Las playas del Mar Negro, reconocidas por su atractivo turístico en la región de Krasnodar (Rusia), se convirtieron a finales de diciembre en el epicentro de una catástrofe ambiental de dimensiones históricas. Lo que alguna vez fueron costas de arena blanca, ahora se encuentran cubiertas de una espesa capa de petróleo que devastó el ecosistema local, producto de un derrame masivo ocurrido tras el naufragio y encallamiento de dos petroleros obsoletos. The Washington Post analizó el incidente que puso de manifiesto la fragilidad del control ambiental ruso y la lentitud de las autoridades en reaccionar ante una crisis de tal magnitud.
El derrame tuvo lugar en el estrecho de Kerch, una conexión clave entre el Mar Negro y el Mar de Azov, cuando dos petroleros antiguos, el Volgoneft 212 y el Volgoneft 239, quedaron atrapados en una tormenta. Uno de ellos se hundió mientras el otro permaneció encallado cerca de la costa, liberando entre 2.500 y 4.500 toneladas de fuelóleo (residuo derivado del petróleo) al mar, según las estimaciones de Greenpeace. Este hidrocarburo más pesado que el crudo convencional, flota en la superficie y también se asienta en el lecho marino, aumentando el impacto ambiental.
La contaminación afecta un área aproximada de 650 kilómetros cuadrados, con especial impacto en 65 kilómetros de la costa de Krasnodar y en algunas playas de Crimea. Esta extensión alcanza la magnitud de derrames históricos como el del Exxon Valdez en 1989, que involucró 35.000 toneladas de petróleo crudo, pero constituye uno de los más graves registrados en Rusia.
Una catástrofe ambiental sin precedentes
El científico Viktor Danilov-Danilyan, director del Instituto de Problemas Hídricos de la Academia de Ciencias de Rusia, describió el derrame como el peor desastre ambiental del país en lo que va del siglo XXI. Según Del especialista, el ecosistema de la región podría tardar entre 15 y 20 años en recuperarse completamente sin una intervención masiva y adecuada.
Además del daño ecológico inmediato, la persistencia de la contaminación dificulta los esfuerzos de limpieza. A medida que las olas arrastran residuos de petróleo de regreso a la costa, las tareas de remoción de arena y residuos contaminados deben comenzar una y otra vez, haciendo que el trabajo de los voluntarios sea un esfuerzo interminable y agotador. Este evento marca un desafío ambiental y se presenta como una advertencia sobre las consecuencias de la negligencia para la gestión de recursos en un entorno marítimo.
Ecosistemas devastados por el derrame
El impacto del derrame de fuelóleo sobre el Mar Negro está siendo arrasador para la vida marina y costera, comprometiendo gravemente el equilibrio del ecosistema local. Las sustancias vertidas causaron una mortalidad masiva de especies: al menos 60 delfines fueron hallados muertos en las costas de Novorossiysk, Anapa y Taman, junto con 34 más en las playas de Crimea y la ciudad de Sebastopol, de acuerdo con los registros más recientes.
Ivan Rusev, biólogo y jefe del departamento de investigación del Parque Nacional Tuzlovski Limany, estima que miles de aves murieron como resultado de la contaminación. “Creo que se encontraron entre 15.000 y 20.000 aves muertas, pero esto es solo la punta del iceberg”, afirmó Rusev, advirtiendo que muchas más están bajo estrés y probablemente terminarán varadas en la costa.
El daño no se limita a las especies visibles, ya que el petróleo al hundirse, destruye organismos marinos fundamentales como moluscos, peces y plancton. Estos organismos son esenciales para la biodiversidad, y para la economía regional, dependiente en gran medida de la pesca y el turismo. Las corrientes subterráneas agravan la situación al redistribuir el combustible bajo la superficie, extendiendo los efectos tóxicos a nuevas áreas.
La movilización ciudadana ante la inacción gubernamental
En los primeros días posteriores al derrame, la respuesta oficial fue prácticamente inexistente, dejando el manejo de la crisis en manos de la población local. Ante la magnitud del desastre, voluntarios de distintas regiones de Rusia acudieron a las playas afectadas, organizándose a través de grupos en Telegram para coordinar esfuerzos y encontrar alojamiento para quienes viajaban desde lejos. Durante la primera semana, fueron los propios activistas quienes lideraron las tareas de limpieza en el terreno.
Las labores realizadas por los voluntarios reflejan tanto su compromiso como las limitaciones impuestas por la falta de recursos. Equipados con herramientas básicas como rastrillos, guantes y palas, los participantes se enfrentaron al arduo proceso de tamizar arena y recoger los grumos de petróleo acumulados en la costa. Aunque el esfuerzo fue complicado por la escasez de equipos de protección adecuados, que expuso a los voluntarios a los efectos nocivos de los gases tóxicos.
La presión ejercida por la participación ciudadana y las imágenes del desastre difundidas en redes sociales lograron captar la atención del público y eventualmente, del gobierno. El activismo espontáneo ayudó a tratar el daño inicial y evidenció la lenta respuesta de las autoridades para abordar emergencias de gran escala.