Adaptación al jardín: entre el desafío de acompañar y el jaque a la rutina familiar

Para las familias, los horarios reducidos y cambiantes del “período de inicio” implican un reto logístico importante. Pero se trata de un tiempo clave para construir confianza y armar los vínculos necesarios para que los chicos puedan aprender, sostienen los especialistas

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El "período de inicio", antes
El "período de inicio", antes llamado de "adaptación", marca una primera separación de la familia, pero también es un tiempo de nuevos encuentros para los chicos. (Imagen Ilustrativa Infobae)

La primera semana una hora, la segunda dos, la tercera –tal vez– horario completo… La vuelta a clases plantea un desafío particular en el jardín de infantes, donde las familias deben acompañar a sus hijos en el “período de inicio” –la famosa “adaptación”–: una etapa en la que los chicos entran más tarde o salen más temprano y van aumentando progresivamente el horario, en función de cómo está cada niño y cada grupo.

Para las familias, esos horarios reducidos y cambiantes pueden representar un verdadero rompecabezas. Muchos padres cuestionan el período de adaptación: se quejan de que les resulta imposible acomodar sus rutinas laborales, o de que su hijo entra feliz a la sala pero igual debe hacer horario reducido. Es que la duración y modalidad del “período de inicio” es flexible y se suele ajustar sobre la marcha, según lo que van observando las maestras.

Hay países donde este período no existe, hay jardines maternales y jardines de infantes que no lo aplican. Entonces: ¿qué sentido tienen esos días de adaptación? ¿Por qué existen solo en el nivel inicial? Más allá de las complicaciones logísticas, ¿cuál es el rol de la familia en este proceso? Infobae consultó a distintos especialistas para indagar en estas cuestiones.

Tiempo de separación y encuentro

Los especialistas señalan que la “adaptación” marca un tiempo clave para construir confianza y asegurar el bienestar necesario para que los chicos puedan aprender. “Es un proceso muy importante para los chicos porque, generalmente, implica la primera separación de la familia. Es un momento en que los chicos empiezan a construir confianza en la institución y en los adultos, sus maestros, y empiezan también a conocer a sus compañeritos”, afirma Ana Malajovich, profesora e investigadora de la UBA y especialista en didáctica del nivel inicial.

“El significado principal de este período es iniciar un tejido, una trama de vínculo con las comunidades que todavía no han llegado al jardín, que permita sostener durante todo el ciclo lectivo el cuidado y la enseñanza”, define Patricia Redondo, doctora en Educación, experta en nivel inicial y exdirectora de Nivel Inicial de la Provincia de Buenos Aires.

Redondo piensa la adaptación como un tiempo de hacer puente, un ritual de pasaje del ámbito familiar y doméstico a la esfera pública: “Los jardines de infantes representan el primer espacio público de inscripción de las niñas y los niños en la vida social”, afirma. Por eso, explica, la separación de las familias “no tiene que ser traumática sino pausada, gradual, acordada, de manera que los niños lleguen en el momento oportuno a despedirse de sus familias con amorosidad, con la absoluta tranquilidad de que volverán a buscarlos”.

Es una etapa de separación, pero también de encuentro. “Es un tiempo de separarse de la familia, del hogar, de las actividades cotidianas, de las rutinas de casa. También es un tiempo de encontrarse con otras personas, otro lugar y otras rutinas”, señala Gabriela Fairstein, especialista en educación para la primera infancia, profesora de la UBA y FLACSO.

En un sentido amplio, el “período de inicio” comienza cuando las familias visitan por primera vez el jardín donde van a inscribir a sus hijos, recorren el espacio y conversan con los directivos. Abarca también las entrevistas iniciales con las maestras y las reuniones grupales en las que se empieza a conocer a los otros padres y a compartir expectativas y ansiedades sobre lo que viene.

Empezadas las clases, las estrategias que se ponen en juego en este período varían. Más allá de implementar horarios más cortos, algunas maestras optan por modificar la organización de la sala y dividir a los niños en subgrupos, o utilizan temporalmente otros espacios para facilitar la adaptación. En algunos casos, si un chico tiene dificultades para separarse de su mamá, se suele sugerir que lo acompañe otro familiar con quien la despedida resulte más fácil.

La duración del "período de
La duración del "período de inicio" es variable: depende de cada chico, del grupo y de los criterios de la institución. Foto: Unicef Argentina

Nuevos rituales y aprendizajes

¿Cuánto debería durar la “adaptación”? La respuesta es: depende. “La experiencia en los jardines nos muestra que es muy variable, muy subjetivo. Algunas familias necesitan un poco más de tiempo, otras necesitan menos. Y pongo el acento en que son las familias las que están iniciando este tiempo de escolaridad, más allá de que quien se queda al final es el bebé, el niño o la niña”, sostiene Fairstein.

Citando a Melina Furman, Fairstein plantea que los rituales permiten “darle textura al tiempo”. De eso se trata, también, este período: “Es un tiempo para ir instaurando pequeños rituales que nos dan seguridad, sobre todo en la primera infancia. ¿Por qué? Porque nos permiten predecir lo que va a pasar, saber que después de tal momento viene tal otro. Esto ordena la experiencia y también tiene que ver con la construcción del aparato psíquico”.

“Las actividades que tienen lugar durante el periodo de inicio apuntan a afianzar el vínculo, a generar cierta pertenencia, a crear las condiciones para que se despliegue luego un trabajo pedagógico apoyado en esa confianza. Se trata también de un momento en el que, desde el lugar de docente, se observa detenidamente a cada uno de los integrantes del grupo, se toman muchas notas, se atiende a los emergentes que darán lugar a ideas para desarrollar luego proyectos pedagógicos apropiados para cada grupo”, describe Daniel Brailovsky, profesor e investigador de la UNIPE y del profesorado Sara Eccleston.

Desde el punto de vista psicológico, las marcas de esa primera separación y de esos primeros encuentros pueden moldear vínculos futuros, señalan algunas especialistas. “El modelo subjetivo que construyen en estas primeras experiencias de separación familiar es una huella que queda en la historia de vida de los chicos, y que se va a repetir frente a cada nuevo comienzo que deban afrontar, tanto en su vida escolar como en la personal y laboral”, plantea Malajovich. En otras palabras: transitar estas primeras experiencias con seguridad y confianza puede sentar las bases para que esa seguridad acompañe a los chicos en experiencias posteriores.

El período de inicio implica un aprendizaje fundacional: los chicos asumen por primera vez el rol de alumnos. “Es una etapa en la que se crean nuevos lazos, se instala una experiencia de grupalidad que para los más chiquitos es muy novedosa, se van proponiendo ciertos tiempos y espacios que organizan la vida en la institución. El jardín es la puerta de entrada a todo el sistema educativo. Al comenzar a asistir, los chicos se convierten en alumnos, un rol social nuevo e importantísimo, que va más allá del rol familiar de ser hijo”, señala Brailovsky.

El rol de las familias

Para las familias, el gran reto es acomodarse a esas semanas en que la rutina se vuelve más imprevisible. Malajovich destaca que la participación de padres y madres es clave para que los chicos estén a gusto en el jardín: “La confianza se construye a partir del diálogo. Cuando las familias están tranquilas, confiadas y seguras, los chicos lo perciben y pueden transitar el período de inicio con tranquilidad, más allá de que a los más chiquitos siempre les cuesta más”.

Confianza y seguridad son dos palabras que se repiten en las respuestas de los especialistas. Todos coinciden, también, en un consejo: animarse a preguntar. “A medida que van transcurriendo los días es posible que haya avances y retrocesos, que aparezcan dudas. Es importante que las familias se acerquen a preguntar a los directivos y a los docentes todo aquello que les genere inquietud”, recomienda Rut Kuitca, especialista en educación infantil y presidenta del comité argentino de la Organización Mundial para la Educación Preescolar (OMEP).

Cada jardín tiene el desafío de explicar a las familias el sentido de este período, para evitar frustraciones o reproches. Esto requiere brindar pautas claras sobre lo que se espera de cada uno y desplegar propuestas planificadas, tanto para los chicos como para las familias.

Patricia Redondo subraya la necesidad que las instituciones educativas y de cuidado sean hospitalarias con las familias: “La educación inicial debe afianzarse en un gesto de absoluta hospitalidad, de bienvenir a las familias respetando su diversidad y su configuración, en contrapunto con los enunciados que hoy circulan en los discursos hegemónicos”.

“Compartir con las familias las pautas de organización de los primeros días de clase traerá tranquilidad y colaborará en bajar las ansiedades que este inicio conlleva”, define Kuitca. Y sugiere “dar a cada familia el cronograma de los horarios correspondiente”, así como “acordar horarios con flexibilidad para que los adultos puedan organizar sus tareas y estén en las mejores condiciones para acompañar con tranquilidad a los pequeños”.

Los expertos subrayan que las
Los expertos subrayan que las instituciones deben comunicar pautas claras a las familias; para los padres, el desafío es acompañar y transmitirles a sus hijos confianza en el jardín.

Respetar los tiempos de la infancia

Es fundamental que las familias escuchen las pautas que establece el jardín, subrayan las fuentes consultadas por Infobae. “Poco a poco la maestra irá indicando a los adultos acompañantes que se coloquen en lugares menos disponibles, y que vayan retirándose en forma respetuosa –sin escaparse en secreto– en momentos estratégicos en los que los niños están más conectados con las propuestas de la sala, y por lo tanto más motivados a quedarse un rato jugando”, sostiene Brailovsky.

Otra sugerencia que se repite: no desesperar ante el llanto de los chicos, que en muchos casos es esperable. Brailovsky aconseja: “Es importante no desanimarse si los primeros días sucede que la niña o el niño lloran y se aferran al familiar acompañante en lugar de entrar alegremente a la sala. Es parte del proceso que esto suceda y solo de a poco se irá logrando esa apropiación del rol de alumno, que no se hace de un momento para otro”.

En las próximas semanas, a medida que empiecen las clases en cada provincia, probablemente vuelvan a escucharse las quejas de madres y padres sobre sus dificultades para adaptarse a la adaptación.

Gabriela Fairstein reivindica el valor de este período y lo entiende en el marco del respeto a los derechos de la infancia: “Es un acto de reconocimiento de que los tiempos de la infancia son diferentes de los tiempos de la adultez o de otras edades. En la primera infancia el aparato psíquico está en construcción y entonces una separación abrupta, un cambio abrupto se viven como violencia”.

En el libro Educación y cuidado en la primera infancia, escrito por Fairstein junto con Mercedes Mayol Lassalle, Valeria Heres y Paula Lorenzi, las autoras subrayan que la sociedad es demasiado adultocéntrica: “Solemos apurarnos y pasar por encima de los tiempos de la infancia. Pensemos cuántas veces los niños reparan en algún detalle que nosotros como adultos no habíamos percibido. La primera infancia es una época de detalles sutiles”.

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