que los nazis consolidaran el poder.
Presión, amenazas y capitulación
Kaas justificó su decisión bajo presión de amenazas y represión de los nazis, advirtiendo a sus colegas: “Debemos preservar nuestra alma, pero rechazar la Ley Habilitante traerá consecuencias desagradables para nuestro partido”. El Partido de Centro, que había intentado frenar a Hitler, terminó cediendo.
Lejos de proteger al partido, esa sumisión facilitó su desaparición junto con la oposición en los meses siguientes.
La lógica de la renuncia y el efecto dominó
Foreign Affairs señala que este episodio muestra la lógica de la dimisión: algunos creen que ceder ante amenazas a la democracia es una estrategia válida, o que colaborar con un autócrata puede ser una vía de supervivencia. Kaas no fue el único en pensar así; errores de cálculo y justificaciones personales en años previos crearon el terreno para Hitler.
Actualmente, la experiencia de Weimar es relevante: la erosión democrática se observa en países como Hungría, India, Turquía y Estados Unidos. El retroceso democrático suele ser gradual, a través de la renuncia progresiva de quienes deben defender las instituciones. Cada concesión fortalece a los autócratas, debilita las defensas democráticas y complica la reversión del proceso. Estrategias supuestamente pragmáticas—esperar, guardar silencio, negociar—terminan por acelerar el derrumbe de la democracia.

Nacimiento de una república frágil
Desde sus inicios tras la Primera Guerra Mundial, Weimar exhibió fragilidad. La constitución de 1919, influenciada por Hugo Preuss y Max Weber, consagró libertades civiles, amplió derechos a las mujeres y estableció protecciones laborales.
Sin embargo, la joven república enfrentó violencia política, asesinatos y enfrentamientos callejeros entre comunistas y fascistas. Tras años de hiperinflación y disturbios, la situación se estabilizó brevemente desde 1924. La estabilidad terminó en 1929, cuando la crisis de la bolsa estadounidense golpeó a Alemania con recesión y desempleo masivo.
Ascenso de los extremos y parálisis política
Durante esa crisis, partidos extremistas como el Partido Comunista y el Partido Nazi ganaron terreno, lo que impidió la formación de gobiernos estables. El presidente Paul von Hindenburg nombró cancilleres sin apoyo parlamentario, exacerbando el estancamiento y favoreciendo el crecimiento del nazismo.
Según Foreign Affairs, la crisis económica no fue la única causa; la respuesta de los líderes alemanes fue fundamental.
Dos errores fatales de la élite conservadora
El primer gran error vino del establishment conservador. A fines de los años veinte, el Partido Popular Nacional Alemán, liderado por Alfred Hugenberg, buscaba revitalizarse. Hugenberg, empresario y magnate, pensó que Hitler fortalecería su causa y permitió que los nazis participaran en una campaña para anular las reparaciones de guerra.
El referéndum de 1929 fracasó, pero la alianza dio legitimidad a los nazis, que se volvieron una fuerza reconocida. En 1931, Hugenberg organizó una manifestación derechista en Bad Harzburg. Hitler desplazó a los líderes tradicionales. Luego, incluso Hugenberg admitió: “He cometido la mayor estupidez de mi vida; me he aliado con el mayor demagogo de la historia humana”.

El segundo error fue nombrar a Hitler como canciller. En 1932, el parlamento estaba bloqueado. El ex canciller Franz von Papen propuso convertir a Hitler en canciller, rodeado de ministros conservadores. Von Papen aseguró: “En dos meses, habremos acorralado tanto a Hitler que chillará”. Hindenburg aceptó el plan en enero de 1933, creyendo que Hitler sería solo una figura decorativa.
La realidad fue diferente. Hitler consolidó su poder rápidamente, marginó a sus supuestos controladores y aplastó la oposición mediante arrestos masivos. Aunque no contaban con la mayoría—dos tercios de los votantes rechazaron a los nazis en las últimas elecciones libres de 1932—, la violencia y el miedo dominaron Alemania.
El incendio del Reichstag y el último paso hacia la dictadura
En febrero de 1933, el incendio del Reichstag proporcionó el pretexto para una ola de represión. El gobierno nazi culpó a los comunistas y alegó que preparaban atentados. Ordenaron arrestos masivos y decretaron la restricción de libertades civiles, incluidas prensa y reunión, además de permitir detenciones sin juicio.
En este clima de emergencia, Hitler presentó la Ley Habilitante. Los líderes del Partido de Centro debatieron durante horas divididos entre el principio y el temor. Unos defendían la resistencia, pero la mayoría temía desafiar a los nazis. Algunos buscaban aún influir en Hitler u obtener garantías para el partido. Finalmente, los 73 parlamentarios del Partido de Centro cedieron y justificaron su decisión como un mal necesario. Kaas advirtió: “Si no se logra la mayoría de dos tercios, el gobierno llevará a cabo sus planes por otros medios”.

Consecuencias de la rendición y lecciones de Weimar
La rendición del Partido de Centro no moderó a Hitler ni protegió a sus miembros. El partido fue disuelto junto con el resto de la oposición en pocos meses. La creencia de que se podía negociar la protección de la democracia sin sacrificarla resultó trágica.
Foreign Affairs concluye que la Constitución de Weimar, como cualquier otra, no se defendía por sí sola; requería la acción decidida de ciudadanos y líderes para resistir toda amenaza.
La experiencia de la República de Weimar demuestra que el extremismo nunca avanza solo, sino que prospera gracias a la colaboración, el miedo o la ambición de quienes subestiman los riesgos. Como advierte Foreign Affairs, quienes otorgan poder a un autócrata suelen perder, además de la democracia, la influencia que pretendían preservar.
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