
A veces tratamos de buscar un respuesta para todo y tenemos que hacernos a la idea de que no siempre la hay. Por ponernos en una situación cotidiana: una entrevista de trabajo. ¿Qué determina que elijan a un candidato con la misma experiencia y cualidades que el resto? En estos casos hay una parte importante de meritocracia, pero otra incluso mayor de suerte: cómo tiene el día el entrevistado, si le entras por los ojos, si le pareces gracioso... y luego hay otros componentes que también son determinantes: si la empresa es de tus padres o amigos de la familia y tú tienes un puesto garantizado en ella.
En esta última idea está la clave. Los seres humanos tratamos de buscar constantemente las raíces de la desigualdad social. Y al pensar en ello, en la justicia y la distribución de riqueza, debemos tener en cuenta nuestras creencias más arraigadas sobre el mérito y la suerte, que es de lo que trata este artículo. ¿Deberíamos premiar el esfuerzo, o, por el contrario, debemos reconocer las circunstancias de la vida que escapan a nuestro control? Y, aún más importante, ¿qué nos hace aceptar la desigualdad cuando esto parece no depender de nuestro propio esfuerzo?
Un estudio sobre equidad en todo el mundo, titulado Justicia en todo el mundo, elaborado por Ingvild Almås, Alexander W. Cappelen, Erik Ø. Sørensen y Bertil Tungodden, indaga en la percepción que tienen hasta 65.000 personas de 60 países diferentes sobre el origen de la desigualdad. ¿Es una cuestión de mérito o de suerte? Esta investigación demuestra que la forma en que las personas perciben las desigualdades tiene un impacto directo en su disposición a aceptar la redistribución y las políticas de justicia social. Es decir, la aceptación de la desigualdad no se basa exclusivamente en las diferencias de ingresos, sino en si estas desigualdades son vistas como consecuencia de la suerte o del mérito. Y la diferencia es fundamental.
Aquellos que creen que el esfuerzo y el mérito explican la desigualdad, son menos inclinados a ver esa desigualdad como injusta
Estos investigadores revelan que las personas que consideran que la desigualdad es el resultado de factores fuera de su control, como la suerte, son mucho más propensas a apoyarse en políticas de redistribución. En cambio, aquellos que creen que el esfuerzo y el mérito explican la desigualdad, son menos inclinados a ver esa desigualdad como injusta y, por lo tanto, menos dispuestos a apoyar la redistribución de la riqueza.
La idea de que ‘eres pobre porque quieres’
Este fenómeno es especialmente evidente en las sociedades donde el sistema meritocrático está profundamente arraigado. En países como Estados Unidos, el enfoque meritocrático está tan institucionalizado que la mayoría de los individuos ve la desigualdad como un reflejo natural del esfuerzo personal. Aquellos que alcanzan el éxito se lo deben a su trabajo duro y habilidades, mientras que los que caen en la pobreza simplemente no han hecho lo suficiente para salir de ella. Así, la desigualdad debida a la suerte es vista como menos justificable, y se favorecen políticas menos igualitarias.
Sin embargo, la percepción de la justicia en la desigualdad varía notablemente en otros países. En lugares con una fuerte tradición de solidaridad o valores comunitarios, como algunas naciones de África y América Latina, las creencias sobre la importancia de la suerte como fuente de desigualdad son más prevalentes. En estos contextos, la desigualdad es vista como algo menos merecido y, por ende, se justifica más la intervención estatal para mitigar sus efectos.
La clave está en reconocer que la visión de lo que es “justo” no es universal, sino que está profundamente influenciada por las creencias culturales, históricas y políticas de cada sociedad
Pero incluso dentro de sociedades más igualitarias, la noción de que el mérito justifica el éxito tiene un impacto profundo en las políticas sociales. En países con economías más desarrolladas, como los del norte de Europa, aunque se acepta un mayor grado de redistribución, las personas que perciben la desigualdad como resultado de la falta de esfuerzo personal son menos receptivas a las políticas redistributivas. Esto sugiere que, a pesar de una mayor voluntad política para reducir las disparidades, la forma en que los ciudadanos conceptualizan las causas de la desigualdad aún afecta sus actitudes hacia la justicia social.

A medida que las naciones se enfrentan a un mundo cada vez más globalizado, comprender las raíces de nuestra tolerancia a la desigualdad es importante para diseñar políticas más eficaces y justas. La distinción entre suerte y mérito no solo moldea nuestras ideas sobre la justicia, sino que también determina cómo debemos abordar la redistribución de los recursos. La clave está en reconocer que la visión de lo que es “justo” no es universal, sino que está profundamente influenciada por las creencias culturales, históricas y políticas de cada sociedad.
Países a favor de la meritocracia
La conclusión de este estudio es que la meritocracia es un concepto que se ha promovido más en los países occidentales. Sin embargo, su aceptación y aplicación varían según la cultura y el sistema político de cada nación. En general, los países que más han apostado por la meritocracia son:
- Estados Unidos: la meritocracia está profundamente enraizada en la narrativa del sueño americano, que sostiene que el esfuerzo personal y el talento determinan el éxito. Aunque se reconocen las desigualdades estructurales, el ideal meritocrático sigue siendo central en la política y la cultura estadounidense.
- Reino Unido: similar a Estados Unidos, el Reino Unido ha mantenido una fuerte tradición meritocrática, especialmente en su sistema educativo y en el acceso a puestos de poder. A pesar de las críticas sobre las desigualdades de clase, el país continúa promoviendo el acceso a oportunidades basadas en el mérito.
- Canadá: este país promueve un sistema meritocrático, especialmente en el ámbito laboral y educativo. El país ha sido conocido por su política de inmigración basada en habilidades, en la que se prioriza a quienes tienen los méritos profesionales adecuados.
- Australia: al igual que Canadá, Australia apuesta por un sistema que promueve la igualdad de oportunidades a través de la meritocracia. Se pone énfasis en el rendimiento individual, especialmente en el acceso a la educación superior y en el mercado laboral.
- Países Bajos y los países escandinavos (Suecia, Dinamarca, Noruega): estos países también han adoptado la meritocracia en sus sistemas educativos y laborales, aunque lo combinan con políticas de bienestar social que buscan reducir las desigualdades económicas. En estos lugares, el sistema educativo y el empleo tienden a valorar el talento y las capacidades individuales.

En muchos de estos países, el concepto de meritocracia se enfrenta a críticas debido a que las desigualdades sociales y económicas aún influyen en las oportunidades reales de las personas, lo que pone en duda la plena aplicación del modelo meritocrático.
¿Qué percepción tienen los españoles?
¿Y qué ocurre con España? Nuestro país figura entre los países en los que se evalúa la importancia del mérito frente a la suerte en la percepción de la desigualdad. No obstante, En la gráfica que compara las creencias de la fuente de desigualdad en varios países, España es uno de los países donde se observa un enfoque equilibrado entre mérito y suerte, lo que refleja una postura intermedia en cuanto a la creencia en la meritocracia.
En el artículo, algunos de los países que valoran más la suerte como una fuente principal de la desigualdad son Afganistán, Vietnam, Filipinas, Bangladesh, Indonesia, Tanzania, Uganda y Zimbabwe.