
La extracción de agua subterránea está modificando la elevación en regiones costeras y representa un desafío para la infraestructura y la adaptación al cambio climático.
La gestión de acuíferos, antes vinculada únicamente a la disponibilidad de recursos hídricos, ahora influye directamente en la estabilidad costera y el riesgo de inundaciones.
En la costa de Sudáfrica, un fenómeno reciente cambió la perspectiva sobre los movimientos del terreno en entornos costeros. Entre 2000 y 2021, mediciones satelitales y GPS en Ciudad del Cabo detectaron una elevación de aproximadamente seis milímetros en la superficie terrestre, según publicó Scientific American, respaldado de un estudio.

Este fenómeno coincidió con la merma en las reservas de agua y periodos de sequía. En 2018, la ciudad estuvo a punto de quedarse sin agua, crisis documentada por Scientific American.
El estudio dirigido por Christian Mielke de la Universidad de Bonn desafió la idea de que la tectónica era el único factor: “A veces la primera explicación no es necesariamente la correcta. Quizás no se trate de la tectónica de placas después de todo”, señaló Mielke.
Según el equipo, el terreno, comprimido anteriormente por el peso del agua subterránea, se expande al aliviarse esa presión, como un colchón que recupera su forma.
Una relación global: subsidencia y riesgo de inundaciones

La conexión entre el agua subterránea y los cambios en la superficie terrestre se repite en otras regiones. Rosemary Knight, geofísica de la Universidad de Stanford, explicó en Scientific American que la cantidad de agua, ya sea en forma de hielo, nieve o agua subterránea, y su extracción, afecta el terreno.
En la mayoría de los casos, la extracción de agua subterránea causa subsidencia —hundimiento— con graves consecuencias para infraestructuras y un aumento del riesgo de inundaciones.
Casos críticos: California y la Bahía de Chesapeake
El Valle de San Joaquín en California evidencia la magnitud del problema. Entre 1945 y 1970, más de 13.000 kilómetros cuadrados de esta zona agrícola registraron hundimientos de al menos 30 centímetros, y en puntos específicos, hasta nueve metros.

A día de hoy, algunas áreas descienden más de 30 centímetros al año, un ritmo un 70% mayor al del siglo pasado. Esta situación compromete la estabilidad de canales, carreteras y otras infraestructuras esenciales.
En la costa este de Estados Unidos, la Bahía de Chesapeake enfrenta subsidencia causada tanto por la extracción de agua como por efectos residuales de antiguos glaciares. Proyecciones sostienen que hasta 1.100 kilómetros cuadrados de la costa quedarán sumergidos para el año 2100, agravando el riesgo de inundaciones y la subida relativa del nivel del mar.
Tecnología satelital para un monitoreo preciso
Científicos emplean herramientas avanzadas como la misión GRACE (Gravity Recovery and Climate Experiment).
Esta tecnología mide variaciones en el campo gravitatorio terrestre, permitiendo rastrear los efectos del manejo del agua subterránea a escala global, ya que la extracción o recarga del agua altera la masa planetaria, detectable desde el espacio.
Estrategias para estabilizar el terreno

Ante el reto, la comunidad científica explora alternativas para estabilizar la superficie y reducir los riesgos asociados. Knight detalló en Scientific American: “Básicamente se produce subsidencia cuando el agua que sale supera a la que entra. Y para el agua que entra, el término que se utiliza es ‘recarga’”.
La recarga puede producirse por lluvia o deshielo, pero eso no compensa años de extracción intensiva. Por ello, lugares como California optaron por la recarga gestionada de acuíferos, distribuyendo agua superficial excedente sobre terrenos adecuados o inyectándola directamente en depósitos subterráneos.
Un equilibrio necesario frente al cambio climático
La experiencia en Sudáfrica, California y la Bahía de Chesapeake demuestra que abordar la gestión del agua subterránea implica limitar la extracción y restaurar el equilibrio con la recarga de acuíferos. Solo así será posible mitigar la subsidencia y proteger la estabilidad de las costas ante el cambio climático y la presión humana, concluye Scientific American.
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