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El sistema de Seguridad Social contempla distintos tipos de incapacidad laboral para proteger a los trabajadores que, debido a una enfermedad o accidente, no pueden desempeñar su actividad profesional con normalidad. Estas incapacidades se clasifican en temporal o permanente, dependiendo de la duración y el grado de afectación del trabajador.
La incapacidad temporal es aquella que impide al empleado trabajar durante un periodo determinado, pero con la expectativa de recuperación. Se concede, por ejemplo, en casos de enfermedades comunes, accidentes laborales o intervenciones quirúrgicas que requieren reposo y tratamiento. Durante este tiempo, el trabajador recibe una prestación económica y conserva su puesto de trabajo hasta su reincorporación o hasta que su situación derive en una incapacidad permanente.
Por otro lado, la incapacidad permanente se otorga cuando las secuelas de una enfermedad o lesión reducen o anulan la capacidad laboral del afectado. Esta categoría se divide en cuatro grados: parcial, total, absoluta y gran invalidez. Cada una de ellas implica diferentes derechos y compensaciones.
La incapacidad permanente parcial permite al trabajador seguir desempeñando su actividad habitual, aunque con una disminución en su rendimiento superior al 33%. Esta modalidad no implica el cese en el puesto de trabajo y otorga una indemnización única equivalente a 24 meses de la base reguladora del trabajador. Además, la empresa está obligada a realizar adaptaciones en el puesto de trabajo para facilitar el desempeño de sus funciones.
La incapacidad permanente total inhabilita al trabajador para su profesión habitual, aunque le permite desempeñar otro tipo de actividad. En este caso, el beneficiario recibe una pensión mensual equivalente al 55% de su base reguladora, porcentaje que puede aumentar en determinadas circunstancias, como la edad o la dificultad para encontrar otro empleo.
En el caso de la incapacidad permanente absoluta, la persona queda inhabilitada para cualquier tipo de trabajo, lo que le da derecho a una pensión del 100% de la base reguladora. Finalmente, la gran invalidez se concede cuando el trabajador, además de no poder desempeñar ninguna actividad laboral, necesita asistencia de otra persona para realizar tareas básicas de la vida diaria. En este supuesto, la prestación se incrementa con un complemento destinado a cubrir los gastos de asistencia.
Los cambios que debe facilitar la empresa
El reconocimiento de cualquiera de estas incapacidades requiere un proceso de evaluación por parte del Instituto Nacional de la Seguridad Social (INSS), que determina el grado de afectación y el tipo de prestación aplicable en cada caso. La concesión de una incapacidad no solo tiene implicaciones económicas, sino que también puede obligar a la empresa a tomar medidas para la adaptación del puesto de trabajo, especialmente en los casos de incapacidad parcial.
El marco legal establece que si un trabajador obtiene el reconocimiento de incapacidad permanente parcial, la empresa está obligada a facilitar las condiciones necesarias para que pueda continuar en su puesto. Estas adaptaciones pueden incluir cambios en la carga de trabajo, en los horarios o en la distribución de tareas, siempre con el objetivo de garantizar la seguridad y el bienestar del empleado sin comprometer su rendimiento.
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“No está mal”
El abogado especializado en derecho laboral Un Tío Legal, como se da a conocer en redes sociales, lo explica en uno de sus últimos vídeos en TikTok: “La incapacidad permanente, por regla general -dice- da derecho a una pensión y dependiendo del grado de cómo te afecte, si puedes trabajar de algo o de nada, te van a dar un porcentaje u otro. Esto no es una pensión -matiza-; te da derecho a una indemnización a tanto alzado de 24 meses de sueldo bruto de tu base reguladora”.
“Esto es -concreta el letrado- para los casos que tienes una enfermedad que te limita para ser parte de tus tareas, no inferior a un 33%. Pero puedes seguir trabajando y lo único es que tu empresa tendrá que adaptarte el puesto de trabajo. Vamos, que te pagan 24 meses, dos años de sueldo bruto que te lo paga la Seguridad Social y puedes continuar trabajando. No está mal”.