
Durante años, las competencias deportivas han sido sinónimo de superación personal, esfuerzo colectivo y pasión por el movimiento. Sin embargo, en medio de un mundo cada vez más consciente del impacto ambiental, surge una nueva pregunta: ¿cómo organizar eventos masivos sin dejar huella negativa en el entorno?
La preocupación por el medio ambiente ya no puede concebirse como una cuestión aislada o secundaria. Integrarla en el deporte, más que una innovación, representa una necesidad ética y operativa, especialmente cuando se trata de eventos de gran escala con un fuerte componente comunitario. En Monterrey, más de 3.000 corredores encontraron una respuesta concreta a esa inquietud.
Un modelo replicable de sustentabilidad
En su segunda edición, la carrera Electrolit 10K y 21K propuso una fórmula que conjuga la emoción del running con una estructura sólida de gestión ambiental. Lejos de limitarse a promover hábitos saludables, Electrolit dio un paso más allá al transformar el evento en una plataforma educativa sobre sostenibilidad.
Desde el momento en que los participantes llegaron al punto de partida, se encontraron con un sistema de recolección de residuos especialmente diseñado para facilitar el reciclaje y la separación en origen. Los contenedores diferenciados no solo estaban etiquetados, sino que seguían un sistema de colorimetría internacional, lo cual permitió a los asistentes comprender, sin ambigüedades, dónde y cómo disponer correctamente sus desechos.
Una logística pensada para el ambiente
El diseño de la experiencia no dejó lugar a la improvisación. Electrolit implementó puntos de recolección rápida con costales diferenciados distribuidos a lo largo del recorrido. Esta disposición buscó no solo asegurar la correcta gestión de los residuos generados, sino también minimizar la acumulación innecesaria y evitar focos de contaminación visual o ambiental en las zonas de hidratación o descanso.

El despliegue logístico incluyó también señalización clara y visible, permitiendo que tanto corredores como espectadores pudieran actuar de forma responsable sin entorpecer el flujo natural del evento.
El enfoque adoptado por Electrolit no se limitó a lo operacional. La marca concibió esta carrera como una oportunidad para concientizar de manera activa a un público que ya se encuentra altamente motivado por el bienestar físico y la salud. El deporte se convirtió, así, en una herramienta para promover comportamientos responsables en otros planos de la vida cotidiana.
A través de su alianza con Cíclica, una organización especializada en reciclaje, se garantizó el procesamiento adecuado de los residuos recolectados. Esta colaboración no solo aportó conocimiento técnico, sino que también permitió reforzar el mensaje educativo que se transmitió durante toda la jornada: que cada acción individual tiene un impacto, y que es posible correr hacia un futuro más sostenible sin desatender la pasión por el rendimiento deportivo.
La nueva responsabilidad de las marcas
Este tipo de iniciativas plantean interrogantes que van más allá del running. ¿Puede una marca influir positivamente en los hábitos ambientales de miles de personas? ¿Tiene sentido hablar de sustentabilidad en eventos deportivos si no hay una estructura detrás que respalde esa narrativa?
La propuesta de Electrolit responde a ambas preguntas desde una lógica concreta y replicable. Al incorporar criterios de sostenibilidad en la planificación de sus carreras, la empresa no solo reduce su huella ambiental, sino que también redefine lo que significa ser una marca socialmente responsable en el siglo XXI. No se trata simplemente de compensar, sino de actuar con anticipación y coherencia.
La presencia de atletas profesionales, influencers y corredores aficionados demostró que los valores compartidos pueden crear una comunidad diversa y comprometida. En este caso, el deporte fue el punto de encuentro, pero la sustentabilidad fue el hilo conductor que unió a los distintos perfiles en un mismo propósito: correr no solo por uno mismo, sino también por el entorno.

La carrera en Monterrey fue, así, una puesta en escena de una forma distinta de concebir los eventos masivos. No como simples espectáculos, sino como plataformas de transformación social y ambiental. La iniciativa se transformó en un ejemplo tangible de que las marcas pueden —y deben— usar su alcance para facilitar cambios concretos.
El rol del deportista en la transición ecológica
Las personas que se involucran activamente en el deporte suelen estar familiarizadas con la disciplina, la constancia y la planificación. Estas mismas habilidades pueden canalizarse hacia un rol más protagónico en la transición hacia modelos de vida sostenibles. Desde elegir productos reutilizables hasta participar en eventos responsables, el atleta contemporáneo tiene las herramientas para ser también un agente de cambio ambiental.
La carrera Electrolit 10K y 21K funcionó como un espacio de entrenamiento para este nuevo tipo de conciencia. Al integrar de forma natural prácticas ecológicas en la dinámica del evento, se facilita la adopción de estos comportamientos en la vida cotidiana. Así, el cambio no se impone, sino que se incorpora a partir de una experiencia positiva y compartida.
La experiencia en Monterrey puede leerse como un ensayo exitoso de lo que podrían ser las competencias deportivas en los próximos años: espacios de bienestar físico, mental y también ambiental. En esa dirección, la pregunta ya no es si vale la pena hacerlo, sino cuándo se volverá la norma.