
El sonido de la alerta sísmica en la Ciudad de México no solo representa un mecanismo de protección, sino que también se ha convertido en un detonante de reacciones emocionales intensas para millones de habitantes.
Este sistema, considerado uno de los más avanzados del mundo, ofrece a la población un margen de entre 20 y 120 segundos de anticipación ante un sismo, dependiendo de la ubicación y características del evento, lo que puede marcar la diferencia entre evacuar un edificio o quedar atrapado.
La implementación de la alerta sísmica en México surgió tras el devastador terremoto de 1985 y 2017. Desde entonces, una red de sensores instalados principalmente en las costas del Pacífico —en estados como Oaxaca, Guerrero y Michoacán— monitorea la actividad sísmica.
Cuando estos dispositivos detectan un movimiento telúrico significativo, el sistema activa la señal de alerta en las ciudades que podrían verse afectadas, permitiendo que la capital cuente con segundos vitales para reaccionar.

La alerta sísmica activa principalmente el oído, ya que suena a través de altavoces y dispositivos, generando una respuesta inmediata en el cerebro. Este sonido, al estar asociado con peligro, estimula el sistema nervioso y provoca una reacción emocional rápida: miedo, ansiedad o acción.
La mente asocia la alarma con experiencias previas, lo que permite que el cuerpo entre en modo de alerta. Esto ayuda a que las personas actúen rápido, evacúen o se protejan. Aunque genera estrés, su objetivo es activar los sentidos y reflejos para anticiparse al movimiento sísmico y reducir el riesgo de lesiones o muertes.
Más allá de su función preventiva, el impacto psicológico de la alerta sísmica es profundo. Para quienes vivieron los sismos de 1985 y 2017, el sonido está asociado a experiencias traumáticas como el colapso de edificios, la pérdida de seres queridos o el caos del 19 de septiembre.
Expertos en salud mental coinciden en que esta reacción corresponde a una forma de ansiedad condicionada. La alerta puede desencadenar síntomas de estrés postraumático (TEPT), como taquicardia, sudoración, crisis de pánico, llanto o parálisis. Incluso personas que nunca han experimentado un temblor fuerte pueden sentir un miedo intenso debido a la carga emocional colectiva que representa la alerta.
Se han documentado también efectos de anticipación negativa, especialmente en fechas como el 19 de septiembre, cuando la ansiedad se intensifica al recordar experiencias pasadas relacionadas con sismos. Este fenómeno afecta tanto a quienes han vivido eventos traumáticos como a quienes solo han sido testigos de la reacción social ante la alerta.

Para enfrentar estas respuestas emocionales, las autoridades de protección civil y especialistas en psicología recomiendan fortalecer la educación emocional y la preparación constante. Simulacros periódicos, información clara sobre los protocolos de actuación y acceso a apoyo psicológico son herramientas esenciales para que la población pueda responder de manera más racional ante una emergencia.
Reconocer y no minimizar las emociones que provoca la alerta resulta fundamental. Buscar ayuda profesional, compartir el miedo y practicar técnicas de respiración o meditación pueden contribuir a controlar la ansiedad.
A pesar del temor que puede generar, la existencia de la alerta sísmica ha permitido salvar miles de vidas y ha impulsado una cultura de prevención en la Ciudad de México.
El reto actual consiste en equilibrar la eficacia del sistema con el acompañamiento psicológico necesario, para que el sonido de la alerta deje de ser un recordatorio traumático y se consolide como una herramienta de esperanza y acción.