
Decir lo que uno piensa sin filtros puede destruir en segundos vínculos forjados durante años. La sinceridad llevada al extremo, cuando surge de la emoción desbordada, se convierte en lo que se denomina ‘sincericidio’. Este fenómeno aparece cuando una persona reacciona de modo impulsivo, guiada solo por el enojo, el estrés o el cansancio, y expresa comentarios que dejan cicatrices difíciles de sanar.
La regulación emocional aparece como el principal antídoto frente al sincericidio. Las personas que carecen de autocontrol verbal suelen pagar un alto precio en el ámbito personal, laboral y social. Soltar palabras sin pensar puede romper amistades, terminar relaciones laborales y minar la confianza en todos los órdenes de la vida. Pedir disculpas en frío, después del daño, no siempre repara la herida. La marca de una frase impulsiva suele permanecer indeleble.
El monje budista Ryushun Kusanagi, autor de El arte de no reaccionar, sostiene que la mayoría de los conflictos no proviene de los hechos, sino de la manera en que respondemos ante ellos. En su obra, que vendió más de 350.000 ejemplares en Japón, Kusanagi propone detenerse antes de expresar lo primero que viene a la mente.

En ese tono, el escritor recomienda identificar el estado emocional y tomar distancia interna, lo que permite disminuir la ansiedad y poner a prueba la utilidad de nuestras palabras. Esta práctica ayuda a evitar los efectos devastadores de las frases pronunciadas bajo presión.
Kusanagi resalta que aprender a conocer y nombrar las propias emociones, como nerviosismo o enfado, permite observarse con mayor objetividad. Ejercicios de reconocimiento corporal —como detectar zonas de tensión— también sirven para encauzar la reacción y proteger los vínculos. El monje sostiene que la capacidad de pausar nos habilita a elegir respuestas más eficaces, en vez de dejarnos arrastrar por la reacción primaria.
El sincericidio no distingue contextos, edades ni grupos sociales. Existen registros históricos de frases desafortunadas pronunciadas públicamente que llevaron a graves consecuencias. Un ejemplo de esto ocurrió en 1992, cuando el presidente catalán Jordi Pujol advirtió durante los Juegos Olímpicos de Barcelona que la percepción de Cataluña como un país “muy caro y un poco gitano” afectaría su imagen, y luego pidió perdón a las asociaciones gitanas. Cada evento de este calibre exige rectificaciones públicas, aunque el daño ya había sido infligido.

Francesc Miralles, escritor y periodista especializado en psicología, sostuvo que resulta preferible tolerar el silencio antes que lanzar palabras de las cuales uno podría arrepentirse. La habilidad de guardar silencio y relativizar las agresiones protege más que cualquier aclaración posterior. No estallar, no responder a la primera y relativizar forman parte del autocuidado y la preservación de la armonía social.
Un estudio sobre la amabilidad realizado en el Reino Unido, difundido por la revista Journal of Social and Personal Relationships, profundiza el vínculo entre las prácticas prosociales y el bienestar institucional. Investigadores trabajaron con adolescentes de once a quince años y revelaron que estos jóvenes comprenden la amabilidad como un comportamiento de múltiples dimensiones.
De acuerdo con el análisis temático presentado en la investigación, los adolescentes identifican al menos diez categorías de conducta amable, entre ellas el apoyo emocional, la inclusión social, la honestidad, el perdón, la generosidad y las acciones formales como el voluntariado. Los actos de amabilidad no solo deben beneficiar a quien los recibe, sino que deben surgir de una motivación centrada en los demás. Según el estudio, el contexto social, las características personales —como la empatía— y la relación con el receptor influyen en la decisión de actuar con bondad.

Los participantes reconocieron que la amabilidad reporta beneficios tanto a quien la ejercita como a quien la recibe. Experimentar gratitud, sentir confianza, mejorar la autoestima y fortalecer relaciones aparecen como resultados concretos de las conductas amables.
Además, la amabilidad tiene un efecto de contagio social, ya que quienes la reciben tienden a reproducirla en nuevos entornos. El bienestar emocional constituye tanto causa como consecuencia: un buen estado de ánimo promueve gestos amables, y estos refuerzan la satisfacción personal y social.
El estudio, difundido por Journal of Social and Personal Relationships, destaca la importancia de considerar factores contextuales y disposicionales a la hora de planificar intervenciones basadas en la amabilidad para adolescentes. Los hallazgos sugieren que el impulso amable se nutre del ejercicio de la empatía y la sensibilidad al contexto, y que los programas escolares que promueven prácticas prosociales pueden contribuir al bienestar juvenil.
Así, la prevención del sincericidio exige desarrollar la capacidad de observación interior y la regulación emocional. Reconocer el impulso antes de hablar permite elegir cómo, cuándo y qué decir. De esta manera, se evitan daños muchas veces irreparables.
La amabilidad aparece como principal aliada, no solo frente al impulso de herir, sino como una vía para fortalecer la salud mental y la cohesión en cualquier comunidad. Antes de pronunciar una frase impulsiva, conviene recordar que toda relación depende de la calidad de las palabras que se eligen.
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