
Los venezolanos están familiarizados con las dificultades: han vivido bajo una compleja crisis social, económica y política por más de una década. Ahora, en todo el país, hay personas hambrientas e incapaces de comprar alimentos.
En el verano, The Associated Press se propuso entender cómo los venezolanos se alimentan, o luchan por alimentarse, a ellos mismos y a sus familias. Descubrió que el más reciente derrumbe de la economía de Venezuela, los cambios en la ayuda extranjera, las sanciones de Estados Unidos y los recortes a los subsidios y programas estatales han hecho que muchas necesidades simplemente sean inasequibles para el 80% de los residentes que, según cálculos, viven en la pobreza.
En el estado occidental de Falcón, donde las refinerías de petróleo estatales ofrecían muchos empleos bien remunerados antes de que el país se desmoronara en 2013, más de dos docenas de residentes compartieron con la AP cómo sus preocupaciones se centran en la comida y cómo piensan en ella —cómo comprarla, cuánto y dónde— todos los días.

La grave inseguridad alimentaria es un desastre que marcará a la población con desafíos de salud física y mental de por vida.
Estos son algunos puntos destacados del informe de la AP.
Desmoronamiento económico
El presidente Nicolás Maduro —quien asumió el cargo este año a pesar de pruebas creíbles de que perdió la reelección— ha generado condiciones económicas que han limitado en gran medida el acceso de las personas a los alimentos en todo el país, mientras el valor de los salarios y la moneda local se desploman.
El salario mínimo mensual de Venezuela de 130 bolívares, o 0,90 dólares, no ha aumentado desde 2022, situándose muy por debajo de la medida de pobreza extrema de las Naciones Unidas de 2,15 dólares al día. Pero el precio de una canasta básica de alimentos ha superado los 500 dólares, según el Observatorio Venezolano de Finanzas, un organismo independiente.
Padres, educadores, médicos, trabajadores humanitarios y líderes religiosos dicen que la comida simplemente está fuera del alcance de muchos, siendo los niños los que más sufren. Se acuestan temprano para evitar los dolores del hambre, faltan a la escuela y se arrebatan la comida entre ellos en los sitios de ayuda.

La familia de Alnilys Chirino es una de las que temen cada vez más el regreso de la desnutrición y el hambre que azotaron al país de 2016 a 2018. Se preocupa constantemente por sus adolescentes: Juan, José y Angerlis Colina.
“Me preguntan, ’¿qué vamos a hacer mañana?” dijo Chirino. “¿Qué vamos a comer?”
Sus únicas fuentes de ingresos son los 70 dólares al mes que gana vendiendo ropa, accesorios y sábanas, y un estipendio gubernamental mensual de unos 4 dólares. Dijo que gasta todo en comida.
Las comidas no son nutritivas
Expertos en salud dicen que la proteína animal es lo primero que las familias reducen o eliminan de su dieta cuando los precios aumentan, y tienden a sustituirla por alimentos más baratos y menos nutritivos. La mala nutrición puede producir un retraso en el crecimiento, dolores de cabeza, fatiga y otros problemas de salud en los niños.
Chirino lo sabe muy bien. Sus hijos sufren de dolores de cabeza frecuentes, pero la última vez que pudo permitirse comprar carne —suficiente carne molida para quizás dos porciones— fue en mayo.
“Es cada día más difícil el acceso de las personas a los alimentos de cierta calidad”, dijo el reverendo Gilberto García, cuya iglesia católica dirige un comedor en Falcón. “La gente come, pero ordinariamente come carbohidratos. Y con eso la gente sobrevive”.

La ley garantiza a todos los estudiantes del país un almuerzo gratuito diario, pero eso no ha sucedido desde hace mucho tiempo, dijeron familias y maestros en toda Venezuela a la AP.
De hecho, maestros y administradores de todo el país han renovado sus súplicas para que los padres mantengan a los niños en casa si no han consumido al menos una comida y si no tienen alimentos para llevar durante los descansos. Pero no todos cumplen con la solicitud, y los estudiantes no siempre pueden ocultar su hambre ante sus compañeros y otras personas.
Los venezolanos dijeron que compran alimentos casi exclusivamente en tiendas de esquina, donde pueden acumular una cuenta y acudir una, dos, incluso tres veces al día. Los residentes de la ciudad también compran en mercados públicos, pero los viajes a las tiendas de comestibles son raros.
La ayuda está desapareciendo
Los comedores que alimentaban a miles de personas, en su mayoría niños, se han visto obligados a cerrar mientras el gobierno de Maduro apunta a oponentes reales y percibidos mediante una nueva ley que restringe el trabajo de las organizaciones no gubernamentales.
Las familias que se inscriben en el programa de subsidios dirigido por el partido gobernante pueden recibir pequeños estipendios en efectivo que pueden usar para comprar alimentos. El programa también ofrece a las familias la opción de adquirir una combinación de alimentos —harina de arepa, arroz, pasta, frijoles, sardinas y carne enlatada— cada mes. Sin embargo, la mayoría de las dos docenas de personas en Falcón que hablaron con la AP dijeron que no habían recibido los alimentos desde la primavera.

Yamelis Ruiz señaló que los desafíos de su familia se ven agravados por la pérdida de la importante ayuda del Programa Mundial de Alimentos, que distribuía comida, reabastecía los comedores escolares y servía comidas después de llegar a un acuerdo con el gobierno de Maduro en 2021 para apoyar a los más vulnerables. El PMA priorizó a Falcón, con sus enormes dunas de arena y cadenas montañosas que llegan al Mar Caribe, debido a los problemas particulares de inseguridad alimentaria de la población.
Pero este año, el PMA redujo drásticamente su ayuda en Venezuela, incluido Falcón y otros lugares, mencionando desafíos de financiamiento. Ruiz dijo que ya había dejado de recibir raciones mensuales de alimentos no perecederos del PMA cuando la organización redujo de 20 a 8 los días en que alimentaría a niños y familias en las escuelas.
“Comida o medicamentos. O compro una cosa o la otra”, dijo Ruiz, cuya hija tiene una condición cerebral congénita que requiere un costoso tratamiento.
(AP)
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