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La contaminación por plástico es un problema global que sigue creciendo sin freno. Según la Fundación de las Naciones Unidas, en los océanos ya hay suficiente plástico como para llenar cinco millones de contenedores de transporte marítimo. Además, si la producción sigue al ritmo actual, en 2050 habrá más plástico en el mar que peces. Pero ¿qué pueden hacer las personas para enfrentar una crisis de esta magnitud? La periodista Emma Beddington, de The Guardian, decidió poner a prueba los límites de una vida sin plástico y los eliminó de su día a día durante un mes.
Dificultades iniciales: el supermercado y la omnipresencia del plástico
Beddington comenzó el reto con cierto optimismo. Ya tomaba medidas para reducir su impacto ambiental: compraba productos de limpieza y alimentos secos en una tienda de recarga, obtenía pan y leche en el mercado local y reutilizaba envases hasta que se rompían. Sin embargo, al revisar su hogar con ojo crítico, descubrió que el plástico estaba por todas partes: en el baño, la oficina y, sobre todo, el refrigerador. “Está repleto de plástico: sobre todo bolsitas y tarros con tapas de plástico”, afirmó.
Al ir al supermercado con la intención de evitar el plástico, la experiencia se convirtió en una fuente de frustración. Solo algunas verduras estaban disponibles sin envoltorio: cebollas, ajos, puerros y repollo. Según Alison Colclough, de Everyday Plastic, esto concuerda con los hallazgos del Big Plastic Count 2024: “Los dos grandes protagonistas fueron el plástico blando de los snacks y el plástico blando de las frutas y verduras frescas”. En el Reino Unido, aproximadamente el 70% de los alimentos y bebidas están envueltos en plástico, y un estudio encontró que el 51% de estos envases es innecesario.
Con las opciones reducidas, Beddington optó por comprar frutas y verduras en un mercado local, donde encontró más productos sin empaque. Su dieta cambió drásticamente: desayunaba avena con frutos secos, almorzaba hummus casero o sopa enlatada con tostadas, y las cenas se basaban en patatas, legumbres y coles. “Las verduras no abundan y la ensalada es básicamente imposible”, escribió en The Guardian.
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Sin embargo, la falta de snacks fue una de las mayores frustraciones. Acostumbrada a comer papas fritas por la tarde, intentó reemplazarlas con zanahorias, frutos secos y aceitunas enlatadas, pero ninguna opción le resultó satisfactoria. También descubrió que muchos productos que no parecían contener plástico en realidad sí lo hacían, como las bolsitas de té, que venían en un envoltorio interior para mantener la frescura.
Problemas con productos del hogar e higiene personal
Ya utilizaba recambios de detergente y esponjas compostables, pero el cuidado personal fue un obstáculo mayor. “Buena suerte para conseguir ibuprofeno sin plástico”, comentó. Aunque encontró opciones sin plástico para el champú y la crema hidratante, el hilo dental y los cepillos de dientes eran una pesadilla.
Las tabletas dentífricas fueron un fracaso: “como cepillarse los dientes con una pastilla de menta Trebor”. También descubrió que algunos productos supuestamente ecológicos no eran realmente sostenibles. Por ejemplo, un fabricante de cepillos de dientes reciclables aún no había reciclado ninguno de sus productos porque no habían alcanzado la “masa crítica” necesaria.
La vida social y los viajes: obstáculos adicionales
Salir de casa sin generar residuos plásticos exigía una planificación meticulosa. Para un viaje de un día, Beddington llevó su botella de agua reutilizable, una taza de café y bocadillos caseros. Aun así, terminó acumulando plástico por un descuido.
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El problema del plástico también afectó su consumo de proteínas. Como vegana, solía depender del tofu, pero este venía en envases plásticos. Consideró hacerlo en casa, pero los ingredientes clave también estaban envueltos en plástico. “A esta altura, ya he perdido la voluntad. Me convierto en una nihilista del almuerzo, masticando sin alegría frascos de lentejas frías, como un Huel sin plástico”, sentenció.
Incluso su tortuga mascota terminó involucrada en el dilema. Intentó alimentarla con dientes de león silvestres en lugar de la achicoria envasada en plástico que normalmente le daba, pero la tortuga reaccionó con desagrado.
Después de un mes, Beddington evaluó su desempeño: había acumulado una caja con 20 artículos de plástico, desde medicamentos hasta errores como una bolsa de cubitos de hielo comprada por impulso.
Su conclusión fue clara: es posible reducir el consumo de plástico, pero a un costo alto en tiempo, comodidad y dinero. “Las compras online están descartadas (excepto para proveedores especializados en sostenibilidad) y, más o menos, también las compras en supermercados”, escribió. Para las personas con vidas ocupadas o responsabilidades de cuidado, esta reducción es prácticamente imposible.
Cuando terminó el mes, Beddington sintió una mezcla de orgullo y frustración. Había logrado reducir su consumo de plástico, pero el esfuerzo había sido agotador. Sin embargo, no tardó en darse un pequeño gusto: compró un paquete de seis bolsas de papas fritas. “Mi vida no está llena, pero mis caprichos sí”, concluyó.
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