
Una de las meninas se agacha y le ofrece a la infanta Margarita de Austria, hija del rey Felipe IV, un pequeño jarrón de barro, mientras a su alrededor la escena cortesana se detiene: una persona con enanismo se entretiene molestando a un perro; un hombre parece salir (o entrar) por la puerta del fondo, junto a un espejo que devuelve la imagen de los reyes de España, y Velázquez, asomado detrás de un enorme lienzo, desvía su mirada al espectador con el pincel a medio camino entre la paleta y el cuadro.
Hablamos de Las Meninas, una de las obras de arte más famosas y enigmáticas (por sus múltiples interpretaciones) de la pintura española. Y, precisamente, una de esas incógnitas (el pequeño objeto que recibe la protagonista del cuadro), encierra una costumbre del siglo XVII casi desconocida y que, a día de hoy, todavía es practicada por algunas personas.
La infanta Margarita de Austria sujeta un búcaro, una pieza de arcilla roja que se mezclaba con ámbar gris y especias. Aunque su principal utilidad era la de servir de recipiente para poder beber agua, en el siglo XVII se extendió en la sociedad española un fenómeno urbano y principalmente femenino conocido a día de hoy como bucarofagia: el recipiente se rompía en trocitos y estos se comían.
Aunque a día de hoy pueda parecer una locura, en el Siglo de Oro español se convirtió en un auténtico vicio con fines estéticos, sociales o simplemente saciantes de antojos. Debida cuenta de ello dan diversos testimonios escritos y pictóricos de la época, como Juan de Zabaleta en El día de fiesta por la tarde en Madrid: “Apéanse a este tiempo de un coche en la puerta de la casa una mujer mayor, que tiene al marido en un Gobierno en las Indias, y una hija suya doncella opilada, tan sin color como si no viviera. Nadie juzgara que salía del coche para la visita sino para la sepultura. Comía esta doncella barro, ¡linda golosina! ¿Cuánto diera esta moza por estar enterrada, por tener la boca llena de tierra? Dios hizo a esta mujer de barro y ella con el barro se deshace”.
Hasta tal punto llegó la adicción por este capricho entre las mujeres de la época que “a menudo sus confesores no les imponen más penitencia que pasar todo el día sin comerlos”, tal y como relataba la extranjera Marie Catherine d’Aulnoy, que quedó sorprendida por este hábito al llegar a España.

Truco de belleza, anticonceptivo y droga recreativa
Eran muchos los motivos que podían llevar a las mujeres a consumir estos trozos de arcilla, por ejemplo, para ajustarse al canon de belleza imperante en la época. A lo largo de la historia, las mujeres han estado encorsetadas en unas estrictas normas estéticas que les indicaban la apariencia que debían tener para convertirse en seres deseables, conseguir un marido y ajustarse a lo que se esperaba de ellas: casarse y tener descendencia. Esto las ha llevado a emplear peligrosos tratamientos de belleza que podían comprometer seriamente su salud: sustancias venenosas para la depilación, la utilización de corsés que podían deformar el tórax, el uso de la belladona o la ingesta de obleas de arsénico.
Consumir fragmentos de arcilla fue precisamente uno de ellos: “Ya sabemos que comer búcaro producía opilación, es decir, palidez, y que las mujeres lo tomaban para conseguir una tez blanca, que era expresión de la máxima belleza”, explica Natacha Seseña, historiadora del arte e investigadora española, en su libro El vicio del barro. Los fragmentos de arcilla obstruían el intestino e impedían la absorción de hierro, lo que provocaba anemia y hacía palidecer la piel.
Sin embargo, también hacía lo propio con otros nutrientes como las grasas, por lo que las mujeres que llevaban a cabo este hábito adelgazaban considerablemente. “Unas daban en comer barro para adelgazar, y adelgazaban tanto que se quebraban. Andaban estas más amarillas que las otras”, escribe Francisco de Quevedo en Casa de locos de amor, dando cuenta de uno de los peligrosos efectos que la bucarofagia podía tener en la salud.

Conseguir una piel de porcelana para ajustarse al canon estético de la época no era el único motivo por el que las mujeres podían consumir búcaros, sino que le atribuían a esta práctica otros beneficios como el de cortar hemorragias, incluidas las menstruales, provocando amenorrea y actuando como método anticonceptivo. Es precisamente esta razón por la que la infanta Margarita de Austria, la protagonista de Las Meninas, podía tener este hábito: según destaca Seseña, bajo las palabras del doctor Óscar Borque, la joven padecía el síndrome de Allbright, un tipo de pubertad precoz que, entre otras, provocaba que tuviese menstruaciones muy abundantes incluso a edades muy tempranas.
No solo eso, sino que también existen testimonios de monjas y señoras de la élite que comerían arcilla para conseguir unos síntomas narcóticos y alucinógenos. De esta manera, las primeras podrían alcanzar un éxtasis que les acercase a Dios, mientras que las segundas podrían haber convertido estos fragmentos de barro en una especie de droga recreativa que se emplearía en compañía de otras mujeres.
La bucarofagia “provocaba terribles enfermedades: obstrucción intestinal, perforación del colon, fallo hepático, envenenamiento por plomo a veces, crisis biliares, anemias agudas...”, señala la arqueóloga Sandra Lozano en su pódcast Gastromovidas. Por tanto, esta “golosina” se convierte es un completo peligro para la salud de sus consumidoras.
Comedores de arcilla en el siglo XXI
“La verdad que no sé si es comestible, pero está muy rico”. Una rápida búsqueda en la red social de TikTok con hashtags como #clayeater (comedor de arcilla) devuelve cientos, o incluso miles, de resultados de mujeres que graban sus experiencias consumiendo bloques de arcilla. Los efectos que se le atribuyen son el de mejorar la digestión, favorecer la fertilidad, embellecer la piel o ayudar a eliminar toxinas del cuerpo, aunque también se incide en la precaución de no consumirlo en exceso: “Todo es malo. No coma tanto, solo un pedacito para el antojo”.
Es precisamente este uno de los motivos por los que muchas personas ingieren arcilla, barro o tierra: paliar un antojo que puede derivar en una adicción. Esta obsesión por comer sustancias que no son nutritivas (por ejemplo, arcilla, madera, papel, yeso...) es un trastorno alimentario conocido como pica y puede desencadenar enfermedades irreversibles, puesto que estos productos, especialmente la tierra, pueden contener sustancias como plomo, arsénico o excrementos.

Este extraño hábito, que los expertos señalan que es muy perjudicial para la salud, también ha llegado a personajes públicos con un gran número de seguidores a sus espaldas, lo que convierte sus discursos en potencialmente peligrosos. La actriz Shailene Woodley, protagonista de películas como Bajo la misma estrella o Divergente, reconoció en 2014 que este era uno de los trucos de belleza que ella utilizaba, puesto que “ayuda a limpiar el organismo de metales pesados”. También Zoë Kravitz utilizó este método, pero como adelgazante para perder nueve kilos, con el objetivo de preparar su papel en The Road Within.
La bucarofagia, el hábito de consumir pedazos de arcilla principalmente con el objetivo de aumentar la belleza (siguiendo los cánones imperantes), es solo un ejemplo de los muchos tratamientos estéticos que las mujeres han empleado a lo largo de la historia para ajustarse a unos estrictos moldes. La constatación de que a día de hoy todavía existen mujeres que ponen en peligro su salud por seguir este y otros métodos (a veces por desconocimiento y otras con convicción) pone en evidencia la necesidad de seguir siempre el criterio de los especialistas, así como la de replantearnos la bellezacracia en la que nos encontramos inmersos.