“Yo no era un gánster. Corrí con ellos, pero no era uno de ellos”, afirmó Denzel Washington, una de las figuras contemporáneas más influyentes de Hollywood, recordando su infancia en Mount Vernon (Nueva York) en una entrevista con Esquire. Con más de 50 apariciones en películas, dos premios Oscar y una carrera que abarca más de cuatro décadas, el actor hizo un repaso de los momentos que marcaron su vida, desde sus primeros años en un barrio complicado hasta la consolidación como una leyenda del cine.
Actualmente, con casi 70 años y a partir del reciente estreno de Gladiator II, Washington reflexionó sobre su pasado, sus decisiones y el camino que lo llevó hasta donde se encuentra en la actualidad. Las memorias del interprete no solo están marcadas por el éxito, sino también por experiencias que moldearon su carácter.
Denzel Washington nació en un entorno donde la violencia y el crimen eran parte del paisaje cotidiano. Sus amigos de la infancia provenían de realidades difíciles, y muchos de ellos terminaron tras las rejas o en situaciones aún peores. “Yo tenía un pie en la calle, pero no era un asesino”, admitió en su retrospectiva.
El círculo del neoyorquino estaba lleno de jóvenes que transitaban caminos peligrosos. Su mejor amigo, Frank, pasó 40 años en prisión y cuando Washington lo volvió a ver hace poco tiempo, quedó impactado por el deterioro físico. Con una mezcla de pesar y resignación, destacó: “Mira esas manos, así quedan después de décadas de comida de prisión”.
Aunque, su historia tomó otro rumbo. Mientras algunos de sus amigos se hundían en la delincuencia, él encontró refugio en la música y en el trabajo. Su madre, dueña de un salón de belleza, pudo comprarle un órgano, lo que le permitió integrarse a una banda con otros chicos del barrio. Sobre esto, recordó: “Nos reuníamos en el ático de una casa y pasábamos horas tratando de sacar las canciones de James Brown”.
El ascenso en Hollywood y lucha contra la frustración
La actuación llegó a su vida por casualidad. Si bien había participado en actividades teatrales en su adolescencia, no fue hasta que ingresó en Fordham University que descubrió su verdadera vocación. “Entré, fracasé, volví a entrar… y ahí empezó todo”, confesó el actor. Su talento interpretativo lo llevó al teatro, donde participó de obras que posteriormente definirían su carrera. Una de ellas, A Soldier’s Play, que le abrió las puertas al cine con su adaptación en A Soldier’s Story.
Los reconocimientos llegaron con fuerza tras su interpretación en Glory (1989), que le valió su primer Oscar. A partir de ahí, su filmografía creció con personajes complejos y poderosos. Pero no todo fue reconocimiento. El año 2000 marcó un punto de inflexión, cuando su actuación en The Hurricane fue aclamada, pero el premio de la Academia fue para Kevin Spacey por American Beauty. “Recuerdo que giré para verlo y nadie más estaba de pie, solo los que estaban a su alrededor. Pero sentí que todos me miraban”, reveló.
Ese golpe lo afectó emocionalmente más de lo que imaginaba. Durante años, la ceremonia de los Oscar dejó de interesarle. El sentimiento de amargura se arraigó, aunque no lo reconociera del todo. “Me había vuelto amargado y ni siquiera lo sabía”, manifestó Washington.
El desafío del alcohol y el camino a la sobriedad
Durante años, el éxito y la presión de la industria se entrelazaron con un hábito silencioso: el alcohol. Washington no bebía en exceso en público, pero en privado la historia era distinta. Debido a esto, el artista, explicó: “El vino es muy sutil. No es como que un día te golpea de repente. Es algo que se va acumulando”.
Todo comenzó con el gusto por los grandes vinos. “Construimos una casa en 1999 con una bodega de diez mil botellas. Aprendí a beber lo mejor”, comentó. Con el tiempo, el placer se convirtió en rutina. Llamaba a su proveedor en Sunset Boulevard y pedía dos botellas a la vez. Además reconoció: “Si pedía más, sabía que iba a beber más”.
El punto de quiebre llegó en 2014. Luego de 15 años con el mismo patrón decidió detenerse. “En diciembre cumplí diez años sin probar una gota”, destacó con orgullo. La sobriedad mejoró su salud y también le permitió enfocarse en lo que realmente importa. “Le hice mucho daño a mi cuerpo. Ahora, lo único que quiero es ser fuerte”, resaltó.
La fe como un pilar clave en su vida
Desde niño, la religión siempre estuvo presente en su vida, pero no fue hasta su etapa adulta que experimentó un verdadero despertar espiritual. El momento clave ocurrió en la iglesia West Angeles Church of God in Christ (Los Ángeles), cuando decidió acercarse al altar y entregarse completamente a su fe. “Subí, me llevaron a una sala trasera y empezaron a orar por mí. Sentí que me elevaba, que algo me recorría por dentro”, recordó.
La intensidad de esa experiencia lo dejó atónito. Desde entonces, su visión del mundo cambió. Su carrera, sus decisiones y su propósito en la vida comenzaron a estar guiados por su relación con Dios. “No me importa lo que piensen los demás. Sé que mi trabajo es alabarlo y dejar claro que Él es el responsable de todo lo que tengo”, concluyó con convicción.