
Tras varios viajes a España, Cristina Martínez, una mujer cubana residente en Estados Unidos, decidió que el país europeo sería el lugar perfecto para comenzar una nueva vida. En 2021, junto a su marido, vendió su casa en Fort Myers, Florida, y se trasladó a Santander, en la costa norte de España, con la idea de disfrutar de una vida más tranquila y de experimentar el estilo de vida europeo que tanto había admirado durante sus vacaciones. Sin embargo, dos años después, Cristina regresó a su país, dejando atrás sus sueños de una vida española. Lo que parecía un paraíso resultó ser una experiencia que la dejó frustrada, desilusionada y con la sensación de haber sido engañada por las expectativas que tenía sobre España.
La idea de mudarse a España no fue impulsiva. Cristina y su marido, con una sólida decisión de vivir a largo plazo en Europa, vendieron su casa, pasaron por el proceso de solicitud de una visa no lucrativa, un tipo de visado que permite a los ciudadanos no pertenecientes a la UE vivir en España sin necesidad de trabajar, siempre que puedan demostrar tener los recursos económicos suficientes. Al principio, la emoción de haber logrado su sueño la mantenía optimista. “Creo que el primer año fue como una luna de miel”, dice Cristina. “Estaba más en esa etapa de: ‘Oh, estamos en Europa. Esto es lo que siempre hemos deseado. Es un sueño hecho realidad’”.
“Queríamos estar en Europa y vivir el estilo de vida europeo”, comenta Cristina en una entrevista con CNN Travel. Sin embargo, al instalarse en Santander, pronto descubrió que no todo era como se lo imaginaba. “No pude adaptarme a su estilo de vida”, confiesa. “Es totalmente diferente al estilo de vida americano… Tenía expectativas muy altas, y se desvanecieron por completo”, confesaba.
“Prepárate para no vivir con aire acondicionado”
La primera gran sorpresa llegó con el clima, un factor que Cristina no había considerado lo suficiente. Aunque el norte de España tiene su encanto, los inviernos fríos, húmedos y lluviosos no fueron lo que esperaba. “No podía soportar seis o cinco meses de mal tiempo”, recuerda. Además, “a veces llueve solo cinco días a la semana. Llueve día y noche… Y cuando todo eso se suma, es un invierno muy frío, sombrío y deprimente. Y todos estos elementos facilitan que uno se enferme”.
Pero la belleza del paisaje cantábrico no logró enamorarla al completo y el clima no fue lo único que la desilusionó. La falta de aire acondicionado en muchas casas españolas también fue un problema. “Prepárate para no vivir con aire acondicionado”, advierte Cristina, quien, acostumbrada al calor y el confort de la vida en Florida, no estaba lista para enfrentar un verano sin aire acondicionado. “Para vivir con las ventanas abiertas”, agrega con cierta ironía.
Pero los inconvenientes no terminaron allí. Otro aspecto que no pudo adaptarse fue el estilo de vida y los horarios españoles, algo que Cristina considera totalmente diferente a lo que estaba acostumbrada en EE. UU. Uno de los mayores obstáculos fue la costumbre de cerrar negocios y restaurantes durante varias horas para la siesta. “La otra cosa que realmente me molestó de ellos allí fue su forma de vivir y su forma de hacer las cosas”, afirma. “Los negocios y restaurantes cierran a las tres o cuatro de la tarde. Los bancos cierran a las dos, y entonces no se puede hacer nada”, señaló. Y es que, según ha explicado “no puedes ir a comer porque cierran a las cuatro y luego no vuelven a abrir hasta las ocho o nueve de la noche”, explica. Este choque cultural, unido a los desafíos del clima y los horarios, hizo que Cristina se sintiera cada vez más desplazada.
“Después de un tiempo, me sentí muy cansada y asqueada de la comida española”

El proceso de adaptación también fue difícil desde el punto de vista social. Aunque no tuvo problemas para hacer amigos, Cristina notó que la cultura española le parecía más “cerrada” de lo que había anticipado. “No abren su casa a la gente con facilidad”, comenta, añadiendo que muchas personas se sorprendieron de que hubiera decidido mudarse a España. “Eres de Miami, pero ¿qué haces aquí?”, le decían algunos de los lugareños. Esta falta de apertura cultural, sumada a la lejanía de su familia y amigos en EE. UU. hizo que Cristina comenzara a cuestionarse si realmente había tomado la decisión correcta.
A lo largo de su estancia en España, también se dio cuenta de que los aspectos que había idealizado, como el costo de vida y la comida, no eran tan perfectos como pensaba. Aunque los alimentos eran más baratos, encontró que la comida española era “frita, grasosa y poco saludable” después de un tiempo. “Después de un tiempo, me sentí muy cansada y asqueada de la comida española”, admite. También encontró que el costo de los servicios públicos era “casi igual que en Estados Unidos”, y que, aunque la vivienda era más barata, las casas que se alquilaban en áreas remotas no cumplían con sus expectativas.
El tema de los okupas, una realidad incómoda en muchas partes de España, también fue un factor disuasorio. Cristina revela que le preocupaba la posibilidad de que una propiedad vacía fuera ocupada sin su consentimiento. “Eso es algo que desconocíamos”, dice sobre la ley española, que hace difícil desalojar a los okupas una vez que han estado en una propiedad por más de 48 horas.
Después de dos años de lucha con su adaptación, Cristina decidió regresar a su país. “Una vez que me aseguraron el trabajo, me lo ofrecieron. Conseguí un billete enseguida y me fui de España”, relata con alivio. Aunque, al regresar a EE. UU., Cristina se siente más feliz, no puede evitar lamentar que su experiencia en España no haya sido la que esperaba. “Me dejó un sabor de boca muy malo toda la experiencia”, confiesa. “Ni siquiera quiero volver de vacaciones. Estoy harta”, continuaba. La cubana, finalmente, concluyó: “Me habría quedado allí si tuvieran otra forma de vivir”, concluye.