![Muñecas tradicionales rusas con la](https://www.infobae.com/resizer/v2/I3V74SCYBJVD4EQDTWCQURD7BE.jpg?auth=21c9d4ddef9a99b9d5509b3b25cd94ae35461deaa2b80a5bbdd3ec79fd48c948&smart=true&width=350&height=233&quality=85)
Desde la campaña electoral, y hasta que ganó las elecciones el 5 de noviembre de 2024, Donald Trump había mencionado en numerosas ocasiones su plan de imponer aranceles a todo el mundo, llegando a convertirse en una de sus mayores promesas económicas para convencer a los ciudadanos estadounidenses de que debían apostar por él.
Una vez logró la victoria en las urnas, y empezadas sus funciones de presidente el pasado 20 de enero de este 2025, Trump ha dejado claro que los aranceles son, en su opinión, una medida justa, y que el objetivo final es fortalecer la industria nacional de su país. Esta medida, argumenta, conseguirá que muchas de las compañías que ahora se encuentran ubicadas en otros países terminen por mudarse a Estados Unidos.
Los expertos económicos, sin embargo, auguran que los aranceles van a subir los precios de los productos que los ciudadanos estadounidenses consumen cada día, algunos mucho más rápido que otros, y además consideran que habrá una ralentización del crecimiento económico y, como resultado inevitable, un repunte de la inflación.
Además de las predicciones a futuro, ¿qué dice la historia sobre el efecto de los aranceles en las relaciones comerciales de los diferentes países? ¿Qué resultados ha tenido esta medida tributaria en otros momentos del bagaje económico de Estados Unidos?
El crack del 29: una primera impresión de la política arancelaria
Tras aquel 29 de octubre de 1929, y el crack y la caída de la Bolsa de Valores de Nueva York, llegó lo que terminó por conocerse como la Gran Depresión, que no fue otra cosa que una crisis económica terrible en la que Estados Unidos, en primer lugar, y el resto del mundo poco después, vio cómo su renta nacional descendía en picado, sus beneficios comerciales quedaban en mínimos históricos, y el desempleo, y luego el hambre, se extendían como si de una epidemia se tratase.
En ese contexto, el Gobierno de EEUU bajo el mandato del presidente Herbert Hoover, también del Partido Republicano, propuso la idea de imponer aranceles a los productos agrícolas extranjeros, lo que supuestamente podía beneficiar a los productores estadounidenses, mejorando sus terribles condiciones.
No obstante, dos senadores de su propio partido, llamados Reed Smoot y Willis C. Hawley, consideraron que había que hacer frente a la Gran Depresión de una forma mucho más contundente, y que, más allá de los aranceles a los productos agrícolas, había que extender esta disposición también a los productos industriales, lo que suponía un total aproximado de unos 20.000 productos importados que iban a sufrir esta nueva medida económica.
Las protestas no se hicieron de rogar, y antes de incluso presentar la posibilidad de imponer aranceles a los productos industriales, cuando solo se hablaba de los agrícolas, 23 países de todo el mundo que tenían relaciones comerciales con Estados Unidos clamaron al cielo por lo que consideraban que era una decisión nefasta. Uno de los principales socios era Canadá, que en el contexto actual es uno de los más afectados en la nueva era arancelaria que está planteando Trump.
![El primer ministro canadiense Justin](https://www.infobae.com/resizer/v2/VDUASBGNQ67NYEAUSUQX7PFD2Y.jpg?auth=30214131df7e726dc02210d4c91cb852d237b851f0de561e95bb14fd012543df&smart=true&width=350&height=233&quality=85)
El ‘arancel de las abominaciones’ que casi adelanta una Guerra Civil
La fuerte oposición a los aranceles también miraba hacia el pasado, y no le gustaba lo que veía. Un siglo antes, también en Estados Unidos, se aprobó en el Congreso lo que se dio a conocer como el arancel de 1828, que no era otra cosa que una tarifa protectora muy elevada que tenía como objetivo, de nuevo, mejorar la situación de todos los productores estadounidenses frente a los extranjeros.
Sin embargo, la situación política del país en aquel momento era muy particular, en la mitad de la Crisis de Anulación previa a la Guerra de Secesión -un conflicto político entre el Gobierno federal y el estado de Carolina del Sur-, y los estados del Sur consideraron un verdadero agravio que con aquel arancel solamente se plantease el beneficio económico de los estados del Norte, ya que los que se dedicaban a la industria del algodón debían pagar un precio más alto por las importaciones que venían de Europa, y por tanto vieron como sus beneficios económicos eran menores. Estos estados lo llamaron “el arancel de las abominaciones”.
La Tariff Act de 1930
De vuelta a la política arancelaria posterior al crack del 29, y a pesar de la visión negativa de la gran mayoría de los socios comerciales de Estados Unidos, la propuesta de los senadores Smoot y Hawley fue hacia adelante. Herbert Hoover pensaba que ante las grandes crisis eran necesarias grandes soluciones y opinaba que, aunque pareciese arriesgada, la Ley Hawley-Smoot podía suponer el inicio del fin del gran conflicto económico que estaba sucediendo.
Antes de que finalmente se aprobase la ley y entrase en vigor en junio del año 1930, sucedió un hecho insólito: 1.028 economistas estadounidenses firmaron una petición formal pidiendo al presidente que reconsiderase la idea. Según ellos, era un hecho objetivo que unos aranceles tan elevados solamente iban a tensar las relaciones comerciales e iban a provocar una respuesta por parte de los países afectados, que impondrían a su vez aranceles elevados a EEUU (algo así como los aranceles recíprocos de los que estos días se habla tanto) causando así que los consumidores fueran los que pagasen la disputa.
Y eso fue exactamente lo que ocurrió. Aunque las primeras semanas se pudo ver que los productores estadounidenses tenían más trabajo, y por tanto obtenían más ganancias económicas, con el paso de los meses el castigo impuesto por los demás países creó un clima de absoluta contracción en el comercio internacional. Y en Estados Unidos los datos hablaron por sí solos: la tasa de desempleo se elevó todavía más, y pasó de un 6% en plena Gran Depresión, antes de la ley de los aranceles, hasta el 11,6% en diciembre de 1930 y hasta un 25% poco después.
El sucesor de Hoover en la presidencia de los Estados Unidos, Franklin D. Roosevelt, entendió que aquella política arancelaria había sido un fracaso, y su Gobierno, entre muchas otras cosas, redujo significativamente todas las tarifas.
El efecto dominó de los aranceles al acero en los años 80
Estados Unidos inició el siglo XX como el mayor productor de acero del planeta, y también como el país donde la producción tenía un menor coste, debido básicamente a los sólidos cimientos a nivel tecnológico y a que la expansión de las infraestructuras urbanas era tan grande que la demanda de acero era prácticamente infinita.
Pero esto cambió, y para los años 70 del siglo pasado se inició la Crisis del Acero y la aceptación, poco a poco, de que era difícil competir desde Estados Unidos con otros países que se iniciaban en este sector, lo que hizo además que el consumo de este material se redujese considerablemente. Y cuando llegó la década de 1980, el número de empleos en la industria del acero había bajado de 340.000 hasta 125.000.
El presidente Ronald Reagan, que gobernó el país entre 1981 y el 1989, tomó la decisión de implementar algunas políticas para reducir la importación de acero de otros países y que la industria que un día había sido la más exitosa de EEUU volviese a crecer. Pero sucedió lo que los expertos economistas denominan el efecto dominó: los aranceles elevaron también el precio del acero en el mercado interno, no solamente en el externo, y otras industrias que dependían de este material, como la construcción o la automovilística, se vieron obligadas a lidiar con precios más caros.
El resultado fue bastante esclarecedor: se consiguieron 5.000 nuevos empleos en la industria del acero en todo Estados Unidos, pero se perdieron 26.000 empleos en las industrias que dependían de manera directa o indirecta de él.
Los aranceles de Trump a las lavadoras
Ni siquiera es necesario irse a los ejemplos prácticos de la política arancelaria de hace 50, 100 o 150 años, porque hace menos de 10, en el primer mandato de Donald Trump, ya hubo análisis económicos que criticaron duramente la idea que tiene el actual presidente del país de que los aranceles son una cuestión de comercio justo y recíproco.
![El presidente de Estados Unidos,](https://www.infobae.com/resizer/v2/OFGQR3ER5PV4FR3ICNGQRXGH5A.jpg?auth=65e6aeae9eb4f2fef88f4f0f82499b448dd092e43ae39a82c09d62017ea23cfd&smart=true&width=350&height=233&quality=85)
Bajo su percepción de la economía mundial, los aranceles son un instrumento perfecto para hacer que las empresas extranjeras dejen de ganar un dinero que debería de ser para las empresas estadounidenses, y conseguir así que el país se enriquezca sin sufrir los límites de la competencia.
Una investigación elaborada por tres reconocidos economistas americanos, Aaron Flaaen, Ali Hortacsu y Felix Tintelnot, ahonda en la idea que se ha podido extraer de otros ejemplos a lo largo de la historia, que es que los aranceles efectivamente hacen que las empresas extranjeras se vean afectadas, pero que, en la gran mayoría de las ocasiones, los consumidores estadounidenses también pagan esta medida, porque las empresas nacionales se protegen para que la subida del precio les afecte de la menor manera posible.
En el año 2018, Donald Trump tomó la decisión de imponer medidas arancelarias a las lavadoras extranjeras, que se vendían a un precio muy inferior a las estadounidenses, y esto causaba un efecto negativo en los productores del país. Lo que se conoce comúnmente como competencia desleal.
Pero esta investigación antes referida sacó la conclusión de que el precio de las lavadoras en Estados Unidos se elevó un 12% por culpa de las tarifas aduaneras, y esto supuso que los ciudadanos pagaran un total de 820.000 dólares más por cada empleo creado en esa industria, lo que, desde luego, no era un baremo positivo. Este suceso terminó por llamarse el efecto lavadora, y es perfectamente aplicable a las predicciones que se tienen de los aranceles planteados por el presidente en este 2025.
La conclusión de los expertos, antes y ahora, y una vez analizada la evolución de esta medida económica a lo largo de la historia, es que los aranceles, y sobre todo los aranceles tan altos, causan tensiones y conflictos comerciales, y un estado de alerta de cada país en el que sale el impulso de defenderse, lo que puede terminar en una guerra comercial. Y los más perjudicados, como casi siempre, son los ciudadanos, que ven como finalmente son los que cargan con el coste económico resultante.