En el actual contexto social —donde la autoafirmación y mostrarse ‘tal como uno es’ parecen valores esenciales— distinguir entre una autoestima sana y los peligros de un narcisismo resulta central. Así lo sostuvo la neuropsicóloga Lucía Crivelli, (MN 33.849) quien en diálogo con Infobae en Vivo sostuvo: “El narcisismo deja de ser saludable cuando se torna una necesidad permanente de admiración y la persona se vuelve incapaz de generar empatía por los demás”. Su análisis puso el foco en cómo la tendencia a sobredimensionar la imagen propia puede convertirse en un verdadero obstáculo para establecer vínculos saludables y desarrollarse personalmente.
Estas declaraciones fueron realizadas en diálogo con Infobae en Vivo, durante el programa de la mañana, que cuenta con la conducción de Gonzalo Sánchez, Maru Duffard, Ramón Indart y Cecilia Boufflet.
En ese marco, Crivelli describió cómo el valor actual de la autoestima ha llevado a que la frontera entre el amor propio y el narcisismo resulte cada vez más difusa. “Hoy está tan de moda hablar de narcisismo, pero en realidad es un tema que nos acompaña desde hace siglos, ya desde el famoso mito griego de Narciso”, explicó. Según la especialista, la demonización contemporánea del narcisismo convive con la falta de claridad sobre su significado y sus peligros.

Volviendo al mito, la doctora se detuvo en los orígenes psicoanalíticos del término. “Freud, en 1914, explica que el narcisismo primario es indispensable en los primeros meses de vida; el niño construye su identidad y su autoestima a partir del amor que se dedica a sí mismo”, apuntó Crivelli. Pero el verdadero conflicto surge cuando ese amor propio se transforma en una búsqueda insaciable de validación, que desplaza el interés genuino por el otro. “Cuando esa energía, que debería invertirse en el mundo y en los vínculos, queda siempre enfocada en uno mismo, aparecen los problemas”, puntualizó.
En la conversación con Infobae en Vivo, Crivelli subrayó que todos los seres humanos presentan rasgos narcisistas en determinados momentos y en cierta proporción. “El narcisismo puede ser positivo cuando se vincula con una autoestima adecuada, la ambición sana y la seguridad personal”, detalló. La dificultad aparece cuando deja de ser un rasgo de personalidad para volverse un trastorno.
“Los trastornos de personalidad narcisista son patrones rígidos, inflexibles —lo que se conoce en psicología como ego-sintónicos— que generan disfunciones emocionales y sociales, pero no resultan molestos para quien los padece. Por eso, rara vez un narcisista acude a terapia por su narcisismo”, aclaró.
Quienes rodean a una persona narcisista suelen ser quienes más sufren las consecuencias de ese patrón. “El narcisista no es capaz de reconocer el malestar que genera y suele buscar ayuda solo cuando las consecuencias de su comportamiento derivan en la pérdida de vínculos importantes, trabajos o redes sociales”, advirtió la experta. “Suelen consultar porque fueron abandonados o porque sufren una depresión asociada, pero casi nunca reconocen que su problema de fondo es el narcisismo”.

Una de las características más disruptivas del narcisista, según la neuropsicóloga, es la falta de empatía: “No pueden conectar con lo que siente el otro, ni ponerse en su lugar. En sus relaciones interpersonales prima la actitud utilitaria; el otro es visto como un medio para satisfacer sus propias necesidades, para recibir admiración y reconocimiento”.
A propósito de esto, Crivelli explicó que incluso el enamoramiento suele estar teñido de las dinámicas narcisistas: “Pueden enamorarse, pero muchas veces ese amor cumple la función de reforzar una imagen grandiosa de sí mismos”.
Durante el encuentro con Infobae en Vivo, Crivelli describió las tres fases del amor narcisista: idealización, devaluación y abandono. “El ciclo comienza con una etapa de idealización, donde el narcisista colma de halagos, regalos y atenciones a su pareja. Ese despliegue inusitado crea fuerte dependencia emocional. Pero luego, esa intensidad se diluye y da paso a la devaluación: críticas, desprecio y alternancia entre el afecto y el desapego van minando el vínculo. Finalmente, el narcisista abandona la relación porque ya no obtiene del otro el reconocimiento que alimenta su propia autoestima”.
Además del terreno amoroso, Crivelli se detuvo en el impacto del narcisismo en vínculos de parentesco. “Hay padres y madres narcisistas, y el patrón puede replicarse en hijos que desarrollan narcisismo vulnerable, marcado por una autoestima frágil y una búsqueda constante de validación externa”, comentó. “Las consecuencias suelen extenderse durante generaciones, ya que los patrones de amor y reconocimiento se transmiten por vías no necesariamente genéticas, sino conductuales”.

Una parte esencial de la problemática narcisista reside en la incapacidad de construir relaciones genuinas basadas en la reciprocidad y la consideración por el otro. “El narcisista construye su autoestima siempre según lo que obtiene del entorno —dijo la especialista—. Vive pendiente de la respuesta ajena, en un reflejo sin fin que busca perpetuar la imagen idealizada de sí mismo”.
En temas de actualidad, la repercusión de las redes sociales y la sobreexposición personal surgió como tópico clave. “Las redes no convierten a nadie en narcisista, pero sí son un vehículo para desplegar síntomas narcisistas”, señaló Crivelli. Las plataformas permiten obtener validación inmediata y hacen que quienes padecen una necesidad patológica de reconocimiento encuentren condiciones ideales para alimentar ese círculo vicioso. “Publicar no solo lo que uno hace, sino también lo que uno es, en busca desesperada de likes y aprobación, puede amplificar la insatisfacción y la fragilidad emocional”, recalcó, al advertir sobre el riesgo de ‘vivir para el aplauso’.
Consultada sobre la naturaleza misma del narcisismo, la doctora diferenció dos tipos principales: el narcisista grandioso —más visible y ostentoso, resultado generalmente de una educación hiperreforzada— y el narcisista vulnerable o encubierto, que, aunque adopta el rol de víctima (“nadie me comprende, no me dejan brillar”), en el fondo busca siempre ser el centro de atención.
La conversación abordó los desafíos que encuentran las personas en ciertos ambientes, como la política, los medios de comunicación o las posiciones de poder. “No es que estos ámbitos crean narcisistas, sino que los narcisistas tienden a buscarlos porque les ofrecen una vidriera para esas necesidades de validación, de sentirse únicos y admirados”, detalló.

Ante la pregunta sobre la posibilidad de tratamiento y “cura”, Crivelli aclaró: “La psicoterapia puede ayudar a que el narcisista tome conciencia de sus patrones y logre establecer vínculos más sanos, pero no elimina la tendencia. El trabajo en pareja y en relaciones afectivas tiene que centrarse en reconstruir la autoestima desde valores propios y auténticos, no en función del reflejo ajeno”.
Quebrar la transmisión del narcisismo en las familias también es posible. “La psicoterapia y los vínculos sanos pueden cortar ciclos disfuncionales que tienden a repetirse. La clave está en cómo se valida y se reconoce a los otros dentro del entorno familiar”, argumentó la experta en salud mental.
Sobre las terapias alternativas, como las constelaciones familiares, la especialista se mostró cautelosa. “Pueden ayudar en algunos casos, siempre que estén complementadas por psicoterapia y hechas con responsabilidad. Exponer el inconsciente de manera abrupta y sin preparación no es recomendable ni seguro”, puntualizó.
En cuanto a las situaciones críticas que suelen despertar conciencia de malestar en las personas con trastorno narcisista, la neuropsicóloga marcó el sufrimiento como punto de inflexión: “Cuando pierden vínculos, trabajos o capacidad de compartir, el dolor puede llevarlos a buscar ayuda. El narcisista no es un psicópata que no experimenta sufrimiento; sí siente dolor, aunque no se identifique con el dolor ajeno”.

Respecto al manejo social de estas personalidades, Crivelli fue enfática en advertir que “el entorno termina asimilando la disfunción hasta cierto punto, pero a costa de adaptarse a una lógica dominante, calculadora y manipuladora”. Generalmente, el narcisista busca personas que admira genuinamente o que le devuelvan una imagen sublime de sí mismo, y cuando ese impulso se agota, cambia de vínculo. “Viven en una ficción en la que todo gira en torno a su importancia, diferencia y necesidad de trato especial”.
En el desbalance de sus relaciones personales, el narcisista suele suministrar muestras excesivas de afecto en una primera etapa (idealización), lo que enmascara estrategias calculadas para conseguir una imagen grandiosa de sí. Sin devolución o reconocimiento suficiente, sobreviene la frustración, el desencanto y el abandono. Así, el círculo se reinicia con otro “objeto” de admiración.
Por último, Crivelli enfatizó la importancia de la intervención terapéutica y del trabajo consciente en la construcción de vínculos más auténticos y menos dependientes de la mirada ajena. “El verdadero cambio es posible cuando el amor propio nace de valores internos y no de la respuesta o aprobación de los demás”.
La columna completa a Lucía Crivelli
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