
¿Hasta qué punto los animales experimentan el mundo de manera consciente? Esta pregunta, que ha dividido a científicos y filósofos durante generaciones, recibe una nueva aproximación gracias a la propuesta de Jonah Branding, filósofo de la Universidad Estatal de Míchigan.
En un estudio publicado recientemente en la revista Biology & Philosophy, Branding sugiere un “árbol de decisión” como herramienta para analizar de forma sistemática la conciencia animal, una cuestión con profundas implicaciones éticas y científicas, según recoge Muy Interesante.
Los “marcadores” de conciencia y el nuevo enfoque
El debate sobre la conciencia animal se ha caracterizado por la falta de consenso y la proliferación de posturas extremas. Branding parte de la premisa de que la confusión en torno a la mente animal surge de la manera en que se identifican los llamados “marcadores” de conciencia: señales como conductas específicas, estructuras cerebrales o capacidades cognitivas que podrían indicar la existencia de una experiencia subjetiva.
Frente a la dispersión de criterios, el filósofo propone un marco conceptual que conecta tres enfoques principales para detectar conciencia: el teórico, el analógico y el funcional. Este “árbol de decisión” no busca resolver el misterio de la mente animal, sino ofrecer un mapa que oriente tanto la investigación científica como la toma de decisiones éticas, de acuerdo con Muy Interesante.

El primer enfoque, denominado “vía teórica”, parte de modelos científicos sobre la mente humana y los aplica a otras especies. Sin embargo, Branding advierte que este método tiene un límite importante: las teorías desarrolladas para humanos podrían no captar formas de conciencia radicalmente distintas.
El psicólogo Jesse Prinz, por ejemplo, sostiene que la conciencia humana surge de ciertos patrones cerebrales, pero esto no implica que animales con cerebros diferentes carezcan de conciencia. Esta vía enfrenta lo que el autor llama el “catch-22 de la distribución”: para saber quiénes son conscientes, se necesita una teoría general de la conciencia, pero para construir esa teoría, primero habría que saber quiénes lo son. Por ello, la vía teórica concluye que, ante la ausencia de marcadores, no es posible saber.
El segundo enfoque, la “vía analógica”, se basa en las semejanzas conductuales con los humanos. En la vida cotidiana, las personas no requieren una teoría para reconocer la conciencia en otros humanos; la perciben directamente a través de la conducta y la comunicación.
La filósofa Kristin Andrews propuso el “Dynamic Marker Approach”, que consiste en observar comportamientos y rasgos que sugieren la presencia de una mente. No obstante, Branding señala que este método está condicionado por un sesgo evolutivo: nuestras intuiciones están diseñadas para reconocer mentes similares a la nuestra, lo que puede funcionar con mamíferos, pero resulta ineficaz con especies muy diferentes, como pulpos, abejas o arañas.
Así, el enfoque analógico apunta a la asimetría: la presencia de marcadores ayuda a detectar conciencia, pero su ausencia no basta para negarla, ya que podría deberse a que no sabemos dónde buscar.

El tercer enfoque, la “vía funcional”, parte de la idea de que la conciencia cumple un papel evolutivo, facilitando capacidades como el aprendizaje flexible, la toma de decisiones o la integración de información sensorial. Si un organismo demuestra estas habilidades, es probable que sea consciente; si no, tal vez carezca de experiencia interna.
Ejemplos como el cangrejo ermitaño, capaz de cambiar de concha según las condiciones o de priorizar entre opciones, ilustran cómo ciertos comportamientos podrían reflejar procesos conscientes. En contraste, organismos que solo reaccionan sin flexibilidad, como algunos gusanos simples, podrían carecer de conciencia.
Este enfoque puede respaldar la postura de simetría: si se comprende bien la función de la conciencia, su ausencia podría indicar no-conciencia. Sin embargo, Branding advierte que no está claro que la conciencia tenga la misma función en todas las especies, lo que limita la aplicabilidad de una única regla, según detalla Muy Interesante.
Consecuencias éticas en el trato animal

Más allá del plano teórico, la propuesta de Branding tiene consecuencias prácticas y éticas. Determinar qué animales pueden tener experiencias conscientes afecta directamente a su tratamiento en laboratorios, granjas y ecosistemas.
El filósofo subraya que las preguntas sobre la conciencia animal son, en última instancia, preguntas sobre a quién corresponde cuidar moralmente. Si un ser es capaz de sentir dolor o placer, la responsabilidad humana hacia él cambia de manera fundamental.
El “árbol de decisión” diseñado por Branding no pretende resolver el enigma de la mente animal, sino ofrecer un marco que permita a científicos y éticos situarse: desde qué enfoque estudian la conciencia, qué supuestos aceptan y, en consecuencia, qué afirmaciones pueden sostener.
El propio autor reconoce que su conclusión es provisional: se inclina por la asimetría en los tres enfoques, pero invita al debate y a la revisión constante de las posturas, como destaca Muy Interesante.
La propuesta de Branding no busca ofrecer respuestas definitivas, sino abrir un espacio de diálogo que facilite la comprensión y evite malentendidos en la investigación sobre el sufrimiento animal.
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