
“Cada uno de estos cuadros representa la victoria”, dice Volodímir Zelensky mientras señala las tres pinturas colgadas sobre su cama. Una muestra un barco ruso hundiéndose en el mar Negro. Otra retrata a tropas ucranianas combatiendo en territorio ruso. Y la tercera, su favorita, muestra el Kremlin envuelto en llamas. “Ahí es donde vivo”, remata con una media sonrisa, en el rincón más íntimo de sus oficinas en Kiev, lejos del dorado opulento que, aún seis años después de ser elegido presidente, le sigue pareciendo un exceso.
Pero la entrevista con el corresponsal de Time, Simon Shuster, no fue para hablar de decoración. Zelensky quería “aclarar el aire” luego del violento cruce que tuvo con Donald Trump y J.D. Vance en el Salón Oval. “Ustedes no tienen las cartas, están apostando con la Tercera Guerra Mundial”, le espetó Trump al mandatario ucraniano en un episodio que fue registrado por cámaras y visto por millones. Zelensky, aconsejado por sus asesores, había evitado hablar del tema… hasta ahora.

“Lo tenía todo planeado”, asegura sobre ese encuentro en la Casa Blanca. Llevaba regalos cuidadosamente elegidos, incluido el cinturón de campeón mundial de boxeo de su amigo Oleksandr Usyk. Pero decidió abrir con algo muy distinto: un dossier con fotos de soldados ucranianos torturados en manos rusas. “Él tiene familia, seres queridos, hijos. Tiene que sentir lo que siente cualquier persona”, explica sobre su decisión de mostrar imágenes tan duras. Pero la jugada no salió como esperaba.
Lo que siguió fue un enfrentamiento frontal, con Trump endurecido, Vance desdeñoso y un Zelensky cada vez más aislado. Sin embargo, el presidente ucraniano no se arrepiente. “Estaba defendiendo la dignidad de Ucrania”, afirma. Para él, la resistencia de su pueblo no se basa en cálculos geopolíticos sino en algo más profundo: “Cuando se trata de nuestra libertad, democracia, dignidad… nuestro pueblo se levanta y se une.”
El incidente en la Casa Blanca
El 28 de febrero, en el corazón del poder estadounidense, se desarrolló una escena que todavía resuena en los pasillos de la diplomacia global. En lo que debía ser una reunión estratégica con el presidente Donald Trump y su vicepresidente J.D. Vance, Volodímir Zelensky vivió uno de los momentos más tensos de su carrera política. La conversación, que se transmitió parcialmente ante la prensa, escaló rápidamente a una confrontación abierta. “Ustedes no tienen las cartas”, le lanzó Trump, tajante. “Están apostando con la Tercera Guerra Mundial”.
La intención de Zelensky era otra. Había preparado una serie de regalos cuidadosamente pensados para romper el hielo. Pero a último momento, cambió de plan. En vez de extender la mano con una muestra de admiración, sacó una carpeta con fotos de soldados ucranianos torturados por las fuerzas rusas. “Eso fue lo que hizo que todo saliera mal”, le confesó luego un funcionario estadounidense.
“Eso es material duro”, admitió Trump, con el rostro endurecido, al hojear las imágenes.
Para Trump, las imágenes fueron como una acusación. Como si el sufrimiento de los soldados fuera culpa suya. “Me parece que se puso a la defensiva, como si lo estuviera señalando directamente”, dice Zelensky. Pero aún hoy, no muestra arrepentimiento. “Lo haría otra vez. Yo no podía mentir. No podía hacer solo un gesto de protocolo. Quería hablar como ser humano”.
Para Zelensky, el objetivo no era reprochar, sino mostrar humanidad. Quería ir más allá del instinto transaccional de Trump, más allá de la necesidad de halagos, y alcanzar algo más profundo. “Lo que quise mostrar eran mis valores”, resumió. Pero el resultado fue el contrario: las defensas de Trump se alzaron de inmediato, y el ambiente se volvió hostil.
El punto más doloroso llegó cuando Zelensky preguntó si Vance había visitado Ucrania desde el inicio de la guerra. “No me interesan tus giras de propaganda”, replicó el vicepresidente. El desprecio tocó una fibra sensible. Mostrar la destrucción y el sufrimiento es una política diplomática deliberada del gobierno ucraniano: hospitales, ruinas, fosas comunes. Pero el nuevo liderazgo estadounidense ha optado por mantenerse distante.
El propio Zelensky, sin embargo, no retrocede. Sabe que ese momento marcó un antes y un después en la relación con Washington, pero insiste: “Estaba defendiendo la dignidad de Ucrania”. “Lo que quise mostrar eran mis valores. Pero entonces, bueno, la conversación tomó otro rumbo”.
“Eso no es propaganda”: la visita a Moshchun y el peso simbólico de la resistencia

Unas horas antes de la entrevista en Kiev, Volodímir Zelensky llevó al periodista de Time a un lugar cargado de historia y significado: el pueblo de Moshchun, en los suburbios occidentales de la capital ucraniana. Lo que antes era un pequeño enclave con apenas 800 habitantes, conocido por haber sido escenario de una popular comedia protagonizada por Zelensky, se ha transformado en un sitio emblemático de la resistencia ucraniana.
“Nuestros guerreros en Moshchun estaban superados 13 a 1″, afirma el presidente, con un tono que mezcla orgullo y gravedad. “Eso no es propaganda. Es un hecho”. Allí, durante 23 días, entre febrero y marzo de 2022, se libró una de las batallas más decisivas desde la Segunda Guerra Mundial en suelo europeo. Si Rusia hubiera logrado tomar ese punto, probablemente habría logrado cercar Kiev y derrocar al gobierno ucraniano. Pero no fue así. Cientos de comandos rusos murieron en ese intento, repelidos por una mezcla de soldados, policías, guardias nacionales y civiles armados con granadas y rifles de caza.
La visita no era casual. Tres años después de aquel enfrentamiento, el gobierno organizó un homenaje con banda militar, guardia de honor y pancartas que rezaban “Ucrania o muerte”. La escena era solemne, pero también coreografiada. Un miembro del equipo presidencial, en voz baja, lo admitió con cierta melancolía: “En los primeros aniversarios se sentía más real”.
Esa tensión entre la memoria viva y el ritual oficial se siente en el ambiente. El campo donde cayeron más de 125 ucranianos está ahora cubierto de banderas. En una cabaña cercana, mujeres venden souvenirs de guerra: pequeños gnomos decorados con camuflaje y casquillos de bala reciclados. La línea entre el dolor y el símbolo, entre la historia y el kitsch, es cada vez más delgada.
Pero para Zelensky, el acto sigue siendo importante. “No es solo un lugar. Es la prueba de que podemos resistir”, dice mientras deposita una corona de flores ante la guardia de honor. Sabe que algunos, como J.D. Vance, desprecian estas visitas. “No me interesan tus giras de propaganda”, le había lanzado días antes en el Salón Oval. Sin embargo, el presidente ucraniano insiste: mostrar la destrucción, hacer ver la herida, es una parte esencial de su estrategia diplomática.
La transformación de Moshchun en símbolo nacional no es gratuita. Encierra una verdad incómoda: a medida que pasa el tiempo, las batallas se convierten en ceremonias, los escombros en monumentos, y el dolor en relato. Pero también recuerda lo que está en juego. “Aquí empezó todo. Aquí decidimos no rendirnos”, dice Zelensky. Y eso, dice, no es propaganda. Es memoria.
La amenaza permanente: drones, sirenas y un país bajo ataque
La guerra no da respiro. Mientras se conmemoraban batallas pasadas en Moshchun, la noche anterior había sido otro recordatorio brutal del presente: 214 drones Shahed, de fabricación iraní, atacaron territorio ucraniano en oleadas, cargados algunos con bombas de vacío capaces de incinerar edificios enteros. El principal blanco fue Odesa, donde los impactos dejaron zonas sin luz, golpearon centros comerciales y causaron nuevas víctimas civiles.
Zelensky no estaba en Kiev en ese momento. Volvía en tren desde Finlandia, donde había recorrido un inmenso refugio subterráneo diseñado para proteger a su población en caso de ataques rusos. La experiencia lo impactó. “Los chicos estaban jugando hockey allá abajo. Tienen gimnasios, tiendas, es como una pequeña ciudad”, describe, sorprendido. El país nórdico, con apenas 5.6 millones de habitantes, ha construido una red de búnkers con capacidad para más de cinco millones. Zelensky firmó un acuerdo con el gobierno finlandés para replicar esa infraestructura en Ucrania.

En el tren, el presidente recibió la alerta de bombardeo en su celular. Era otra noche sin descanso para la población. En Kiev, donde las sirenas no llegaron a sonar, los ciudadanos se despertaron con el estruendo de las baterías antiaéreas, cuyas luces se proyectaban como relámpagos contra las paredes. Las redes sociales se llenaron de emojis de motonetas: el sonido de los Shahed al descender recuerda al de una Vespa rugiendo desde el cielo.
Ese mismo día, Petr Pavel, presidente de la República Checa y uno de los aliados más sólidos de Ucrania, visitaba Odesa. Su tren había salido apenas 20 minutos antes del bombardeo. A la mañana siguiente, aún conmocionado, se reunió con Zelensky y fue contundente: “Es extremadamente difícil negociar con alguien que habla de paz mientras lanza ataques masivos sobre civiles.”
Zelensky valora especialmente la coherencia de aliados como Pavel, un exgeneral de la OTAN que entiende la lógica militar y no se deja impresionar por gestos diplomáticos vacíos. Mientras otros países dudaban, fue la República Checa la que logró conseguir más de un millón de proyectiles de artillería para el ejército ucraniano en el primer año de invasión. Ese tipo de respaldo es, para Zelensky, la diferencia entre palabras y compromiso real.
“En este momento, la guerra es nuestra vida cotidiana”, dice. Las bombas, los drones, las alertas constantes. Aun así, insiste en mirar hacia adelante. La experiencia en Finlandia, los proyectos de refugios, las alianzas que todavía se sostienen: todo eso forma parte de su plan de supervivencia. Porque en Ucrania, la guerra no es pasado. Es presente. Y está en todas partes.
Lo que vino después fue un golpe duro: Trump suspendió la ayuda militar e inteligencia. Según el general Keith Kellogg, enviado especial para Ucrania, fue una forma de “darles una lección”.
En las negociaciones que siguieron en Jeddah, con delegaciones encabezadas por Mike Waltz y Marco Rubio por parte de EE. UU., y Andriy Yermak por Ucrania, Zelensky dio un paso más: aceptar un cese al fuego sin condiciones. “No era el momento para el idealismo. Tenemos que ser pragmáticos. Ir paso a paso”, admitió su jefe de gabinete.

Con ese gesto, EEUU retomó el envío de armas y datos estratégicos. El recuerdo de la pelea en el Salón Oval empezó a diluirse. Pero la estrategia había cambiado. El ideal había sido reemplazado por la urgencia. Y en ese terreno, Zelensky mostró que también sabía moverse.
Para Zelensky, uno de los desafíos más peligrosos no está en los campos de batalla, sino en los despachos y salones donde se decide la narrativa global de la guerra. Según él, la desinformación rusa ha logrado filtrarse hasta el centro del poder estadounidense.
El punto de quiebre llegó durante la ofensiva en la región rusa de Kursk, cuando Trump mantuvo una llamada telefónica con Vladímir Putin. Según Zelensky, el mandatario ruso aseguró que miles de soldados ucranianos habían sido rodeados. “Eso fue una mentira”, afirma con firmeza. Lo preocupante para el presidente ucraniano no fue solo la falsedad del dato, sino el hecho de que Trump repitiera la versión rusa, incluso cuando sus propios servicios de inteligencia la contradecían.
“Creo que Rusia ha logrado influir sobre algunas personas del equipo de la Casa Blanca a través de la información”, denuncia. A su juicio, los rusos supieron instalar un relato clave: que Ucrania no quiere la paz, y que se necesita presionarla para que ceda. En ese marco, las decisiones de Trump —como suspender ayuda militar, exigir concesiones territoriales, o bloquear el ingreso de Ucrania a la OTAN— encajan perfectamente.
La preocupación de Zelensky no es solo estratégica. Es profundamente simbólica. “Lo que me molestó más no fue la inteligencia. Fue el relato”, dice. Porque si el mundo comienza a creer que Ucrania es el obstáculo para la paz, entonces Putin ya ganó una parte de la guerra sin disparar un misil.
Más aún: Zelensky observa con inquietud cómo Trump ha aceptado algunas de las demandas más extremas del Kremlin sin obtener casi nada a cambio. La posibilidad de permitir que Rusia regrese al G7, por ejemplo, le parece inaceptable. “Eso es una gran concesión. Imaginate liberar a Hitler de su aislamiento político”, lanza, sin matices.
Sin embargo, el presidente ucraniano no descarta que Trump también tenga un papel clave para frenar a Putin. “Si él quiere, puede presionar a los rusos, porque es el único que Putin teme realmente”, afirma. De hecho, recuerda que en algunos momentos del proceso de paz, cuando EEUU amenazó con sanciones concretas, el Kremlin se mostró visiblemente inquieto.
Por eso, Zelensky no abandona del todo la esperanza. “No creo en los escenarios apocalípticos, honestamente no”, asegura. Cree que Trump quiere dejar una marca en la historia. Que no aceptaría un legado manchado por ciudades ucranianas convertidas en “1.000 Berlines”, divididas, bloqueadas y condenadas a ser zonas muertas en el mapa de Europa.
Al final, todo vuelve a una lucha por el relato. Y Zelensky, que empezó su carrera contando historias como actor y comediante, lo sabe mejor que nadie. Esta vez, sin embargo, el guión se escribe con sangre.